UNO.

La hermana de Chris Cornell llega hasta Studio X, antes conocido como Bad Animals, donde los ecos de R.E.M., Soundgarden, Nirvana, Heart y Johnny Cash retumban. Allí también en 1995, Alice in chains registró el álbum homónimo, el último junto a Layne Staley, por esos días el espectro del chico alegre con look de surfista que encarnaba hacia fines de los 80, cuando el grupo se abría paso con una versión existencialista del heavy metal mediante las siniestras armonizaciones de Staley y el guitarrista Jerry Cantrell, ensambladas en riffs maestros que los metaleros de entonces despreciaban por no encajar en el ideal del virtuoso. La mujer lleva la guitarra acústica con la cual sesionaba su hermano y la entrega a Cantrell. "Cada vez que escuchamos este disco, sabemos dónde está", contó William DuVall, el cantante y guitarrista que desde 2006 ocupa el puesto de Staley, muerto en 2002 por letal combinación de drogas y depresión. En Rainier fog, el sexto título de Alice in chains, el pasado se tributa y también se exorciza. "Retorciéndome en el fantasma de una canción", dice el corte que bautiza al disco inspirado en Mont Rainier, volcán activo que domina Seattle, cuyo demo fue grabado por Cantrell junto a Duff McKagan de Guns N' Roses, otro oriundo de la última ciudad importante en la historia del rock.

DOS.

Cantrell es como Sansón. Hace cinco años lucía rejuvenecido con el pelo corto mientras AIC editaba The Devil put dinosaurs here. La nueva imagen acompañó un disco uniforme y pálido frente al convincente regreso Black gives way to blue (2009). Ahora, a los 52 años, la fuerza motora del grupo vuelve con larga melena recuperando la inspiración. Rainier fog martilla lento, entra de a poco, requiere tiempo, y aún es pronto para decir si tendrá la permanencia de un tatuaje, pero afortunadamente deja atrás la ramplonería del predecesor. Es el tercero con la producción de Nick Raskulinecz (Rush, Deftones) y la mezcla de Joe Baressi, un clásico del stoner (Melvins, QOTSA). La combinación de estos nombres destila una grandiosidad sonora que funde todos los periodos del grupo. Drone despega como un espeso blues y luego cambia de dirección hacia tonos acústicos en plástico giro. So far under se arma de un riff serpenteante en medio de convincentes réplicas de las clásicas armonías de espanto con el fantasma de Staley. Red giant fusiona con clase metal y stoner en un coro profundamente melódico. Similar calidad ofrece Fly con el brillo acústico que AIC siempre ha dominado. Al cierre All I am es un manifiesto progresivo, épico, de guitarras magnificentes. No todo reluce. Cuela material indeciso y anodino como "Deaf ears blind eyes". También es cierto que después de tres discos, DuVall rehuye el triste destino de bandas que contratan indisimulados imitadores de sus vocalistas clásicos. Él nunca pretendió emular a Staley, encontrando un lugar propio para contribuir a la supervivencia de una banda que parecía irremediablemente perdida.

TRES.

Cantrell conoció poco a Kurt Cobain. Él y su banda se juntaban con Mother Love Bone y Soundgarden. Tenían oficinas en el mismo sitio, compartían personal, eran amigos. Nirvana no pertenecía a ese círculo aunque ubicaba a Krist Novoselic. Sin embargo una noche, a miles de kilómetros de Mont Rainier, coincidieron en una habitación de hotel en Río de Janeiro. "Tuvimos una muy buena charla", contó Cantrell hace un par de años, a la vez extrañado por los azares de la vida. Siendo ambos del mismo lugar y líderes en sus bandas, no se conocían. Luego la muerte lo cambió todo. Nirvana desapareció y AIC nunca volvió a ser lo mismo, el epílogo de una generación con características artísticas que hoy se cotizan poco en el mainstream: músicos diestros que subordinaban los lucimientos en función de las canciones. A pesar del pesimismo crónico en sus mensajes eran puntillosos, de ejecución muscular y macizos. AIC sigue atento a esos códigos y ni siquiera la muerte los separa de esa voluntad.