Lejos de los distritos tecnológicos y los barrios de lujo, la modernidad de Tokio recibe una bofetada de realismo doméstico que en Occidente no muchos conocen. Los clichés de la cultura robótica y la sociedad hipereficiente nipona no tienen demasiado que ver con los ladrones de supermercados que tratan de llegar al final del día en Shoplifters (2018), la película que este año se llevó la Palma de Oro en el Festival de Cannes. Dirigida por el experimentado realizador japonés Hirokazu Kore-eda (1962), la cinta es la historia de la familia Shibata, siempre dispuesta a encontrarle un sentido al día a pesar de las urgencias económicas.
La incorrección de Shoplifters (cuyo título original en japonés es Manbiki kazoku y se puede traducir literalmente como Familia de ladrones de supermercados) es que acá los protagonistas están del lado perseguido por la ley. Los Shibata roban en grandes almacenes, adoptan niños que no devuelven a sus padres y perseveran en la cultura del hurto. Sin embargo, eso no importa demasiado después de que Hirokazu Kore-eda los pinta con su usual grandeza de ánimo y humanismo. A pesar de sus defectos, la matriarca Hatsue (Kirin Kiri), el padre de familia Osamu (Lily Franky) y la madre Nobuyo (Sakura Andô) son mejores de lo que pueden sospechar los vecinos más mezquinos.
Aquel optimismo honesto y desenfadado es el que pesó más que cualquier otra razón cuando hace tres meses el jurado encabezado por Cate Blanchett decidió darle la Palma de Oro en el Festival de Cannes. Se trató, bajo los escrutinios de muchas publicaciones especializadas, de una de las mejores ediciones del festival francés en lo que va del nuevo siglo y en aquella contienda de campeones la cinta de Kore-eda ganó la partida. Será, por supuesto, una de las principales atracciones del 14 Santiago Festival Internacional de Cine (Sanfic), que lo incluirá en su sección Maestros del Cine.
La muestra organizada por Fundación CorpArtes y producida por Storyboard Media comienza hoy en la noche con la exhibición de la película argentina El ángel, que desde su debut la semana pasada en el país trasandino ya lleva medio millón de espectadores. Con alrededor de cien producciones en todas sus secciones, el 14 Sanfic exhibe este año una considerable cantidad de películas premiadas en los festivales de Cannes, Berlín y Locarno. Es decir, los tres más importantes en lo que va del año.
En la ceremonia de inauguración en el Teatro CorpArtes estarán presentes el director Luis Ortega y el actor Lorenzo Ferro, realizador y protagonista de El ángel, respectivamente. Pero, además, será la ocasión para presentar a la actriz española Maribel Verdú, la estrella invitada este año al encuentro y de quien se dará una retrospectiva con seis películas: Amantes (1991), Belle époque (1992), El entusiasmo (1998), Y tu mamá también (2001), El laberinto del fauno (2006) y Abracadabra (2017).
Intolerancia política y racial
La mencionada sección Maestros del Cine concentra la mayoría de las películas premiadas en el último Festival de Cannes, entre ellas El infiltrado del Klan (2018), de Spike Lee. Protagonizada por John David Washington y Adam Driver, esta explosiva comedia política y militante recrea el caso de Ron Stallworth, un policía afroamericano de Colorado que se hizo pasar por blanco (por teléfono) y engañó a la célula local del Ku Klux Klan en los años 70. Tarde o temprano, Stallworth y sus compañeros de trabajo desbaratarían al organismo.
Con directas y gráficas alusiones a Donald Trump y a los recientes conflictos raciales en Estados Unidos, El infiltrado del Klan luce como una de las películas que puede pelear los Oscar. Además, trae un currículum irrebatible: ganó el Gran Premio del Jurado en Cannes 2018.
