Sol Serrano: "No soy partidaria de los museos de empate"
La primera historiadora en recibir el Premio Nacional comenta la obtención del galardón, los alcances de la ola feminista y las relaciones entre memoria e historia.
El pasado lunes, Sol Serrano (Santiago, 1954) quiso "representar a todas las mujeres que se han dedicado a la historia y a las muchísimas que vienen". Era la primera en recibir el Premio Nacional, tras 44 años, y exudaba emoción. La académica de la UC, autora de Universidad y nación y ¿Qué hacer con Dios en la República?, ya había postulado dos veces y dice ser consciente de que perder públicamente no sale gratis. Pero declara que si hubiese ganado otra historiadora, bien podría haber cejado en el empeño. Al menos por un tiempo.
El Premio Nacional, plantea Serrano, "requiere un piso de excelencia académica, pero lo lindo es que tiene muchas dimensiones: la académica es la central y las otras tienen que ver con un significado público. En otras ocasiones se ha mencionado el ser de regiones o la importancia de estudiar sectores populares silenciados de la historia, y me parece que dársela hoy a una mujer -en un mismo nivel académico- es muy significativo. Ha sido difícil ser mujer en la academia, no sé si tanto por una hostilidad masculina, como por aspectos como la compatibilidad de la crianza con la vida académica. Para quienes formamos la primera generación de mujeres que nos doctoramos, no fue fácil. Recuerdo que había un pasillo de la universidad donde la gente se juntaba a tomar café, pero yo nunca me quedaba. Un día un colega me preguntó por qué no lo hacía y la respuesta me salió del alma: 'Porque soy mujer'. No tenía tiempo".
- ¿Hay algo que aportan las historiadoras que Ud. distinga de lo que aportan sus colegas varones?
- Es algo que requeriría estudios específicos. Inicialmente, el campo de historia de las mujeres, que luego transitó hacia la historia de género, fue impulsado principalmente por las teorías feministas en EEUU y desde una perspectiva de historia cultural en Francia. También hay muchísimos hombres en esto -(Georges) Duby fue el editor de la Historia de las mujeres-, así como hay muchas mujeres en los más diversos campos de la historia.
- ¿Hay singularidades, más allá del objeto de estudio?
- Mi intuición es que sí, y es algo que entre mis colegas nos estamos empezando a preguntar más sistemáticamente. Habría que hacer la prueba de cuántos lectores distinguen el género del autor. Creo que es una escritura más narrativa, posiblemente más empática. Hay un especial interés en incorporar elementos subjetivos al análisis así como a los actores de carne y hueso y la multiplicidad de relaciones de poder. Natalie Z. Davis y Lynn Hunt son para mí un modelo en ese sentido. Ahora, hay historiadoras que, desde una teoría feminista, sostienen que las mujeres escriben otra historia. Pero eso es más bien una afirmación programática.
- A unos meses de que la "ola feminista" estuviese en lo alto, ¿cómo ve lo que pasó ahí, considerando que entonces escribió una columna al respecto ("Heridas por el solo hecho de ser mujeres")?
- Lo más interesante del fenómeno es que hay una generación suficientemente empoderada para rebelarse contra los abusos. Ese ha sido el tema de fondo: una violencia que ha sido siempre privada y que se transforma ahora, de verdad, en pública, y cómo se defienden ahí la dignidad y los derechos de las mujeres.
- El lunes dijo que un eventual museo de la democracia era un tema muy grande para tocarlo en un punto de prensa. ¿Cómo ve hoy esta polémica?
- Ha habido un riesgo enorme de hacer un museo contra otro, lo cual solo perpetúa los temas de conflicto, porque un sector no va a reconocer un museo y el otro sector no va a reconocer el otro museo. No soy partidaria, en esta coyuntura, de los museos de empate. Tenemos suficientes empates. Si la memoria es un tema moral, y así lo expresa el Museo de la Memoria, un museo de la democracia se inscribe en la historia y en su análisis, con un soporte historiográfico, en un lenguaje museológico. Por lo mismo, debería ser parte del Museo Histórico Nacional, cuyo guión va incorporando nuevos temas de la sociedad.
- Otros ítemes han sido la memoria, el museo respectivo y la solicitud de "contextos"...
- La memoria es un tema moral y si le tuviera que hacer una crítica al Museo de la Memoria, no es la falta de contexto de la historia de Chile, sino el contexto de los DDHH. Me gustaría que explicaran más la propia historia de los DDHH, su sentido. Que los derechos son universales y que se han violado universalmente, que en el caso nuestro fue de un régimen militar contra la izquierda, pero que en otros casos fueron los nazis contra los judíos y los comunistas contra los disidentes. Me gustaría que eso estuviera más presente en el museo, para que no sea vivido como tan estrictamente chileno.
- ¿Ve una confusión general de historia con memoria histórica?
- Del encuentro entre memoria e historia nace la conciencia histórica, pero está el riesgo de que la memoria se transforme en una identidad única de perpetuación del pasado. Que la memoria reemplace a la historia. Creo que ha habido ahí una gran confusión y que la falta de relación entre ambos ha sido perjudicial. Y el sistema público ha privilegiado el concepto de memoria, relegando el de historia a un segundo plano.
Educación y política
En el gremio hay quienes la conocen como "historiadora de las instituciones" (de la Iglesia, de la U. de Chile, etc.) y ella toma distancia de la etiqueta, sugiriendo que quienes la usan no han leído sus trabajos. Dice que lo suyo no es la home history, la historia institucional tradicional, sino los vínculos de las instituciones con la sociedad. Y que el señalado rótulo "es una forma de descalificación, de decir que hago historia como en el siglo XIX". Justo detrás de ella, en la biblioteca de un departamento que mira al Parque Forestal, asoma un ejemplar del tomo III de Historia de la Educación en Chile. Democracia, exclusión y crisis (1930-1964). Una obra colectiva que examina, entre otras, las tensiones entre el carácter técnico de la gestión educativa y su impacto social, las desigualdades en la universalización de la escuela y el modo en que el hambre infantil torció el sentido democratizador de la educación. La pregunta rectora de la obra completa, afirma Serrano, es qué tipo de sociedad generó la educación chilena. Y hay otras que interrogan, por ejemplo, por las contradicciones del liceo, que aun aportando a la cohesión social, fue también "un instrumento de reproducción y, en ciertos casos, de profundización de la exclusión social".
- ¿Seguimos pidiendo a la educación respuestas que no está en condiciones de dar?
- Absolutamente. La educación, por sí sola, no es capaz de transformar una estructura productiva, ni de construir una democracia. Contribuye a todo eso, pero se le culpa de lo que la sociedad no ha sido capaz de darle.
- Hace unos años declaró que "la historia larga de Chile está clausurada en el análisis y en la conciencia política" y que los últimos presidentes que tenían esa conciencia fueron Aylwin y Lagos...
- Aylwin y Lagos fueron educados en la tradición de un relato muy fuerte de la historia del país, en conjunto con qué quería ser. La encarnaban sin tener que decirlo. Ese relato era la historia republicana como el progreso de la libertad y la democracia. Es otro período y no se trata de replicarlo. Creo que la política ha abandonado la historia. No es que los políticos de hoy no sepan historia, es más estructural: es abandonar la pregunta sobre dónde situamos el presente en una interpretación del tiempo largo donde la dimensión del pasado es inseparable de la del futuro por construir.
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