Cada cierto tiempo Cristóbal Briceño (33) se marcha de la gran capital para desconectarse en paisajes bucólicos. Vivió en San Carlos en los días de Fother Muckers, la encarnación previa de Ases Falsos.
Ahora, sin internet, reside en Limache. Mala fama, cuarto título de una discografía que religiosamente emite novedades cada dos años, se grabó a orillas del lago Llanquihue y fue lanzado en vivo en Concepción el pasado domingo 24. A pesar de la distancia geográfica, del aislamiento impuesto por Briceño en distintas fases de su obra, señales de rechazo a Santiago y la tradición centralista si se quiere, este álbum reincide en la necesidad del músico con fama de polemista de opinar de la contingencia, porque se siente parte de una consciencia llamada a cuestionarlo todo. Levanta polvareda, ofrece flancos, se mete en líos con colegas y porciones del público por decir cuanto piensa.
Mala fama es un disco que cuesta masticar y tragar. Desde el título anterior, El hombre puede (2016), Ases Falsos ha desarrollado cierta subordinación de la música en relación a la letra. Como autor, Briceño muestra un creciente interés en los textos más que el acompañamiento, provocando la sensación de estar ante un musical o un cantarín capítulo de Glee donde las estrofas son extensas y la métrica, a ratos, antojadiza.
Programadores radiales han criticado históricamente la dicción del cantante con razón. Sigue siendo trabajo y un verdadero contrasentido para el oyente comprender qué dice un artista musical con énfasis en la palabra. A estas alturas queda claro que Cristóbal Briceño y Ases Falsos manejan códigos de indiferencia redundantes en integridad, y un camino musical afianzado aunque cercado por cierta comodidad tras seis años de trayectoria. Son músicos con más gusto que diestros y donde sólo el cantante clama notoriedad, lo mismo que pasa en Maroon 5, ejemplo antojadizo pero ilustrativo.
En una extensa entrevista para larata.cl, el líder repasó cada uno de los trece temas revelando detalles sabrosos como que "Nada me debo" fue compuesta con la idea de ser interpretada por Zalo Reyes. Sería fantástico que algún día el ídolo popular la incluya en su repertorio, pues se trata de una pieza perfecta de música romántica en español, y una excepción en el álbum por su carácter directo y redondo.
Se contrapone a una porción importante de Mala fama, ocupada por canciones cuyo entorno instrumental es un asunto secundario, incidental, piezas que se mueven por inercia como "El viento soplará"; "Qué hará de mí" y su chapucera intro en batería seguida de acordes espaciados donde no sucede nada; "Jhendelyn", una elucubración sobre la figura de Jhendelyn Núñez con discretos arreglos; la frase kitsch de guitarra que encabeza "Nace un contragolpe", que solo remonta notablemente en el coro tras dos minutos y medio de letanía.
Este ambiente discreto de musical a medio cuajar se resume a la perfección en cortes como "Películas" y "Mi tribu". En la primera, mientras Briceño canta "un estudio ha demostrado, que leer un estudio, provoca solamente confusión", el acompañamiento desaliñado semeja el momento en que un cantante solista presenta a los músicos en un show. En la siguiente la estructura es la misma, un largo texto imposible de retener acompañado de lánguido entorno instrumental.
Sólo en el último tercio -lo opuesto a lo sucedido en El hombre puede, mortecino hacia el final-, Mala fama agrupa canciones con mejor equilibrio y efectividad: la inmediatez de "La casa"; los aires a Queen en "Siempre nueva"; "88" con remitente a la época de gloria de la balada latina en los 70, y la canción que da nombre al álbum, una conjugación amigable de letra y música.
Por cierto, el primer corte "Así es como termina", conecta con esta parte más atractiva del disco, funk combinado con soul. Es un sabor conocido y logrado en Ases Falsos, inserto en el tipo de letra que Briceño redacta tras mirar las noticias, como en el pasado escribió sobre la tragedia de los hermanos Rojo o el secuestro del marino Eddy López. Ahora se trata del pueblo de Santa Olga arrasado por las llamas.
Las temáticas siguen siendo las mismas desde Conducción (2014), una especie de tirón de orejas a este ambiente recargado de moralina y consignas. A Cristóbal Briceño, un convencido de que las marchas no convencen a nadie, le preocupa el trasfondo de las demandas. Un debate interesante que merece mejor música.