Le tomó dos o tres minutos escapar de un estanque lleno de agua y burlar las cadenas que lo apresaban, en la Plaza de la Aviación. Meses después reapareció suspendido a veinte metros de altura y durante dos horas frente al Palacio de la Moneda. Y en mayo pasado, y tras colgarse maniatado por una camisa de fuerza del popular puente de Los Candados, en Providencia, "empujó" desde las alturas, cual superhéroe, uno de los buses turísticos que a diario cruzan Santiago. Varios no se explican cómo lo hizo.
Con 33 años, Jean Paul Olhaberry ostenta el título del mago más reconocido en Chile, además del octavo lugar a nivel mundial, de acuerdo a la Federación Internacional de Sociedades Mágicas. Tras disolver en 2013 la dupla Magic Twins, el artista se ha ganado el aplauso y algunos de los principales trofeos de la escena internacional, incluido el Merlín Award, el Oscar de la magia.
"Ya no solo vivo de esto sino que vivo en esto. He ido adoptando ciertas prácticas que me han acercado aún más a los orígenes de la magia, como la apnea, el ayuno y los ejercicios de meditación", cuenta Olhaberry. "Me han hecho llegar a un estilo de vida más mágico y que logro traspasar con verdad sobre un escenario. Y como artista, lograr esa verdad es lo que más me interesa".
Su cuarto espectáculo, El mago del fin del mundo, que acaba de inaugurar el Famfest, "sigue una investigación de 4 años sobre la magia ancestral de Chile y Sudamérica, y además me dio la posibilidad de volver a conectarme con el teatro y reafirmar mi papel de mago", explica Olhaberry sobre el mismo montaje, que entre el 26 y 29 de julio llegará al Mori Parque Arauco.
Escrito y dirigido junto a Benjamín Matthey, e inspirado en la figura de Fitón -primer mago en esta tierra, según escribió el español Alonso de Ercilla en su poema La Araucana (1589)-, El mago del fin del mundo se divide en nueve actos. Al inicio hay juegos de sombras, entre los que asoma la Voladora, mensajera de los antiguos brujos y quien guía el montaje. A poco andar se suman una serie de números de levitación, escapismo (a lo Houdini: de un estanque con mil litros de agua), prestidigitación, fakir y mentalismo.
"Antes de cada función escribo tres cosas que luego proyecto al inicio de la obra, y que serán dichas en algún momento por tres espectadores; una sobre el pasado, del presente y del futuro", revela Olhaberry, quien se inició en la magia cuando tenía 8 años, como aprendiz del fallecido mago Larraín. "Junto al Mago Oli fueron los grandes referentes de esos años, y luego aparecieron otros como Juan Esteban Varela de Valparaíso, que también es un gran mago. Hoy te podría decir que sí se nota más una escena en Chile, en espacios como el Pata de Cabra (el teatro que el propio Olhaberry inauguró en 2014), el Festival Atacamágica de Copiapó y otros, pero aún falta abrir otros", opina.
Apunta, por ejemplo, a la falta de fondos específicos para la magia. "En mis espectáculos (Misterio, The illusive man, El rito) pasé por el circo, la danza y también el teatro, pues siempre se ha creído que la magia es más un arte afín a estas disciplinas que una por sí misma", opina. "Hoy creo haber encontrado esa raíz de la magia que yo buscaba. Por eso Fitón, que es como la primera manifestación de un mago, uno que podía viajar al futuro y al pasado, producir efectos mágicos y comunicarse con las aves. Más allá del reconocimiento, su presencia prueba que la magia puede intervenir la realidad. Y que el resto, el ingenio, es lo que te convierte o no en mago"