"Las historias de Aira parecen fragmentos de un infinito e interconectado universo en constante expansión", dijo la madrina punk y también escritora Patti Smith sobre César Tomás Aira González, más conocido como simplemente César Aira (Coronel Pringles, 1949).
Los libro de Aira apenas superan las cien páginas, aunque estos por lo general son viajes tan provocadores, como humorísticos y paródicos.
Con la llegada de Prins a librerías locales (su libro número 102), queda claro que entrar al mundo de Aira puede ser un reto.
Porque con el tiempo el argentino sea ha vuelto en una suerte de científico-loco; uno que busca conquistar el mundo en base a la publicación de novelitas (como les dice el mismo Aira) que parecen clones de a su vez otras novelitas publicadas con anterioridad.
Así, lo que sigue son cinco categorías para ingresar a la desmesurada bibliografía de este autor argentino.
Aira comediante
Hay libros de César Aira que no tienen una "trama" propiamente tal. Son novelas discursivas, llenas de auto-referencias y bromas y mucho humor. No es muy distinto a un stand up comedy intelectual. En Cómo me reí, por ejemplo, seguimos los pensamientos de un autor sobre el origen de sus obras:
"Deploro a los lectores que vienen a decirme que 'se rieron' con mis libros, y me quejo amargamente de ellos. Lo he hecho en forma oral o por escrito cuantas veces se ha presentado la ocasión. Es un lamento constante en mí, puedo decir sin exagerar que esos comentarios han envenenado mi vida de escritor".
Otro caso es Cómo me hice monja, donde conocemos a niño precoz de seis años de edad, de nombre César, que dice ser, alternativamente, un chico y una chica (pero bueno: sobre todo una chica). Así empieza:
"Mi historia, la historia de 'cómo me hice monja', comenzó muy temprano en mi vida; yo acababa de cumplir seis años. El comienzo está marcado con un recuerdo vívido, que puedo reconstruir con su menor detalle. Antes de eso no hay nada; después, todo siguió haciendo un solo recuerdo vívido, continuo e ininterrumpido, incluidos los lapsos de sueño, hasta que tomé los hábitos".
En otras novelas, a su vez, sí hay una trama más marcada.
Aunque el tono –a medias entre confesional y paródico– da la sensación de estar escuchando a un comediante punzante ante que a un circunspecto escritor.
En El congreso de literatura, por ejemplo, un escritor concibe un diabólico plan: conquistar el mundo clonando a un "hombre superior". Y este "hombre superior" no es otro que el entonces recientemente fallecido escritor Carlos Fuentes.
"La primera parte del operativo, la que más exigía de mí, estaba cumplida: había conseguido una célula de Carlos Fuentes, la había puesto en el clonador y a éste lo había dejado funcionando en condiciones óptimas".
Por momentos César Aira no parece autor sudamericano. Tal vez no se toma en serio. O porque más bien sabe que no hay nada más serio que el humor.
Aira villero
A César Aira no le interesa cambiar el mundo. No es, como la mayoría de los escritores de la región, un intelectual-superhéroe que le indica al lector cómo debe observar la realidad. O cómo mejorar la sociedad. O cómo ser mejor persona. O por qué candidato votar.
El mismo Aira lo ha dejado claro: "Si alguien usa la literatura como vehículo para transmitir ideologías le está haciendo un disfavor. Si quieres exponer tus ideas sobre el deterioro ambiental ya tienes Facebook y los diarios".
Aún así a César Aira le interesa investigar (a su manera) otras realidades. Lo cual no significa que les haga justicia, claro, pero por lo menos sí tiene curiosidad sobre cómo se vive en otras partes.
En este caso, otras partes de su ciudad: Buenos Aires.
Así, una buena manera de entrar al mundo Aira puede ser a través de La villa, Las noches de Flores y Los fantasmas. En estas tres novelas el autor ahonda en una ciudad modificada por una severa crisis económica. Por ahí pasan narcotraficantes, policías corruptos, inmigrantes, jueces salvajes, colegiales entrometidas, predicadores, cartoneros, repartidores de pizza, familias que duermen en la calle, bandas juveniles haciendo destrozos, viejos y niños abandonados, borrachos…
"El trabajo lo puso en contacto con una cara de la sociedad que de otro modo habrían ignorado", como dice el narrador de Las noches de Flores, en la que por culpa de la crisis argentina un matrimonio debe repartir pizzas. "También con una cara de ellos mismos que no habría salido a luz".
Tanto en esa, como en otra de sus novelitas sobre la ciudad, Aira comienza con una escritura naturalista y simple que muta hacia zonas inverosímiles, delirantes y muy divertidas. Esa, claro, es su forma de hacer realismo social.
