Caballo que gana repite y mucho mejor en tiempos de crisis. Rojo volvió esta semana con el antecedente de haber sido el más importante de los shows "buscatalentos" de los últimos 15 años. Y el retorno cumplió con el objetivo inmediato de levantar el rating de un canal venido a menos en términos de audiencia, apelando a aquella fantasía de que es posible encontrar acá a la "estrella del futuro" y al "cantante del mañana". Porque en esa falsa promesa, en ese dudoso anuncio, se lee también la gran paradoja de este formato: de si lo que se busca son "estrellas" para la tele o artistas de verdad.

Algunos de los más ilustres nombres emanados de estos programas han terminado denostándolos. Partiendo por Mon Laferte, ex "chica Rojo", y hasta Denise Rosenthal, que si bien no partió en un show de este formato, sí fue construyéndose como cantante profesional después de haber pasado por la pantalla chica. Ambas declaran hoy que aprendieron poco y nada de esta experiencia, aunque la figuración les permitió tener un piso sobre el que pudieron construir con más elementos y argumentos sus respectivas carreras.

Habrá también que decir lo evidente. No es responsabilidad de Rojo o de ninguna franquicia similar proveer de talento a la madre patria. Se trata de instancias que evidentemente apelan a recursos televisivos y que eventualmente pueden dar con algún talento rotundo, como el de Camila Gallardo, otra voz ascendente de la música chilena que llegó segunda en un programa de similares características llamado The Voice, en Canal 13.

Pero el tema de fondo, más allá del rating de esta última semana y que mucho personal no arrepentido de Rojo esté ahí avalando con su cara el presunto prestigio del programa, queda la sensación de que para carreras consolidadas se necesita algo más que convencer a un trío de jurados o sacar buena nota del público. Bien lo saben Myriam Hernández, que partió en el Ránking juvenil de Sábados Gigantes, o el mismo Américo, que incluso llegó a participar en ¿Cuánto vale el show?, quienes pudieron haber sido uno más de los muchos que alguna vez probaron suerte en la pantalla chica, pero que tuvieron que mostrar muchas más cosas como para que el "paso por la tele" quedara como una anécdota y no como el mayor logro de su currículum. El caso de Laferte, una vez más, es muy simbólico. Ya muy pocos hablan de la "ex chica Rojo", quizás los más majaderos, porque queda muy claro que ya ha hecho lo suficiente como para desmarcarse de un pasado que parece avergonzarla. La postal de Viña 2017 en ese sentido fue elocuente.

Rafael Araneda, que era el animador de Rojo cuando ella participaba en el programa, intentaba sacarle alguna palabra arriba del escenario después de triunfar en la Quinta Vergara. Lo intentó una, dos, cinco veces, con los mismos recursos que ocupaba en Rojo, apelando a la emoción, intentando dibujar una mueca para la cámara, y nada. La viñamarina no dijo una sola palabra. Pudo haber sido la emoción o quizás también pudo haber sido la venganza de una que siendo "chica Rojo" se vio tantas veces obligada a responder, a lloriquear, a fingir asombro, a pagar tan caro el costo de mostrar su canto y conseguir su sueño. El silencio fue simbólico, de esos que solo se dibuja con franqueza en el rostro de los artistas y no de las estrellas de la televisión.