Vi el extra en televisión y corrí hasta la casa contigua de mi abuela donde mi mamá estaba planchando para dar mi primera noticia con cinco años ese 16 de agosto de 1977. "Murió Elvis Presley", anuncié agitado por la carrera y la impresión. Sabía perfecto de quién se trataba, lo escuchábamos siempre. Mi mamá soltó un suspiro entre sorprendida y abatida. Mi papá se enteró mientras hacía fila para almorzar en la pega. Incrédulo, sintió una pena tremenda. El mundo se paralizó ese día porque Elvis era el indiscutido rey del rock y alguien así parecía ajeno a la muerte. No había nadie más grande que él y sólo Los Beatles le competían en popularidad. Sus películas las daban en la tele y sus elepés eran de consumo masivo. En mi casa Elvis golden records, Vol. 3 (1963) estaba carreteadísimo y ahora, mientras escribo, lo repaso después de mucho tiempo. En esa selección de singles entre 1960 y 1962, aquella voz inigualable dejaba atrás al pionero del rock para internarse en el crooner con unos arreglos superlativos.
Elvis podía obsesionar. Lo vi en Roberto Ortiz, un comerciante de jopo que hablaba del ídolo con tono académico. En René de la Vega, que con una torre de cintas VHS del rey en su living, no respondía preguntas sobre Elvis por orden de su padre, ataviado con sombrero vaquero igual que el coronel Tom Parker. Lo vi en Marcelo Rossi, el Elvis chileno, cantante octogenario que aún lo encarna con patillas y trajes ajustados en la bohemia de Valparaíso.
Conocí a D.J. Fontana, el baterista de sus primeros años, cuando vino a Chile como parte de esos show de impersonators retratando a Elvis en distintas etapas, un anciano que mantenía el mismo peinado por medio siglo. Observé largo rato a ese baterista afortunado de redobles atolondrados, testigo presencial del momento en que Elvis cambió el curso de la historia convertido en un fenómeno cultural primero en Estados Unidos y luego planetario, sintetizando una combinación inédita de erotismo salvaje, desenfado y romanticismo capaz de enloquecer a la juventud para disgusto de padres y autoridades.
Ese ídolo tuvo la costumbre de dictar pautas en la industria. Dicen que el primer video clip es "Rapsodia bohemia" de Queen pero mi voto va para "Jailhouse rock". El coronel Parker fue un implacable hombre de negocios que llevó al límite sus habilidades comerciales aprendidas en ferias itinerantes plagadas de tahures. Estiró su fortuna hasta Aloha from Hawaii en 1973, la primera transmisión vía satélite de un concierto sintonizada por más de mil millones de personas, y que además del hito fue una enésima voltereta del manager para evitar las giras internacionales temeroso a ser deportado por su condición de ilegal, provocando un daño irreparable en la trayectoria artística de su artista con quien compartía ganancias 50 y 50.
Ese año no solo fue la crisis del petróleo y el Golpe en Chile, sino el último en la carrera de Elvis Presley como figura indiscutida de primerísima línea. Luego, el descenso infernal que culmina con su cuerpo mórbido sin vida a pasos del retrete, y un proceso de degradación de un legado mal cuidado. Agobiado por las deudas Tom Parker hizo pésimos acuerdos con su catálogo y la curatoria audiovisual recién recibió un trato digno con el documental de este año The Searcher de HBO.
De su primer periodo sobrevive escasísimo vestigio filmado más allá de las históricas apariciones en televisión. Sus lanzamientos recopilatorios se han vuelto triviales y al conmemorarse los 40 años de su muerte en 2017, no hubo mayor repercusión mediática. Para el público joven es un desconocido aún cuando, curiosamente, el desparpajo sexual de sus inicios lo hermana con los argumentos del reggaetón. Comparado a The Beatles, cuanto rodea a Elvis parece irremediablemente añejo y caricaturesco. No deja de ser injusto porque sin él no sólo no habrían existido Robert Plant, Luis Miguel y Sandro -estrellas inspiradas sin disimulo en su estilo-, sino tampoco un movimiento cultural que visibilizó por primera vez a los jóvenes en la sociedad.
"No estoy de acuerdo contigo", me alegó mi mamá por teléfono luego de decir más o menos esto mismo en un programa radial. "Elvis nunca será olvidado". Respondí que ojalá fuera así, pero tengo mis dudas. Recordé el caso de Gardel.
"Cuando eras niña él era un ídolo popular y ahora solo los más viejos lo recuerdan".
Mi mamá pronunció ese mmh socarrón que no te concede el punto. Le dije que nosotros siempre lo recordaremos pero que mi sobrino, su nieto, un quinceañero, apenas sabe quién fue el rey del rock.
Cuesta pensar en un personaje más magnificente y trágico. "¿Cómo me verán?", se preguntaba Elvis tres meses antes de morir, hundido en la depresión, físicamente destruido y condenado al aislamiento. "No se acordaran de mí. Nunca he hecho nada perdurable. Nunca he hecho una película clásica".
Quizás la profecía del rey dictando su propio olvido se cumpla.