Se sabe que la industria editorial trasandina no pasa por un buen momento. Sin embargo, sigue sacando títulos y publicando a autores que son traducidos en el resto del mundo. Pese a sus vaivenes económicos, Argentina es un mercado importante para la industria del libro en lengua castellana; en un momento, incluso, llegó a ser más importante que España, y sus autores, sobre todo en aquellos años 70 previos al golpe militar, se negaban a publicar en sellos como Anagrama. Así lo recordó en una entrevista Germán García, un autor que fue víctima de la censura de la dictadura de Onganía por su libro Nanina y que había fundado revista Literal con Osvaldo Lamborghini y Luis Gusmán; según él, el mismo Jorge Herralde vino a la Argentina buscando textos, pero él y Lamborghini prácticamente se le rieron en la cara. Luego, el golpe de Estado casi noqueó a la industria editorial, relegándola desde ese momento a un segundo lugar y por poco a un tercero en el mundo del libro de nuestra lengua.
Hoy si bien ya van dos años de caída en las ventas (de casi un 30%) y se espera un tercer año igual o peor, el ánimo entre los profesionales de la edición es bueno. Parece que reunirse es algo que necesita esta industria, porque en la comunión podrán escuchar posibles soluciones a ciertos problemas, o ver que muchas de las dificultades pueden ser oportunidades de negocios para darle un giro a su sello. Trini Vergara, organizadora de este coloquio y ex presidenta de la Cámara Argentina de Publicaciones (CAP), siempre repite que una crisis puede ser una oportunidad para hacer negocios, y que el mejor modo para estar inmune a los vaivenes de una economía como la argentina es exportar. Sin embargo, la exportación es otro de los ítems que ha caído, cosa que ha vuelto a la industria más vulnerable. Eso bien lo saben los editores, pero ponerse a exportar en estas condiciones es un riesgo difícil de asumir, porque recién verían el retorno de la inversión en seis meses o un año. Las editoriales argentinas que mantienen canales aceitados para la exportación son las que mejor están soportando la crisis.
Pero vamos al coloquio. Una de las exposiciones más esperadas es la del alemán Jens Klingelhöfer, fundador de Bookwire, una de las más importantes plataformas de distribución y marketing digital de libros en el mundo. Klingelhöfer viene de la industria de la música y ha sabido adaptar su experiencia a la industria del libro; su empresa se especializa en marketing de libros digitales, audiolibros e impresión on demand. Puede decirse que está en el mercado de Amazon, aunque claro, no es una empresa de su tamaño. Klingelhöfer hace su exposición en un inglés fluido; en un momento llama a poner atención al mercado de los audiolibros, que en el mundo viene creciendo a un ritmo del 22% anual. Advierte que "es más complicado hacer un audiolibro que un ebook", y la ventaja es que apunta a un público joven que tiene perspectivas de desarrollo. Los audiolibros además pueden monetizarse en Spotify haciendo algunos ajustes en la duración de éstos. Da la sensación de que viera en este formato la perfecta sincreción entre su experiencia anterior en la industria de la música y la actual.
Trini Vergara se sube al escenario para agradecer la exposición del alemán y para hablar unas palabras que permiten adaptar el computador del próximo expositor: la brasileña Sonia Machado, presidenta del Grupo Record. Ella, rápida al igual que Klingelhöfer, cuenta tres experiencias de cómo utilizar las redes sociales para promocionar un bestseller de modo eficiente; luego da unas cifras muy interesantes, porque en un punto uno se imagina la salida a la realidad editorial argentina: después de cuatro años de caída, donde sólo en dos de esos años la caída en las ventas alcanzó el 30%, Brasil comenzó a crecer en 2017. En cuanto al Grupo Record, el precio promedio de sus libros es de once dólares, es decir de casi ocho mil pesos chilenos, y de la venta total, el 59% sucede en librerías y el 41% en ecommerce. Hay, según Machado, una directa relación entre aquellos estados, que no tienen muchas librerías (Brasil es un país grande con 400 millones de habitantes), y el ecommerce. Por el contrario, estados como San Pablo, que tiene muchas librerías, el ecommerce no es importante. En suma no hay que ser ningún genio para elaborar estrategias de marketing.