Aira ensayista
El autor argentino es un lector disparejo. Y eso se nota cuando escribe ensayos. Porque al hacerlo rescata y escribe sobre autores argentinos, pero estos y estas siempre parecen estar en los márgenes del canon. Aira tiene libros sobre la poetiza Alejandra Pizarnik y el escritor, dramaturgo y dibujante argentino Copi; así como también estuvo tras la recolección de la obra de Osvaldo Lamborghini.
Y si bien todo esto suena muy intelectual, a no engañarse: tal como sus novelas, los ensayos de Aira son un disparate. Las digresiones están a la orden del día y a veces –la mayor parte del tiempo– el autor no aterriza ninguna conclusión, pero lo que vale es el viaje y la lucidez humorística con que Aira ensaya ideas.
"Quizás hoy a los niños se les explican demasiadas cosas, se los estimula a entenderlo todo y se les dan los instrumentos para responder al instante sus preguntas", dice el mismo Aira en Continuación de ideas diversas, publicado por Ediciones UDP. "Esta actitud también puede ser parte de un proceso evolutivo de la sociedad, destinado a impedir la reproducción de soñadores improductivos".
Y esa frase bien podría describir su modus operandi ensayístico. Uno que también esboza en libros como Sobre el arte contemporáneo, seguido de: En la Habana y Evasión y otros ensayos, ambos publicados en Chile por Random House.
Dentro de esta faceta, acaso su libro más inusual es Diccionario de autores latinoamericanos, grueso volumen que supera las 600 páginas y abarca cinco siglos de literatura latinoamericana. Una enciclopedia en que Aira escribe tanto de autores casi desaparecidos como de otros canónicos y muy parodiables (Pablo Neruda). Pronto la editorial Tajamar lo reeditará en Chile.
Aira traductor
Otra manera de entrar al mundo Aira es oblicuamente: es decir, a través de su traducciones. La lista es larga y variopinta y políglota: Aira ha traducido del francés (Antoine de Saint Exupéry, Jan Potocki), del inglés (Jane Austen, Raymond Chandler, Donna W. Cross, Brian Aldiss) y hasta del alemán: La metamorfosis, de Franz Kafka, también ha sido traducida por Aira y en Chile la publicó LOM.
"Básicamente traduje bestsellers, commercial fiction. Eso solamente para ganarme la vida", dijo en alguna entrevista sobre esta faceta. "Nunca me gustó la traducción para la literatura. La gente debe aprender idiomas y leer los libros en su idioma original".
Más allá de sus declaraciones –las cuales, como su obra, hilan una fina ironía–, Aira ha seguido traduciendo.
Está Maus, la gran novela gráfica del holocausto creada por Art Spiegelman, que asimismo fue traducida por Aira. Y las siguientes obras de Stephen King: Cementerio de animales, Misery y Christine.
Es verdad: puede que no haya autores más disímiles que King y Aira; aunque por eso mismo, tal vez, leer una traducción del último al primero es uno de esos crossover literarios que vale la pena revisar.
Aira drogadicto
Un autor famoso decide abandonar definitivamente la escritura. Está frustrado y amargado ya que sus aspiraciones literarias de juventud cedieron frente a las exigencias del mercado editorial.
¿Y a qué se dedicará a continuación?
"Tras una sobria y concienzuda consideración me decidí por el opio", dice el narrador de Prins, el último libro de César Aira en llegar a librerías chilenas. Esta novela, de alguna manera, tiene todo lo que Aira acostumbra a ofrecer: un narrador que se ríe en la cara del lector (y a la vez lo entretiene); personajes que parecen hologramas parlanchines; lo poblacional y barrial y urbano; y reflexiones sobre la necesidad de escribir; o sobre la necesidad de no escribir; o sobre la necesidad de drogarse.
"Me preguntaba cómo era posible que esa enorme cantidad de gente se las arreglara sin el opio", dice el narrador de Prins. "Eran vidas realistas; iban por los carriles de bronce de la realidad".
Es cierto, eso sí, que como sucede en otras de sus novelas, en Prins las fortalezas de Aira pueden convertirse en defectos. Por ejemplo esa prosa barroca que a ratos se vuelve onanista. O los personajes que en vez de hologramas parecen de cartón. Y el hecho de que, al dar vuelta la última página, quede una sensación de vacío. Como si la única forma de saciarse al terminar de leer una novela de César Aira fuera justamente buscar otra.
Y otra.
Y otra.
Y otra.
En otras palabras: sí, como una droga.