Todos quieren hacerse la selfie de rigor con Ai Weiwei. Es mediodía en Santiago, y aunque las nubes que arropan el cielo por completo amenazan con inminentes lluvias, el artista chino nacido en Beijing en 1957 no se niega a romper protocolos y accede a cada una de las peticiones de sus fanáticos. De pie bajo las 1.254 bicicletas de acero que forman parte de su instalación Forever Bicycles (2015), emplazada afuera de CorpArtes, donde mañana abrirá Inoculación, su primera gran muestra en nuestro país, a Weiwei se lo ve sonriente y dispuesto en cada flashazo. "I'll take it", les dice a todos, arrebatándoles los celulares de sus manos.
En compañía de una asistente y de su hijo de 10 años, el artista y uno de los máximos exponentes de la escena contemporánea, actualmente radicado en Berlín, aterrizó el martes en Santiago pasadas las 18.00 horas. "Desde entonces no he parado en ni un solo momento", dijo ayer a Culto tras la conferencia de prensa en la que compartió junto al curador de la muestra, el brasileño Marcello Dantas, y Francisca Florenzano, directora ejecutiva de Fundación CorpArtes.
"Siento que he vuelto a un tipo de origen con esta visita, al país donde estuvo mi padre (el poeta Ai Qing, quien vivió entre 1910 y 1996) y donde conoció y se hizo amigo de Pablo Neruda en 1954", cuenta Weiwei. "Cuando viajo lo hago para iluminar ciertos vacíos de mi propia historia que yo mismo desconocía, por eso traje a mi hijo conmigo, para que él también viera que en la casa de ese gran poeta y Nobel chileno aún cuelgan de las paredes los dibujos que mi padre le obsequió, y que son un recordatorio y una evidencia de cómo ambos podían estar conectados por el arte, los objetos y la memoria", agrega.
Una línea de tiempo que recorre su vida y la historia contemporánea de su país, y que precisamente arranca con el nacimiento de su padre -un año antes de la Revolución de Xinhai, que devino en la fundación de la República de China en 1911- es la que abre el recorrido de Inoculación. La muestra, que llega a nuestro país en el marco de una gira latinoamericana y gracias a la gestión de Fundación CorpArtes y Moneda Asset Management, exhibirá 30 de sus obras más icónicas en el mismo centro cultural ubicado en la comuna de Las Condes hasta el próximo 9 de septiembre.
Manifiesto universal
Lo que alguna vez estuvo y se mandó hacer desaparecer. Esa artesanía en madera, porcelana, seda y bambú, entre tantos otros materiales y de la que alguna vez fue testigo gracias a sus padres y los de sus amigos, así como sus propias convicciones sobre la actual crisis de los refugiados, los derechos humanos y la libertad de expresión, cobran forma y resonancia en las provocadoras obras con que Weiwei regresa al país, después de que en 2013 exhibió un enorme lienzo de 900 metros cuadrados dedicado a Neruda en Valparaíso y del multitudinario conversatorio que lo tuvo en agosto pasado en CorpArtes.
Esparcidas en 111 metros cuadrados de la misma sala, están las 15 toneladas de sus Semillas de girasol, hechas a mano y en porcelana, y que fueron expuestas por primera vez en la Tate Modern de Londres en 2010. También los 2.000 cangrejos de su serie Casa de cangrejos (2015), junto a un video y fotografías que recuerdan su fallido Estudio de Shanghai, destruido a la fuerza en 2011. Y, algunos pasos más allá, la imponente Ley de viaje (Prototipo B), una gran estructura negra e inflable en PVC reforzado con que Weiwei evoca los botes utilizados por los refugiados que intentaban cruzar el Mar Mediterráneo para llegar a costas europeas.
Ayer, mientras Weiwei posaba frente a las cámaras, un equipo daba los últimos ajustes a Paso seguro, la instalación que antes expuso en Berlín y en Yokohama, Japón, y que ahora, hasta el 24 de julio próximo, revestirá la fachada del Archivo Nacional, en calle Miraflores, con miles de chalecos salvavidas usados por refugiados.
"El gran pueblo del mundo está hecho de refugiados, y mi arte le habla directamente a la diferencia, a ellos, a los que lo fuimos y a los que vendrán", dice el artista tras recorrer inadvertidamente su propia muestra. "Nunca he pensado que soy más artista que ser humano, pues todos hemos sido abusados alguna vez y nadie puede decir que está completamente seguro. Por eso, ser o no ser artista no es tan relevante, pues todas estas tragedias nos pertenecen y tienen algo que ver con nosotros mismos. Y todos, de alguna forma, tenemos responsabilidad en ellas", agrega.
Asombran también, a lo lejos, el par de Esposas (2011) hechas de jade fino y madera nativa (Huali), o la Cámara de vigilancia con pedestal (2015) tallada en mármol, en alusión directa a su propia detención en 2011, cuando se le retuvo el pasaporte e impidió salir de China, culpado por el gobierno de bigamia, evasión de impuestos y difusión de pornografía. También su serie Juguete sexual (2014), inspirada por el ready-move americano de los 80, cuando vivió durante 13 años en Nueva York y conoció de cerca el trabajo de Warhol y Duchamp.
"Yo, que venía de una sociedad comunista-socialista, llegué a EEUU a intentar formar parte de esa elite capitalista, lo cual era una mala broma", reconoce hoy entre risas, y agrega: "Warhol es el mejor artista americano que podría nombrar. Me gusta su actitud, tan falsa y sincera al mismo tiempo, y que no ocultara su amor por el materialismo, la fama y esa cultura pop ordinaria. Algo de ese capitalismo pude ver en mi regreso a China en 1993", agrega el artista, quien tras su paso por Chile viajará a Sao Paulo para trabajar en una nueva muestra.
Homenaje al padre
Habían pasado 10 años sin verlo, recuerda. "Antes que poeta, mi padre fue un artista desplazado y excluido en su propio país", dijo Ai Weiwei, quien dedica un extenso muro del montaje final de Inoculación al hombre al que, apenas a sus 10 años, vio quemar cada una de las páginas de su biblioteca ante las amenazas de la Revolución Cultural maoísta (1966-1976).
"Comienzan a girar las hélices del avión que va despegando. Te despides de tu amigo agitando la mano, parado en la tierra en que raíces has echado. Miro tu sombra en la lejanía. Pareces de veras un soldado fiel. Eres un soldado", se lee en el poema Despedida, escrito por su padre, Ai Qing, entre 1954 y 1957, en los diarios que ahora también forman parte de la muestra.
"La tragedia de mi padre es también la mía", dice Weiwei. "Cuando pude visitarlo pocos años antes de que él muriera, supe que el liberalismo y su control es nuestro real enemigo, y que en ningún lugar iba a estar seguro. El lo había vivido en su época, con la Revolución Cultural, y yo lo vivo ahora cuando no hay más alternativa. Por esa razón utilizo mucho las redes sociales (sobre todo Instagram), para hacer eco de lo que hago. Lo mismo suelo hacer en mis trabajo en espacios públicos, que me entusiasman más que los museos. Es más, si pudiera desplegar un gran lienzo o una instalación o lo que sea sobre el globo lo haría, pero quizás qué ocurriría conmigo", concluye.