Mientras los expositores hablan, el público toma nota, saca fotos a los cuadros que se van mostrando en la pantalla gigante, o derechamente se atreve a interrumpir para hacer preguntas o pedir precisiones. Me distraigo y me quedo pensando en este lugar, el CCK, que cuando asumió Mauricio Macri como Presidente se sugirió la posibilidad de cambiarle el nombre, al final no se hizo, pero el centro, que es el edificio del ex Correo Central reacondicionado, cambió: antes la gente entraba libremente y familias enteras recorrían sus dependencias donde había exposiciones de arte, recitales de música los fines de semana y charlas o lecturas de literatura, todo gratuito; hoy siguen habiendo actividades, pero no en la misma cantidad. La otra diferencia es que el papel de la seguridad: antes estaba lleno de guías y pocos guardias, hoy hay muchos guardias y casi ningún guía. Por eso no se ve ese público que, ávido, recorría las salas. En otras palabras, no hubo necesidad de cambiarle el nombre al CCK.
Vuelvo a mirar hacia donde debiera estar Sonia Machado y en vez de ella veo a un hombre de lentes, canoso, casi risueño, que saluda a los presentes y luego medio en broma medio en serio dice: "Difícil hablar antes de que se vayan a comer, pero voy a tratar". Ese acento me suena, pienso, y claro, se trata de mi acento natal, que a veces no reconozco, y es que han pasado más de siete años desde que vivo en Buenos Aires y me cuesta a veces distinguir al forastero cuando es compatriota. Por suerte mi capacidad para reconocer personas no se ha alterado tanto, así que me doy cuenta de que quien habla es Arturo Infante, presidente de la Corporación del Libro y propietario de Catalonia Libros. Cuenta que Trini Vergara le pidió que hablara de su experiencia en la distribución, y lo que pudo ser una exposición improvisada, se transforma en una lectura. Así señala sus comienzos en el mundo editorial hace 43 años en Barcelona, más precisamente en Seix Barral, y cómo después de unos años terminó siendo gerente general en Buenos Aires de Seix Barral, "hasta que Grupo Planeta la compró conmigo adentro". Es curioso que tantos chilenos se hayan desempeñado en la industria editorial trasandina, además de Trini Vergara e Infante, hoy lo hace Paola Lucantis, que es la directora editorial de Tusquets Argentina, cargo en el que reemplazó a Mariano Roca, emblemático editor. Infante continúa contando su regreso a Chile para fundar Sudamericana Chile, empresa que duró diez años, "hasta que la compró Penguin…". Esta vez no dijo "conmigo adentro", y es que como saben, de ahí aprovechó para fundar Catalonia.
Me vuelvo a perder en los techos del CCK, Arturo Infante se ha alargado un poco. Decido salir para devolver los audífonos con el que escuché la traducción simultánea del dueño de Bookwire. Allí me encuentro con el almuerzo al que se refería en su introducción Infante, son bolsas de papel madera. Si tuviera la memoria de antes, podría determinar si son las mismas bolsas del año pasado y del mismo proveedor, pero ya estoy viejo y se me olvidan ciertas cosas. Además tengo hambre y no sé si quedarme para comer algo o irme a tomar un café por el Bajo, como se le dice a lo que está abajo del microcentro y antes de Puerto Madero. No consigo recordar ningún café decente por aquí, y como no quiero regresar a mi casa, a la ida me encontré con demoras en el tráfico, de seguro manifestaciones contra el "Gato", como le dicen cariñosamente al Presidente, me quedo por quedarme, como cuando decidí quedarme en Buenos Aires.
Justo sale la encargada de prensa del Coloquio que además es la encargada de prensa de la editorial Adriana Hidalgo, me pide que comamos ahí, ¿alcanzan a ver?, ¿no? Qué pena. Y como la gente va saliendo de la sala, agarro una bolsa y me siento con ella en un banco. No se trata de un almuerzo-almuerzo sino de una merienda. Mientras charlamos, diviso a Leonora Djament, editora de Eterna Cadencia, y a Natalia Ginzburg, editora de Atlántida. Hay un clima distendido, aunque veo a menos editores conocidos que el año pasado. Pero como mi memoria falla últimamente, no sé si eso sea efectivamente así. Está bueno el postre, pienso, mejor que el sándwich, mucho mejor. La encargada de prensa me da una idea para terminar esta crónica, y cuando escribo esto trato de acordarme de qué era, pero no hay caso.