Para 1985, Pedro Aznar comenzaba a preparar lo que sería su viaje de regreso a Buenos Aires, luego de participar en la banda del virtuoso guitarrista de jazz Pat Metheny en Estados Unidos. Fue cuando se encontró con Charly García en Nueva York.

Juntos habían coincidido en la formación de Serú Girán a fines de la década anterior, así que decidieron, más o menos de manera natural, improvisar un nuevo proyecto.

Lo llamaron Tango y, según contaron, "muy influenciados por el New wave y el pop de sintetizadores de Simple Minds", escribieron seis canciones que conformaron un álbum que fue grabado en diciembre de ese año por el estadounidense Joe Blaney (Prince, Los Tres).

Alojados en alguna parte del Gramercy Park en el East Side de Nueva York, García y Aznar se encerraron a grabar con un portaestudio, el método que vino a revolucionar la manera de componer en los años 80.

"La fantasía se iba haciendo realidad y en 15 minutos pasamos de un demo de dos canciones a un mini-álbum de seis; llamamos al ingeniero Joe Blaney y grabamos Tango en una semana", contó Pedro Aznar a los medios.

Aznar venía de estudiar en Berklee, de una nutrida estadía en el mundo del jazz y de estampar su impronta como músico latinoamericano en Contemplación (1985), un disco donde mezcla candombe, chacarera, aires de milonga y rock.

Por su lado, Charly García había publicado su trilogía más elemental como solista: los álbumes Yendo de la cama al living (1982), Clics modernos (1983) y Piano bar (1984), en su pico de creatividad, tal vez la cima más alta de toda su carrera.

Y sobre todo: venía de abortar lo que iba a ser su primer disco a medias con Luis Alberto Spinetta, de donde alcanzó a sobrevivir el tema "Rezo por vos".

"Me gusta trabajar con Pedro, aunque cuando toco sus temas tengo que leer doscientos mil acordes en un segundo", aseguraba la voz de "Cerca de la revolución".

"Ver la cocina de cómo él trabaja fue muy inspirador; ver qué hacía y para dónde iba fue muy enriquecedor", diría años después el hombre de "Fotos de Tokyo".

Mientras García se hizo cargo de los teclados, guitarras y sintetizadores de Tango, Aznar haría lo propio con los bajos y la programación de canciones como "Pasajera en trance" y "Hablando a tu corazón".

Ambos músicos ponen sus voces a lo largo de todo el disco y Mario Serra fue el invitado escogido para grabar las baterías.

"Tango es un mini LP que tanto Pedro como García pueden haber llegado a pelar de taquito; media docena de composiciones en las cuales se reemplazó fuerza por sutileza tecnológica", reza una nota de la época publicada por la revista Rock & Pop.

"Aunque no es esencial en la discografía de los músicos", según sugiere el sitio Allmusic, el portal también advierte: "Tango merece varias escuchas".

No es solo una canción de hotel

Entre esas canciones hay dos temas que firman ambos músicos. Uno de ellos es "Gramercy Park Hotel", en referencia al sigiloso edificio de Manhattan emplazado sobre Lexington Avenue, "cruzando la Avenida Tres", como canta Aznar.

Una edición roñosa de Rolling Stone cuenta que la discreción del personal del edificio atrajo a músicos como Bob Dylan en los 70, y, luego, a gente como Madonna, Debbie Harry de Blondie y David Bowie, lo que llamó la atención de los músicos argentinos.

En realidad, casi todo alrededor del Gramercy Park es un poco, por así decirlo, secreto, privado, inaccesible.

No solo la discreción del hotel sigue sin fisuras. El Gramercy Park es en realidad un jardín privado inaugurado en 1831, del que tienen llave —la manzana completa está enrejada— menos de 400 personas de los edificios aledaños, como la actriz Uma Thurman y el cantante Rufus Wainwright.

Hacia el acceso norte, a mitad de cuadra, donde el peso del PIB norteamericano se siente con fuerza, está el mítico hotel de la canción.

Construido por la firma Bing & Bing entre 1924 y 1925, el Gramercy Park Hotel fue diseñado por el arquitecto Robert T. Lyons y remodelado hace una década por el artista Julian Schnabel.

Fue él quien mezcló el ladrillo a la vista con vigas de nogal y sillas Luis XV, además de pinturas de Basquiat, Damien Hirst, Richard Prince, Julian Schnabel y Andy Warhol, transformando cada rincón en un espacio precioso y sin tiempo, como la canción de Aznar y Charly, escrita cuando la onda —como piensa el productor Mario Breuer— era faltarle el respeto a los instrumentos.