La carretera es larga, la conversación no avanza y ambos hombres apenas se miran. Los dos se llaman David. El desconocido, el que entrevista y al mismo tiempo maneja un auto rentado, es David Lipsky, periodista de Rolling Stone y escritor oscuro en ese momento. El famoso, el que la revista New York Magazine elevó al Olimpo y es capaz de crear una novela de 1.200 páginas sin desperdiciar una coma es David Foster Wallace. Acaban de tener una discusión la noche anterior, ahora no se comunican y el asunto es un problema para Lipsky: se acerca el fin de su convivencia por cinco días con Foster Wallace y debe volver a la revista con un buen artículo. Por ahora, apenas ha escarbado la superficie del melancólico novelista de Illinois.
El pasaje recién descrito también está cerca de la conclusión de la película The end of the tour (2015), pero es probable que lo mejor de ella esté por venir. Digamos que lo que viene es el tercer acto y será en ese momento en que el autor de La broma infinita (2006) rompa sus cercos y se muestre por completo a Lipsky. En ese minuto también el tozudo periodista que interpreta Jesse Eisenberg (La red social, 2010) comprende que tal vez esta vez deba aflojar la marcha. Quizás tenga que pasar: la frágil cordura de su entrevistado esconde miles de cortocircuitos mentales, toneladas de inseguridad y, antes que nada, un alma a punto de estallar. De hecho detonaría el 12 de septiembre del 2008 cuando sí resultó uno de sus intentos de suicidio.
Se sabe que David Lipsky jamás publicó aquella entrevista con David Foster Wallace en Rolling Stone y eso tal vez habla mal de él como periodista. No logró lo que él quería. O lo que su editor quería. En el 2010, catorce años después de aquel encuentro y dos después de la muerte del escritor, rescató los viejos cassettes y transformó las conversaciones en el libro Aunque por supuesto terminas siendo tú mismo. Quizás tuvo que ser un mal reportero en el momento para ser un buen escritor en el futuro. Eso fue, después de todo, lo que Lipsky siempre quiso y por eso aquellos días con Foster Wallace fueron el encuentro de dos almas similares. Una, la de un narrador que quería ser célebre a cualquier precio. La otra, la del mejor de su generación atragantado con su propia fama.
La película The end of the tour, donde Jason Segel interpreta con sorprendente candidez y humildad al autor de El rey pálido, es justamente la adaptación de aquel libro de Lipsky. Familiares y amigos de David Foster Wallace se opusieron a esta película estrenada en el Festival de Sundance y recientemente subida a la parrilla de Netflix, pero la conclusión más rápida que cualquiera puede sacar es que el filme es menos cliché y obvio de lo que algunos juzgaban sin siquiera haberla visto. Es más, es una muy buen película.
En The end of the tour no hay soluciones fáciles sobre el artista atormentado ni pinturas de brocha gorda acerca de un alma en pena. Por el contrario, lo que se ve es un tipo bastante común y corriente, tímido a pesar de su metro 90 de estatura y su buena facha, adicto al cine de acción a lo Duro de matar o Código Flecha Rota y al mismo tiempo a las divagaciones sobre el significado del intelectual en la sociedad. Un hombre hecho de contradicciones, incapaz de convivir con una mujer pero sí con sus dos perros, defensor de las hamburguesas, las papas fritas y las gaseosas. En fin, lo que se ve es a Jason Segel dándole una voz suave y un aura triste a quien era admirado por muchos y, en este caso, por un envidioso aspirante a escritor algo disfrazado de reportero.
Lo que no muchos entienden, empezando por Lipsky en 1996, es que la fama le valía un pepino a Foster Wallace si es que su ánimo se caía a pedazos. Es lo que muestra The end of the tour, cuando el periodista le pregunta si acaso no es bueno lograr el reconocimiento de todo el mundo. La respuesta de su interlocutor es un amargo "no". No, si debes lidiar con tus inseguridades y responder a las expectativas propias y ajenas. No, si el éxito significa terminar reducido a un estéril perfil de frases para el bronce, aunque sea de la revista más prestigiosa de América.
Después de aquellos cinco días en Minnesota en que Lipsky acompañó a Foster Wallace en la última parte del tour promocional de La broma infinita, el autor no volvería a encontrar la paz ni la tranquilidad para publicar otra novela en vida. Tras dejar de tomar sus antidepresivos y someterse a sucesivos electroshocks, el escritor ya no fue el mismo. El rey pálido quedó inconclusa y se lanzó póstumamente. Lipsky, que primero lo envidió y luego lo redimió en su libro, vivió cinco días con el artista en su cúspide humana e intelectual. A punto de caer al vacío, pero aún sonriente.
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