Caían las monedas en el suelo de adoquines, después venía el saludo hacia el cuarto piso. Desde arriba, Armando Uribe Arce oía las canciones que salían del organillo, que llegaban a su edificio ubicado en calle Ismael Valdés Vergara, a un costado del Parque Forestal. Era un pedazo de Chile que el poeta seguía presenciando sin salir de su hogar. Pero en los últimos años, el también abogado ya no se asoma por la ventana.
"En 1998 se produjo, en nuestro departamento del Parque Forestal, la muerte de mi hijo Francisco y pasé, después del luto por la muerte de mi padre en 1970, al luto que he continuado hasta el presente y que pienso llevar hasta mi muerte", anota Uribe en su libro Vida viuda, la segunda parte de su autobiografía, luego de Memorias para Cecilia (2002, reeditado en 2016), que publica editorial Lumen. Además, el mismo sello editó una selección de su poesía en Antología errante (1954-2016).
Una primera versión de Vida viuda apareció con el título De memoria, By heart, Par coeur, en 2006, por Tajamar. Ahora, en una edición revisada y ampliada se suman dos epílogos. Al comienzo, el Premio Nacional de Literatura 2004 da algunas pistas del porqué decidió escribir sus memorias. "Lo más grave que nos sucedió en la vida, a mi mujer y a mí, fue el golpe de Estado. A la vez diría que lo más importante que me ha ocurrido es haberme casado con Cecilia Echeverría Eguiguren y vivir con ella durante cuarenta y cuatro años, hasta el día de su muerte. Las consecuencias de esa muerte, en mi vida, son el motivo para escribir este libro", señala Uribe de su esposa, fallecida en 2001, con quien tuvo cinco hijos.
"Yo estoy prácticamente todo el tiempo en cama, de manera que no recibo personas. Por razones de salud no me muevo", cuenta al teléfono Uribe, de 84 años. Dice que, obviamente, supo de la muerte de Nicanor Parra, el pasado 23 de enero, pero pregunta de inmediato: "¿Dónde lo velaron?". Luego de enterarse que fue en la Catedral de Santiago, reitera: "No estoy en condiciones de moverme".
El autor de Transeúnte pálido, su poemario debut de 1954, hace varios años padece una enfermedad muscular llamada claudicación intermitente. Además, tiene una insuficiencia respiratoria tras fumar durante más de cuatro décadas, en promedio, 40 cigarrillos diarios.
"Hay amigos que aún creen que la claudicación intermitente es una invención mía. Es un problema de salud que me impide caminar más allá de una cierta cantidad de metros. Entonces se me produce una especie de cansancio en las piernas, que después de 8 o 10 metros, lo hace a uno detenerse. Yo no he hecho la prueba de sus duras complicaciones, porque no salgo. Me levanto, me visto, y me vuelvo a acostar", comenta Uribe, y agrega que Vida viuda es un nombre surgido de una anécdota. "Debido a una errata, un lapsus de José Miguel Varas, titulé estas memorias Vida viuda. El en vez de decir Así es la vida, dijo ¡Así es la viuda! Y nos reímos y quedó ese nombre. El era de mis grandes amigos", recuerda sobre Varas, quien murió en 2011.
Armando Uribe es sobreviviente de una época de grandes poetas, que en su mayoría ya ha partido, como Pablo Neruda, Nicanor Parra, y Gonzalo Rojas, mayores que él, y Enrique Lihn, quien fue compañero de generación. "Esto pasa por la prolongación de la vida, no es ninguna sorpresa ni un regalo. Más bien una molestia", dice Uribe y agrega que lo peor de la vejez es el "entontecimiento que se produce con la edad, para nada se gana en sabiduría, y creo que ese es mi caso".
De Enrique Lihn, de quien el próximo 10 de julio se cumplen 30 años desde su muerte, dice: "Lo conocí, pero no tuve amistad con él. Hay constatación, en algunos libros de memorias, que yo salgo pegándole dos o tres veces. Pero no tenía que ver con la poesía de él ni con la mía, sino con terceras personas, niñas probablemente, cosas de juventud", añade. De Parra recuerda "unas lecturas de la revista Extremo Sur, en la U. de Chile, que desarrolló un concurso, esto hace 50 años, donde el premio de los lectores fue para Lihn. Y Parra, que estaba en el jurado, inventó un premio, cuyo monto era lo que le pagaban a él como jurado, para dármelo a mí".
Dios y el Diablo
Desde su llegada definitiva del exilio, en 1990, Uribe ha publicado una treintena de libros. Obras de poesía, crítica literaria y política, que incluyen Carta abierta a Patricio Aylwin (1998) y El accidente Pinochet (1999).
En el segundo epílogo de Vida viuda escribe sobre el modelo económico neoliberal de Chile. "Gobierno, oposición oficial y empresariado principal la elogian día a día y se aprovechan de ella, idolatran el Lucro y su sombra, el Éxito. Adoración del Becerro de Oro por los jefes del pueblo y sus seguidores descarriados", apunta. A través del teléfono el poeta, que vivió en Italia y Francia, añade sobre la contingencia: "Veo muy poca televisión. Estoy más o menos al tanto por los diarios. Ahora, nunca he tenido admiración hacia las personas que poseen el poder en un país como el nuestro, entonces no le atribuyo importancia verdadera".
Quien siempre se ha declarado "católico, apostólico y romano" hoy dice ser "un católico observante". Sobre los casos de abusos sexuales ocurridos en la Iglesia, señala: "Yo no juzgo. ¡No cabe que diga mi opinión! Mejor me abstengo por delicadeza y prudencia. Lo que sí está claro es que el Diablo existe, pero no creo que sea un Dios más importante que el de la Iglesia Católica. Es un espíritu que tiene mucho poder, justamente el poder para ejercer el mal".
Uribe dice que escribe sobre sus temas habituales, el amor y la muerte, donde la fe está igualmente presente. "Estoy en cama y escribo, escribo todo el tiempo en realidad. No es lo único que hago, pero es casi lo único que hago. Y supongo que también pensaré, si no significa que escribo puras contradicciones", dice con voz profunda y respiración agitada.
"No me interesa escribir sobre la poesía que he hecho", narra Uribe en el prólogo de Antología errante (1954-2016). "Mire yo le tengo bastante reticencia a los juegos de palabras. Y en general los jugueteos de palabras son mentirosos, exagerados e incluso tontos. Soy bastante aficionado a caerme en esos accidentados hoyos del lenguaje", comenta ya para despedirse. Y sobre su trabajo de prosista agrega: "Yo supongo que esa etapa se cerrará cuando yo me muera, cuando desaparezca de este mundo, y no antes, en esta época que aún estoy respirando".