No es difícil, mientras uno busca información sobre Emil Ferris, encontrarse con frases tan rotundas como estas: "Bienvenida al canon, señora Ferris", como la presentó Vulture, o una que escribió el respetado historietista Art Spiegelman, responsable del irrepetible Maus: "Emil Ferris es una de las autoras de cómic más importantes de nuestra época", dijo el sueco, desde la contracubierta de Lo que más me gusta son los monstruos (Reservoir Books), un voluminoso libro protagonizado por una niña-lobo lesbiana, "una pequeña Sísifo que soporta el acoso escolar con la resignación de quien recorre siempre la misma escalera", como describió El País.
La primera novela gráfica de Emil Ferris (1962, Chicago) sorprende por su expresionista despliegue visual, una mezcla de dibujo clásico, viñetas pulp, retratos gore y una singular protagonista de nombre Karen Reyes entregada a la oscuridad de su fantasía: esclarecer el asesinato de su vecina del piso de arriba, una superviviente del Holocausto en el Chicago de fines de los años 60.
Todas esas cosas saltan a primera vista en Lo que más me gusta son los monstruos, el debut ganador de Ferris que se hizo de tres Premios Eisner. Estas otras se saben un poco menos: que, por así decirlo, el centro líquido de la historia es la mezcolanza entre lo personal y lo político, y el pasado y el presente, así como los sentimientos de aislamiento y la falta de sentido de pertenencia que expresa la protagonista.
Y que lo anterior deriva desde un momento bisagra en la vida de Ferris, según ha contado ella misma. Uno de varios momentos oscuros y complejos que la ex diseñadora de juguetes de McDonald's ha debido sortear antes de alcanzar el éxito a sus 55 años.
En 2001, cuando trabajaba de noche para cuidar durante el día a su hija de siete años, la autora se contagió del virus del mosquito del Nilo occidental, lo que la inmovilizó durante semanas.
Según ha dicho en diversas entrevistas, su diagnóstico era macabro: "El jefe de neurología me dijo que me quedaría paralizada de cintura abajo y que no confiara en recobrar el uso de mi mano derecha".
Su vida entraba, perdonando lo manido de la frase, en uno de esos túneles sombríos y macabros, como sacados de la pictórica desgarrada de Guayasamín, aunque no era el primero que transitaba. "Yo era una niña discapacitada que no podía correr tan bien como los demás y que tenía otras limitaciones físicas", contó a los medios de su etapa escolar.
Luego agregó: "Fui muy afortunada porque encontré unos amigos fantásticos, los monstruos, tanto vivos como ficticios, que me ayudaron a sobrevivir entre los compañeros, los profesores y los trabajadores de mi colegio".
El virus del Nilo acabó por inmovilizar tres de sus extremidades cuando comenzaba a trabajar en Lo que más me gusta son los monstruos, según recoge The Guardian.
Pero Lo que más me gusta son los monstruos, la novela gráfica basada en su propia infancia y en las experiencias de familiares y amigos que sobrevivieron al Holocausto, traería más dolores de cabeza para su autora.
Antes de los premios Eisner, antes de las entrevistas y el apoyo de los grandes nombres del cómic, la compañía china que enviaba las copias de impresión desde Corea del Sur a Estados Unidos se declaró en quiebra y los libros quedaron retenidos por los acreedores de la naviera en el Canal de Panamá.
Desde que llegaron a puerto este año, aunque se cansa y le cuesta más que antes, Ferris se transformó en la autora del más singular cómic de la temporada, uno que finalmente ya está aquí, entre nosotros, y que logra, como apunta el Chicago Tribune, "el difícil arte de mantener el equilibrio entre un dibujo espectacular y un estilo literario genial".