Uno.

Mick Jagger estuvo en la Plaza de Armas de Santiago. A los pies de la Catedral, asomando entre los encargados del aseo que barrían la vereda en una madrugada de febrero de 2016. También apareció junto a sus eternos compañeros de banda entre los estacionamientos del Estadio Nacional, separado por una reja del tradicional "pilucho", cuando se dejaron fotografiar ante un puñado de curiosos que circulaban por calle Grecia y, de pronto, oh sorpresa, tropezaron en sus narices con la institución musical más persistente del siglo XX. Y una noche de esos mismos días fue a cenar al restaurante Da Carla de Vitacura, donde se armó de paciencia para firmar autógrafos y hasta regaló la lata de bebida energética que se acababa de empinar.

Paul McCartney, en su última venida de 2014, no salió tanto, pero sí fue a comer al mismo lugar de su coterráneo: nadie supo. No hubo fanáticos, no lo viralizó por redes sociales, los garzones apenas se enteraron de quien tenían enfrente. En contraparte, Jagger subió a Instagram apenas pudo sus estratégicas imágenes en el centro capitalino y capturó secuencias que posteriormente incluyó en un documental. Está claro: ser un Beatle implica una posición casi divina donde no hay espacio para convivir con los mortales. Pero ser un Stone es precisamente mezclarse con esos mortales. Observarlos de modo horizontal, sentir que también se es parte de esa plebe. Es finalmente el molde en que han tallado su leyenda: una mano en la estrategia y la otra en la música.

Dos.

Hoy Jagger cumple 75 años, pero desde hace al menos una década varios libros lo han intentado perfilar en su naturaleza más completa y menos estereotipada. El principal de ellos ha sido la biografía homónima de 2012, de Philip Norman, quien en cada entrevista se encargó de subrayar: "Tal vez el mayor éxito de la banda ha sido vender el embalaje de la rebeldía, de ser irreverentes y jóvenes hasta hoy. Pero en él es casi todo falso". Beatles vs Stones (2013), del historiador John McMillian, es otro texto que barre caricaturas: aunque durante años ambos grupos se prodigaban admiración, lo que subyacía era competencia pura. El autor cita entrevistas de los 60 donde el propio Lennon disparaba contra una nueva banda de R&B de la escena londinense que sólo quería sacar provecho del incipiente furor Beatle.

McMillian también postula que los salvajes y arrabaleros fueron los hombres de Love me do -célebres por sus festines de cervezas, anfetaminas y amor tarifado en Hamburgo-, mientras que sus coetáneos eran jóvenes inclinados a los estudios. En su cuna, el padre de Jagger era subdirector de una escuela, mientras que su madre era peluquera. "Durante la adolescencia, Mick vivió en las comodidades de la clase media, con recursos para ser cliente por correo de Chess Records, el sello de blues de Chicago que definió el futuro de su banda", cita McMillian en su libro. En conversación con Culto, acota: "Había diferencias de clase dentro de los Stones, pero tanto Mick como Brian (Jones) eran privilegiados. Mick asistió a una escuela excelente: la London School of Economics, porque se estaba preparando para hacer una carrera en política o negocios".

Tres.

Andrew Loog Oldham, el productor inglés que descubrió a los Stones en 1963, jamás olvidó el primer flechazo con Jagger: "Vi el rock en cinerama y en 3D por primera vez. Su voz fue el primer trompazo de muchos que me noquearon. Se movía como un tarzán adolescente". Oldham urdió una estrategia impecable, no sólo para contraponerlos a The Beatles; para la salida del primer single, contrató a cincuenta mujeres para que fueran a comprarlo en días distintos, generando velozmente el cartel de "agotado". Y en sus primeros shows, él mismo se metía haciendo escándalo entre el público, gritando y empujando, con el fin de que cada recital culminara al filo del caos y el peligro.

Cuatro.

Jagger tomó apuntes. En la cima de su popularidad, se enamoró de la posibilidad de despachar hitos para los libros de historia. En 1967 quiso conquistar Europa del Este, campo minado para el rock imperialista: dieron dos recitales históricos en Polonia. Cuando en 1969 Nueva York organizó Woodstock, él viajó hasta California para hacer algo aún más colosal, Altamont, que terminó en un fiasco. Y en 1979 quiso llegar hasta China. Su staff le envió a los líderes comunistas suavizados perfiles del conjunto y puso acento en que también habían escrito composiciones inspiradas en la clase obrera. Finalmente, una serie de desavenencias con Washington sepultaron la iniciativa.

La revancha con la bandera comunista vino en 2016, cuando tocaron en Cuba. Los Stones hoy siguen girando por Europa, a las puertas de sumar nuevas fechas en Norteamérica y quizás un retorno a Sudamérica en el horizonte. El apetito de Mick nunca afloja. No se cansa de sumar caras y capítulos en su inevitable camino a la eternidad.