25 años del Artequin: ¿museo o un espacio pedagógico?
Abrió sus puertas frente a la Quinta Normal en 1993, para acercar el arte a los niños. Pese a las críticas que dicen que su colección está desgastada, Yennyferth Becerra, su directora, afirma: "Seamos honestos con lo que somos: un espacio de educación, y los resultados han sido geniales".
Viajó dos meses a bordo del barco La India en 1889, tras representar a Chile en la Exposición Universal que conmemoró los 100 años de la Revolución Francesa. Diseñado por el arquitecto galo Henri Picq y fabricado en hierro, zinc y vidrio, el desmontable edificio del Pabellón París, influenciado por el Art Nouveau, se exhibió cerca de las propuestas de China y Japón, además de la dueña de casa, cuya Torre Eiffel se lució como el arco de entrada a la Feria.
A su arribo al puerto de Valparaíso, las piezas del inmueble fueron almacenadas en el Internado Nacional Barrios Arana, y recién en 1894 fue rearmado e instalado en la calle Portales, frente a la Quinta Normal y donde abrió con una muestra de minería y metalurgia. En 1966 se entregó en comodato a la Fuerza Aérea, que lo convirtió en el Museo Nacional de Aeronáutica, y dos décadas más tarde, en 1986, fue declarado Monumento Nacional. Volvió a traspasarse en 1992, esta vez a la Municipalidad de Santiago, que aún lo mantiene, y junto a empresas como CMPC decidieron convertirlo, al año siguiente, en lo que es hoy: el Museo Artequin, un espacio que pretende acercar el arte a los niños.
25 años han transcurrido desde entonces, y el edificio, que anualmente recibe "unas 140 mil visitas, de niños desde los 3 años hasta alumnos de cuarto y quinto básico", según cuentan, conserva su bella y vistosa fachada, además de su lugar en el circuito Santiago Poniente, muy cerca de los museos de la Memoria y el de Arte Contemporáneo (MAC).
Francisco Brugnoli, director de este último espacio, reconoce, sin embargo, "que en estos 25 años que hemos sido vecinos el MAC y el Artequin, nunca lo he recorrido, salvo para reuniones del mismo circuito artístico". Y agrega: "En sus inicios fui invitado a ver cómo nacía todo esto, y me pareció un proyecto novedoso y muy bello, pero creo que como en todos los museos se hace visible la carencia presupuestaria. Esto implicaría en este caso una renovación de la colección, que está bastante desgastada, además de incorporar un equipamiento tecnológico acorde a las demandas de hoy, y la contratación de especialistas".
¿La (re)definición de museo?
En el primer piso del Artequin, restaurado en 2017 con $37 millones de la Municipalidad, hoy se ven, al igual que en sus inicios, una serie de reproducciones de obras de Kandinski, Pollock, Mondrian, Miró, Van Gogh y Frida Kahlo, junto a otras de los artistas chilenos Matilde Pérez y Camilo Mori. También, réplicas de las esculturas con forma de araña de Louise Caroline Bourgeois y de las figuras inflables de Jeff Koons. En la segunda planta, en tanto, que acaba de abrir tras los daños que sufrió el edificio con el terremoto de 2010, se inauguró un taller interactivo y enfocado en conceptos como la ecología y sustentabilidad; con talleres de papel reciclado, una Zona de Grabado Verde y un "muro de las texturas" hecho con tapas de botellas plásticas y otros residuos.
Con otras cuatro sedes, en Antofagasta, Viña del Mar, Concepción y Los Angeles, el modelo de gestión del Artequin es solo uno: "Recibimos aproximadamente $160 millones en relación a público y privados (de empresas, además de la Municipalidad de Santiago) que corresponden al 60% de los costos anuales", explica la artista Yennyferth Becerra (1973), quien asumió la dirección del espacio hace dos años. "El 40% restante (unos $130 millones) lo producimos con gestión interna, con actividades en alianza con el Mineduc y otros proyectos. Así y todo mantener un edificio patrimonial no es cosa fácil", agrega.
En octubre, adelanta la licenciada en Arte de la UC, inaugurarán una plaza de la luz en su jardín, inspirada en la obra de Kandinski, y en 2019, en el subterráneo, una sala de luz. "Queremos convertirnos en el primer museo sustentable en Chile", dice.
No obstante, para el crítico de arte Justo Pastor Mellado, el Artequin "no es un museo. Nunca lo ha sido", dice. "Es un dispositivo gráfico-pedagógico que trabaja con reproducciones impresas. No es más que eso. Su destino lo veo asociado a su conversión en Mediateca", añade.
Becerra (1973), quien trabajó 17 años en el Area Educativa del Museo de Bellas Artes y luego por otros siete en el mismo departamento del Artequin, difiere: "Que los museos hayan invertido en potenciar sus áreas de educación y mediación es señal de que la ruta es otra: el valor del Artequin no es la exhibición de obras sino la experiencia que se le entrega a los niños. Cuando llegué aquí, vi un museo que intentaba ser otro tipo de museo: sí tenía la colección a la altura de los niños, pero también quería hablarles a los grandes, por eso nos cobran cosas e insisten en lo de las reproducciones, que para nosotros ya pasó a segundo plano: nos sirven solo para abordar, desde la imagen, lo que hay detrás de ellas".
En cuanto a la rotación de la "desgastada" muestra a la que alude Brugnoli, Becerra explica que han "disminuido la cantidad de obras exhibidas para hacerla rotar hasta tres veces al año, pero es algo en lo que aún debemos pensar y trabajar".
- ¿Cree que el Artequin dejó de ser un museo y se convirtió en algo distinto?
- En general, me parece que los museos dejaron de ser el espacio sacro donde las obras se exhiben y todos pasamos por alrededor y en silencio. Ya no son mausoleos que solo exhiben y protegen una colección: los museos se están convirtiendo en espacios de sensibilización social, y aquí les hablamos a los niños sobre migración, ecología y otros temas que nos atañen para que después los instalen en sus aulas y casas. Lo fundamental es que seamos honestos con lo que somos: somos un espacio de educación y los resultados son geniales. Recibimos 17 mil visitas para el último Día del Patrimonio, solo por debajo del Museo de Historia Natural.
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