El mundo del arte redescubre a sus mujeres
Desde hace unos años, museos, galerías y casas de subasta de Estados Unidos y Europa se han dedicado a saldar la deuda histórica que existe hacia artistas pioneras e influyentes como Alice Neel, Carol Rama o Ana Mendieta, que trabajaron sus obras al margen y fueron valoradas demasiado tarde.
En 1984, el MoMA de Nueva York organizó una gran exposición titulada International Survey of Recent Painting and Sculpture, en la que se reunió el trabajo de 169 artistas con la intención de hacer algo así como un paneo por el arte de la época. De todos ellos, apenas un 10% eran mujeres, a pesar de que entonces, como ahora, había muchísimas creadoras, varias de ellas incluso pioneras en ámbitos como el videoarte o la performance. Esa cifra escandalosa era una negación del aporte femenino en el arte, una prueba más de la marginalización histórica de las mujeres, y en vistas de que a nadie parecía molestarle, un grupo de artistas anónimas se cubrió la cara con máscaras de gorila y fundó un colectivo para, según ellas, convertirse en "la conciencia del mundo del arte": las Guerrilla Girls.
Este grupo de activistas optó por usar métodos propios del arte para visibilizar la discriminación de género en museos y galerías, a través de protestas y vallas publicitarias. Uno de los actos más famosos es el póster que hicieron en 1989 en contra del Metropolitan Museum of Art (Met) de Nueva York, en el que, junto a la imagen de La gran odalisca, de Dominique Ingres, intervenida con una máscara de gorila, se lee: "¿Tienen que estar desnudas las mujeres para entrar en el Met? Aunque menos del 5% de los artistas de las secciones dedicadas al arte moderno son mujeres, el 85% de los desnudos son femeninos".
La estrategia del colectivo -que sigue activo y al que se le han dedicado exposiciones recientes en la Tate Modern y en el Museo de Arte Contemporáneo de Sao Paulo- es apoyarse en investigaciones y usar la ironía para constatar la desigualdad de género, como se deduce, por ejemplo, en un afiche sobre "las ventajas de ser mujer artista", entre las que están "trabajar sin la presión del éxito" y "saber que tu carrera profesional puede repuntar cumplidos los ochenta años". Este último punto es clave para entender el resurgimiento en museos y subastas de EEUU y Europa de mujeres artistas que murieron con reconocimiento escaso o que recién en su vejez, están siendo rescatadas.
Es el caso de la italiana Carol Rama (1918-2015), cuya retrospectiva ha estado dando vueltas por el mundo desde 2014 y en la que se descubre a una creadora radical; feminista antes del feminismo por su retrato libre de la sexualidad y personaje admirado por Cesare Pavese, Pasolini, Man Ray, Orson Welles y Andy Warhol. Su mayor reconocimiento fue haber recibido el León de Oro de la Bienal de Venecia por su trayectoria (2003), un gesto tardío para una artista que vivió con escasísimos recursos. "Me irrita mucho haber sido 'descubierta' a los 80 años", reprochó, y mientras vivía del truque y la generosidad, una vez muerta el valor de su obra se disparó: los precios de sus cuadros llegan hoy hasta los 300 mil euros ($ 228 millones).
Con la pintora estadounidense Alice Neel (1900-1984) pasó algo parecido, aunque tuvo más suerte. Recién a los 70 años, en la década de 1970 y gracias al auge del feminismo, su trabajo -poblado de mujeres e inmigrantes de los márgenes de Nueva York- cobró fama. Al poco tiempo, después de cumplir 83, murió, y recién en los últimos años su figura reemergió -se paga hasta US$ 2 millones por sus cuadros- y en exposiciones individuales en EEUU, Inglaterra o Francia, en parte, gracias al trabajo del crítico Hilton Als. La historia se repite con la cubana Ana Mendieta (1948-1985), pionera del land-art y de la performance; dueña de una obra en la que abordó el cuerpo femenino y la violencia de género, de la que habría sido víctima, se cree, cuando cayó de un piso 34 tras pelear con su pareja, el escultor Carl Andre.
Como Neel, Mendieta se convirtió en un ícono feminista que fue revivido 30 años tras su muerte -hoy una muestra de su trabajo audiovisual es exhibido en la Martin Gropius Bau de Berlín-, pero su ausencia en los museos y la indiferencia hacia su supuesto femicidio han sido reclamadas por las Guerrilla Girls, quienes han protestado frente a la Tate Modern y a una sede del Guggenheim exigiendo que su nombre se integre en muestras donde se expusieron piezas de Andre. La pintora Carmen Herrera (1915), también cubana y aún viva, vendió su primer cuadro a los 89 años, a pesar de su extensa carrera. Fue amiga de Picasso, Matisse y Sartre, pero cada vez que intentó exponer le dijeron que las galerías eran para los hombres. Hoy, espacios como el Whitney Museum le dedican exposiciones.
Esta especie de rescate de artistas mayores que la industria del arte relegó a los márgenes en décadas pasadas tiene que ver con una toma de conciencia tardía, con algo así como un mea culpa del establishment artístico en relación al trato y al espacio reducido que le dio históricamente a las mujeres. La Tate Modern, que hoy exhibe una retrospectiva de Joan Jonas (1936), otra pionera del videoarte y la performance, desde 2016 realiza el programa Tate Exchange, que consiste en charlas para debatir temas como la representación e identidad de las artistas. El asunto se discute, pero las cifras no cambian: en Londres, una de las capitales del arte, apenas un 5% de galerías representan igual número de hombres y mujeres; y si en 1985 el MoMA dedicó una muestra a una mujer, en 2015 la cifra solo aumentó a dos.
Hace una semana, de hecho, la prestigiosa revista Paris Review publicó el artículo "Cuándo las artistas mujeres dejarán de ser vistas como musas", en el que, a partir de la obra de la pintora Gabriele Münter (1877-1962), mujer de Kandinsky, el crítico Cody Delistraty escribe: "La historia tiende a dar por sentado que las mujeres han sido influenciadas por hombres mientras que los mismos hombres no son vistos como influenciados por ellas", dice, como ocurrió con Camille Claudel, Frida Kahlo o Lee Krasner, parejas de Rodin, Rivera y Pollock. En tiempos de lucha por la igualdad de género, el mundo del arte empieza a hacer su propia autocrítica.
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