Preparen sus cámaras, avisa Norma, la mujer encargada de llevarnos a conocer a la estrella. Entramos por la parte de atrás de su casa en California, en las afueras de Los Angeles. Alguien abre la puerta y pasamos a lo que quizá sea su camarín. Los reflectores apuntan hacia él, vestido de frac y moño. Parece feliz de vernos. Sonríe todo el tiempo pero no nos dice nada. El único que está con él es su fotógrafo particular. "¿Cuántas fotos le tomas al día?", preguntamos. "Mil trescientas", contesta, y pensamos cómo alguien es capaz de mantener buena cara después de 9 mil flashazos a la semana. Tal vez es eso lo que lo mantiene joven: para tener 90 años, Mickey Mouse está como nuevo.
Fue en noviembre de 1928 que el mundo -es un decir; en realidad fueron unos cuantos, entre el humo del cigarro y las risas de una sala de cine de cinco centavos- conoció a Mickey. Ya no es necesario pronunciar su apellido; quizá nunca lo fue. Debutó en pantalla con el cortometraje Steamboat Willie: la imagen clásica del ratón que gira el timón de un barco con un envidiable sentido del ritmo. El corto, exhibido antes de una película de gánsters que hoy ya nadie recuerda, se volvió una sensación inmediata por haber logrado sincronizar exitosamente, por primera vez, los dibujos animados con el sonido.
El aire chaplinesco, pícaro y juguetón de Mickey lo convirtió en un fenómeno popular precisamente durante una de las décadas más duras en la historia de Estados Unidos: los tiempos de la Gran Depresión. "La gente quería un escape", dice Becky Cline, directora de los archivos Disney. "Todo el mundo sonríe cuando ve a Mickey Mouse".
Cline es la encargada de resguardar la enorme cantidad de artículos comerciales y publicaciones que se acumulan en los archivos de la compañía que, 90 años después, le debe todo a un ratón.
"(Mickey) era como Elvis", asegura Ken Shue, vicepresidente del área de publicaciones de Disney, para explicar el impacto y el nivel de fanatismo que generó en su momento el personaje, el cariño sostenido que representan esos tres círculos inolvidables.
El legado de Mickey dentro de la compañía es tan grande que Shue muestra un escritorio casi tan viejo como el ratón, que Disney resguarda en sus oficinas de Burbank, California. Está detrás de un cristal, como la pieza de museo que es: ahí es donde durante décadas un ilustrador llamado Floyd Gottfredson dibujó a Mickey Mouse. "Ese escritorio tiene más ADN de Mickey que cualquier otro objeto", bromea Shue.
El alter ego
El cariño con el que la gente de Disney habla de Mickey es genuino, y viene de lejos. No es trivial que Walt Disney hiciera la voz del ratón durante años, y que prácticamente en cada oficina que uno visita de los estudios Disney haya una imagen de ambos. "Mickey era el alter ego de Walt", afirma Eric Goldberg, director de Pocahontas. "Todos lo decían", dice.
Para Paul Rudish, productor ejecutivo de la serie animada de cortos de Mickey en Disney Channel, el personaje era un reflejo de su creador. En las oficinas de uno de los ilustradores de la serie uno puede ver una pequeña escultura que imita un cuadro famoso de Norman Rockwell: Mickey, sentado frente a un óleo y un espejo, dibuja un autorretrato. El resultado: el rostro de Walter Elias Disney.
La historia de cómo nació Mickey Mouse es, al mismo tiempo, archiconocida y un misterio. Se sabe que míster Disney había creado antes a otro personaje, el conejo Oswald, pero que cuando el dibujante perdió los derechos de imagen, se vio obligado a darle vida a otra figura. ¿Por qué un ratón? Disney decía, a veces, que era porque había visto pasearse a uno por su escritorio, y de ahí la inspiración. Pero a veces contaba que la idea había nacido durante un viaje en tren a California. A cada quien le contaba un cuento distinto. "Walt nunca dejaba que los hechos se interpusieran en el camino de una buena historia", dice Becky Cline desde la entraña de los archivos de la compañía. Si ellos no saben con certeza, ¿qué esperanza nos queda al resto?
Quizá nadie está seguro de la concepción, pero todo mundo conoce al dedillo el resultado. "Mickey es el personaje más reconocible del mundo", dice Josh Silverman, vicepresidente ejecutivo de comercialización global de Disney. José Zelaya, ilustrador salvadoreño que trabaja en la creación de la serie animada Mickey: Aventuras sobre ruedas, añade algo parecido. "En algún lado leí que Mickey es el segundo trazo más reconocido en el planeta, sólo por detrás de la cruz".
Zelaya dice que no está seguro, que no lo citemos como autoridad en el tema, pero su sentencia es reveladora: estamos frente a un personaje que compite en popularidad global con Jesucristo.
"Entonces, ¿cuál es el secreto?", le pregunta una empleada a otra dentro de las oficinas de Disney Channel, y pongo atención sólo porque podrían estar hablando de Mickey, de su leyenda, de cómo sigue más vivo que nunca el amor por un personaje que sólo tiene cuatro dedos, que no envejece. "Me hace reír", contesta la segunda. "No es, digamos, muy guapo. Pero me hace reír". Quizá hablaba de un novio, pero prefiero seguir pensando en la caricatura: en cómo un personaje terriblemente carismático, travieso, inteligente, pícaro, vivaracho, divertido, de buen corazón, ha logrado lo imposible entre hombres, mujeres, niños y abuelos: querer a un ratón.
Todo mundo tiene una opinión de Mickey. Hable uno con quien hable en los estudios de Burbank la devoción al personaje es tan real, que a veces parece que hablaran de una persona; por ejemplo, de un ex presidente notable, o un ídolo inolvidable. "Es una caricatura, pero es como si todos supiéramos quién es", dice Ken Shue. Para Zelaya, cuando la gente habla de Mickey Mouse "se reflejan las personalidades de los que lo están viendo".
"Mickey es nada más un montón de círculos", bromea entonces Rob LaDuca, productor ejecutivo de la serie animada en la que trabaja Zelaya. Y entonces, de inmediato, parece arrepentirse, como si hubiera dicho algo imperdonable.