Otro filme con fuerte carga histórica y política es Cold war (2018), que este año obtuvo el premio a Mejor Director en Cannes. La dirige el polaco Pawel Pawlikowski, que en el 2015 ganó el Oscar extranjero por Ida (2013), y como en aquel trabajo, otra vez filma en blanco y negro. Los tonos grises le vienen como anillo al dedo a esta historia romántica y terminal sobre un pianista de jazz y una cantante que nacieron en el país equivocado en el momento incorrecto. Poco después de terminada la Segunda Guerra, Zula (Joanna Kulig) inicia un romance con Wiktor (Tomasz Kot): primero son artistas mimados por el régimen comunista, pero pronto Wiktor se harta y huye a Francia. A París lo sigue Zula, quien vacila entre llevar una vida libre o retornar a Polonia y asegurar su futuro.
La misma generosa cosecha de la Competencia Oficial de Cannes 2018 nos trae 3 Faces del iraní Jafar Panahi y Dogman del italiano Matteo Garrone. La primera se desarrolla en territorio rural. Específicamente en las montañas en las afueras de Teherán, donde el director de cine Jafar Panahi (por supuesto, haciendo de sí mismo) conduce su auto 4x4 acompañado de la actriz Behnaz Jafari (también interpretándose a sí misma) en busca de una muchacha que supuestamente se suicidó después que su familia le impidió ser actriz. Ambos creen que es una farsa y quieren dar con el paradero de la chica.
La película es un tesoro de templanza y economía de recursos: Panahi (a quien se le tiene prohibido filmar en su país) aprovecha los pocos recursos que tiene para contar una gran fábula sobre costumbres rurales, mentiras, intolerancia y, en fin, Irán. Ganó el premio a Mejor Guión en Cannes 2018, compartido con el de la italiana Lazzaro felice (2018).
Hablando de italianos, Dogman es el retorno de Matteo Garrone a sus relatos de realismo (e hiperrealismo urbano) tras el paréntesis fantástico de la curiosa El cuento de los cuentos (2016). Ahora el director de Gomorra (2008) vuelve a los territorios de la mafia, en particular de la camorra del sur de Italia. En un pueblo pesquero, el peluquero canino Marcello (Marcello Fonte) vive, como todos los habitantes, bajo el látigo del miedo de Simoncino, un ex boxeador que aterroriza y golpea a quien se le ponga en el camino. Más temprano que tarde, Marcello decidirá hacer lo que nadie se atreve. Por este rol, Marcello Fonte obtuvo el Premio a Mejor Actor en Cannes 2018.
Recién salida del horno es la chilena Tarde para morir joven (2018) de Dominga Sotomayor, que a diferencia de los filmes nombrados no se exhibirá en el apartado de Maestros del Cine, sino que en Función Especial. El segundo largo de la directora de De jueves a domingo (2012) acaba de ganar la semana pasada el premio a Mejor Director en el Festival de Locarno, donde la crítica especializada le rindió honores desde las páginas de Variety y, particularmente, The Hollywood Reporter. En su trama, Sofía, Lucas y Clara enfrentan los primeros temores y amores de la adolescencia y la pubertad. La historia, con señas autobiográficas, transcurre en la Comunidad Ecológica de Peñalolén en un verano de inicios de los 90.
Esta misma sección nos trae Tyrel, la más reciente obra del chileno radicado en Nueva York Sebastián Silva. Exhibida en el Festival de Sundance, Tyrel incomoda y descoloca, como el mejor cine del realizador de La nana (2009). Aquí el objeto del escarnio es Tyler (Jason Mitchell), un joven afroamericano que por esas jugarretas de la vida va a parar a un refugio de muchachos blancos en los bosques del estado de Nueva York. El título, otra broma, alude a cómo llaman los blancos a Tyrel.
El menú del festival, como siempre, es muy amplio y mas vale ver aquellas cintas que difícilmente se estrenen próximamente en el país. En es sentido Shoplifters, 3 Faces, Dogman, la alemana Transit o la rusa Dovlatov son prioridad absoluta. Pero, en tiempos en que el streaming y la pantalla chica parecen llevar la delantera en tantas cosas, es posible que cualquier película del festival valga la pena sólo por el hecho de darse en el lugar y en las condiciones para la que fue creada: la irreemplazable sala de cine.