Se ha comentado esta semana la importancia simbólica del premio nacional obtenido por Sol Serrano. Entre otras afirmaciones, se ha dicho, es la primera mujer en obtener este reconocimiento, que consagra una destacada trayectoria dedicada a la investigación y a la difusión del conocimiento histórico.
Sin embargo, la distinción que ha obtenido Sol Serrano no debe un ápice a su género, sino que resulta de su indiscutible contribución a la historiografía nacional, a la literatura que la configura y a la formación de comunidades de investigación en una disciplina que, afirmó hace algunos días, es una "forma de aportar a la comprensión de nosotros mismos". En su trabajo se reúne, como es tradición en los grandes historiadores chilenos, la escritura historiográfica y el ensayo histórico, la maestra formadora de comunidades de investigación y la observadora que está atenta a lo que constituye la identidad de lo que somos.
Sol Serrano una y otra vez trae al presente, con rigurosidad y originalidad, las implicancias tanto de los procesos como de los acontecimientos ocurridos en las épocas que ha estudiado. El objetivo, apreciamos en sus múltiples investigaciones e intereses temáticos, es rastrear las hebras culturales que configuran el presente.
Su ruta es un tanto distinta a la de gran parte de sus pares (pensemos en cuánto se diferencia su obra de los últimos premiados), quienes han vuelto a la indagación de la conformación política de la nación, por una parte, y a resaltar la importancia de las dimensiones sociales y económicas por otra. Sol Serrano, en cambio, ha explorado, a partir de una aguda comprensión del rol que la educación y la iglesia (instituciones fundamentales en la conformación de nuestra sociedad) han tenido en el territorio nacional, los procesos de laicismo y religión como las principales formas de configuración de la república.
Es por todo lo anterior que sus trabajos más importantes, ¿Qué hacer con dios en la república? e Historia de la educación en Chile (1810-2010), proyecto que ha co-dirigido en los últimos años, sean los principales referentes que tenemos para comprender la constitución cultural de la nación, el ethos republicano que ha sido nuestro horizonte de futuro. Su valor para los lectores y futuros historiadores es, sin duda, inestimable.
Su interés por los derechos humanos y la cultura democrática (poco se ha dicho de su trabajo en la Mesa de Diálogo en Derechos Humanos o en la Comisión de Formación Ciudadana del Ministerio de Educación), temas que han sido puestos en cuestión en las últimas semanas, resaltan y dan un nuevo énfasis a las palabras que dijo luego de recibir el reconocimiento del jurado: "Me siento una hija amada de la república".