"Los científicos estaban tan preocupados de ver si podían lograrlo que no se preguntaron si debían", dijo Ian Malcolm en Jurassic Park (1993) cuando discutían en torno al parque patrocinado por John Hammond.

Que los dinosaurios pudieran caminar nuevamente por la Tierra era una posibilidad que existía solo en su imaginación, pero la ciencia permitió traerlos de vuelta de la extinción, generando un debate en torno a la intervención del hombre en el proceso de selección natural. Y ese mismo debate se hace presente en la segunda entrega de Jurassic World.

En la primera parte -estrenada en 2015- se siguió una historia similar a la cinta de 1993: el humano, convencido de tener pleno control sobre los seres que revivió, e incluso con la confianza de no cometer los errores de antaño; siguió adelante con la idea de abrir un parque cuya principal atracción son los dinosaurios. Nuevamente una combinación genética clave desencadenó el caos y dejó en claro que el hombre jamás será más poderoso que la naturaleza.

Los civiles fueron evacuados, los protagonistas sortearon la amenaza de quienes querían usar a los dinosaurios como armas, y posteriormente huyeron sanos y salvos, dejando a los dinosaurios libres -sin vigilancia humana- en la isla Nublar.

Quedó pendiente una discusión ética antes de presentar el parque como una exhibición cualquiera: que el ser humano tenga el conocimiento y las herramientas para crear una vida - o en este caso, traerla de regreso de la extinción- no significa que tenga control sobre ella.

Si la primera parte de Jurassic World fue concebida como un 'remake' de aquella que dio inicio al canon, no será de extrañar que Reino Caído se considere la reinterpretación de Mundo Perdido.  Si bien no sería una observación errada, se queda netamente con la historia a grandes rasgos, y este no es su mayor pecado.

La historia propuesta bajo la dirección de Juan Bayona se ambienta 3 años después de la tragedia en Jurassic World. Los dinosaurios, que quedaron en libertad en la isla Nublar, se enfrentan a la amenaza de un volcán en inminente erupción. La discusión es: ¿Se deben dejar morir a estas criaturas o deben ser rescatadas?

Claire Dearing (Bryce Dallas Howard) dirige una organización que considera que deben ser salvadas. A pesar de las cientos de demandas que enfrenta la empresa que dirigía anteriormente, Claire lucha por preservar la vida de estos seres con ayuda de Zia (paleoveterinaria) y Franklin (analista de sistemas).

Benjamin Lockwood, quien fue socio de Hammond al crear Jurassic Park, contacta a Claire por medio de quien ahora administra su fortuna -Eli Mills-para pedir su ayuda en el rescate de las criaturas atrapadas en la isla. Ella es quien mejor conoce el parque y quien puede contactar al hombre (Chris Pratt) que descubrió que la velociraptor 'Blue' es capaz recibir instrucciones y responder a ellas.

Sin embargo, toda la operación era una trampa. Mills no pretendía salvar a los dinosaurios por su bienestar como seres vivos, sino porque los veía como mercancía que podía vender a cambio de millones de dólares. Además, en aquellas criaturas estaba la clave para crear un ser aún más poderoso que el Indominus Rex.

Replicar el esqueleto de cintas anteriores no es la mayor falencia considerando que es capaz de innovar con otros giros dramáticos y nuevas aristas a la discusión central que hoy -más que hace 20 años- está patente: la naturaleza siempre va superar al hombre, aunque tenga la inteligencia e instrumentos necesarios, tal como "la vida se abre camino", si la selección natural dicta que algo se extinga, lo hará.

Lamentablemente, lo que pudo ser un tema que diera mayor profundidad a la realización, fue eclipsado por el bombardeo de lava, persecusiones y, sobretodo, dinosaurios.

Sí, estamos hablando de Jurassic World, pero la  -excesiva- presencia de estos seres extintos no se complementaban con la narrativa. Más  bien, contribuían al ritmo siempre rápido de la cinta, el cual cumple con dejar al espectador permanentemente al borde del asiento. Eso sí, con la fórmula efectiva de unas bestias de antaño que se enfrentan al ser humano.

A pesar del pacto ficcional que -en teoría- quita a los espectadores el peso de cuestionarse ciertas incongruencias, no deja de molestar que la principal amenaza sean estos poderosos magnates que quieren usar animales como armas; eso sin considerar la gran interrogante: ¿por qué se repiten una y otra vez los mismos errores? El ser humano -tanto en la cinta como en la realidad- aún no parece comprender que el curso natural es avanzar, no quedarse en el pasado.