Hay un momento en el capítulo cuatro de Cobra Kai (You Tube) que va directo a ser enmarcado entre las grandes escenas de la ficción televisiva de 2018. Tras otra derrota personal, esta vez con su hijo, Johnny Lawrence (William Zabka) está en un local de comida rápida masticando de mala gana una hamburguesa. En la mesa continua hay un papá joven con un niño de unos seis años, riéndose, tomando helado y hojeando un cómic. Johnny contempla la situación y la mirada se le quiebra, haciendo pasar su vida entera en dos momentos.

Es una secuencia corta, no dura más de cinco segundos, pero en ese lapso contiene más emoción e intensidad dramática que todos los capítulos juntos de las dos series fenómenos del año, esas de las que todo el mundo está hablando pero sabemos nadie recordará en uno o dos años. Billy Wilder, el padre de la comedia romántica contemporánea, decía que las grandes películas no son las con grandes (valga la redundancia) historias, sino las que tienen uno o dos instantes epifánicos que te remueven el corazón y la guata.

Y Lawrence reflejándose en una hamburguesa y un helado es una epifanía generacional con más carne que la propia cinta que inspiró la serie, ese refrito adolescente de Rocky llamado Karate Kid, que amamos porque hay que amarla, pero que en el fondo sabemos que no es, ni nunca será una gran película. Si en 1984 me hubiesen dicho que Karate Kid iba a inspirar el drama televisivo más adulto y emocionante de 2018, habría pensado que me estaban mirando la cara. Acá hay corazón, hay vida latiendo; no un Excel escribiendo escenas de acción según el manual de Robert McKee. ¿Recuerdan la escena de la sopita en Los 80 de Canal 13? Pues a eso me refiero.

Cobra Kai

Se ha escrito harto acerca de Cobra Kai. Que es una declaración de amor al pop, que es acerca de crecer, incluso que es sobre la venganza del cool en la era del nerd ganador. Todo lo anterior es cierto, sobre todo lo último. Johnny nunca logró recuperarse de la derrota de 1984, su "vida rubia" se desplomó y terminó recorriendo Los Ángeles en un Pontiac Trans Am (gran detalle, no hay auto más 1984 que un Pontiac "KITT" Trans Am). En las antípodas, Daniel LaRusso (Ralph Macchio) acabó millonario y con una vida en apariencia perfecta, pero que es sólo una pantalla. Johnny reabre su academia de karate como una manera de reinventarse, pero también para cobrar revancha por treinta años perdidos. No va a salvar a los nerd maltratados, los va a convertir en "zorrones". Esta errado, pero se está haciendo cargo. Con el bullying copando las noticias, esta serie es una buena terapia para ver los dos lados de la moneda. ¿quién finalmente es la real victima? Al parecer el matón. En las restas, Cobra Kai no es más que una gran historia acerca de querer hacer bien las cosas aunque las cosas no quieran que se hagan bien.

En una lectura distinta, la entretenida serie de no ficción The toys that made us (Netflix) nos lleva a la otra esquina de la nostalgia, al rincón materialista de la memoria. Los 80 fue la época de oro de los juguetes. El plástico convertido en deseo y también frustración. Los juguetes se hicieron caros y no todos teníamos para pagar por ellos. Lo anterior gatilló a toda una generación de cuarentones que gastan parte de su sueldo comprando ahora esos objetos de deseo.

Este documental en ocho capítulos no es acerca de los juguetes, es acerca de las estrategias que hicieron que un montón de hombres niños se dedicaran a manipular a los más chicos de la casa para convertirlos en consumistas. Si Cobra Kai nos revela el lado amargo del nerd, que se transforma en lo que más odió al crecer, The toys that made us bucea todavía más dentro de ese lado oscuro, el nerdismo como base del capitalismo más despiadado. Comprar un Transformers o un G.I. Joe es básicamente un acto político, más incluso que votar por un candidato. Y he ahí el reactor principal de la serie. No es sobre nostalgia es sobre la conspiración secreta que usó el plástico y los juguetes para endeudar a Occidente. Suena terrible, pero la nostalgia por muy cálida que sea lo es.