Desierto: aquí nada es gratis
En este relato breve y bien logrado, Daniel Plaza aborda la miserable existencia de los emigrantes y articula un misterio policial alrededor de un asesinato salvaje.
Valiéndose de un lenguaje simple y efectivo, el escritor Daniel Plaza plantea en Desierto, su segunda novela, un tema sobre el que la literatura nacional, en cuanto a espejo de la realidad, reparará cada vez con mayor frecuencia: la precariedad existencial de los emigrantes en Chile. A través de cuatro voces sucesivas, elocuentes y bien acotadas, el relato transmite parte de los hechos en torno al bestial asesinato de una inmigrante ocurrido en el "Preludio", un hotelucho de incuestionable mala muerte. Tres de los hablantes son extranjeros que arribaron al país en búsqueda de mejores horizontes, y, claro, ninguno de ellos tiene cosas buenas que decir acerca del entorno ni de la gente que lo habita.
La primera voz, la del compatriota, corresponde a un policía joven, soltero, tal vez algo inexperto en los gajes de su oficio, esto a juzgar por la reacción que le provoca la perturbadora escena del crimen: dos veces ha de salir corriendo a vomitar, despavorido, frente a la entrada del "Preludio". Luego hace su aparición el encargado de un locutorio de Internet, quien, a través de un email largo dirigido a un amigo, se refiere a las miserias que los clientes del negocio les transmiten a sus familiares en el extranjero: "La lista de lamentos que hay que escuchar, los lloriqueos de las mujeres por una causa u otra, hacen que uno quiera arrancar de este sitio a la primera". La tercera voz pertenece a una mujer que ha dejado atrás, en su lugar de origen, a su marido y a su hijo pequeño para tentar suerte en Chile. Finalmente llega el turno de un narcotraficante de poca monta que estima que "el trabajo pasó de moda, ahora lo que importa es tener dinero".
El desierto aludido en el título del libro ha de entenderse como una metáfora amplia, puesto que la historia transcurre en una ciudad sin nombre que perfectamente podría ser Santiago, Concepción, Iquique o Antofagasta. La identificación, no obstante, deja de ser difusa cuando los personajes hablan de las vivencias que enfrentan en nuestro país: "Desde que llegas a la aduana eres recibido con desprecio". Dos de ellos -el empleado del locutorio y el narcotraficante- se han formado ideas bastante precisas del chileno. El primero, que en su momento trabajó como parte de una cuadrilla de aseadores de un centro comercial, repara en la fascinación de la gente por el mall y se sorprende con la inmensa cantidad de basura que los paseantes son capaces de desparramar: "Todo lo tiraban al suelo, los niños y los adultos".
Debido al dinamismo de su profesión, el narcotraficante ha recorrido más lugares de Chile. Ello incluso le permite desplegar una teoría, no muy sofisticada pero convincente, acerca de las diferencias que existen entre los habitantes del norte y del sur. "Hay que aclarar un detalle, sin embargo. Tanto en un extremo como en el otro, la gente pasa extensas jornadas en el trabajo". Ahora bien: debido a diferentes razones -no todas ellas revelables-, el testimonio mejor logrado es el de la mujer. Por medio de la notable seguidilla de emails cortos que le envía a su marido, la corresponsal esboza con admirable efectividad lo que es verse atrapada en un infierno ajeno: "Aquí nada es gratis, Juan". Los chismes, la pobreza, los celos de Juan, las mentiras, las añoranzas y el abandono constituyen la materia prima de aquel reporte crucial, retrospectivamente ambiguo, y en todo sentido conmovedor.
Daniel Plaza va oscureciendo con sutileza las circunstancias que rodean al asesinato: las diferentes perspectivas están expuestas con astucia y con intencionada parquedad; las relaciones que la mayoría de los hablantes mantuvieron con la víctima se revelan inesperadamente. Eso hasta que llega el momento en que, quizás, le corresponda al lector arriesgar una teoría propia acerca de qué diablos ocurrió al interior de una covacha infame del "Preludio"
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