El debut cinematográfico de la futura escritora y cineasta Anne Wiazemsky (1947-2017) se produjo en una de las películas más desoladoras que alguien pueda imaginar: Al azar, Baltazar (1966). A los 19, la nieta del Nobel de Literatura 1952, François Mauriac, vio Masculino/femenino, cine pop de avanzada, impregnado de su tiempo.
Quedó prendada de la película y escribió una carta a su director, Jean-Luc Godard, que casi la doblaba en edad. Iniciaron a poco andar un romance que derivó en matrimonio. Juntos, la vida duró unos tres años en los que hubo tragedia, comedia y un cine cada vez más radical, a cargo de un hombre que renegó de sí para abrazar la revolución tan fuerte como fuese posible. Medio siglo después, Wiazemsky contó esta historia en Un año ajetreado (2015). Tras rechazar más de una oferta, cedió los derechos a Michel Hazanavicius (El artista). La elección auguraba lo peor. Pero, más allá de la molestia de Godard y sus feligreses, he acá una película que se para en sus pies con total dignidad. Un romance a la Godard, pero también una inmersión en la pequeña gran historia de su tiempo, con toques de crueldad, compasión, inestabilidad mental y miseria moral. Para decepción de Wiazemsky, alcanzó a actuar para Godard en La chinoise, tributo pop al maoísmo, tras lo cual el realizador abjuró de su obra y declaró muerto al cine. Hedonista, egoísta y socialmente inadecuado, podía ser una rata, pero incluso ahí, la película evita la tentación de juzgarlo, más aún de castigarlo (como es hoy costumbre). Y así, con lo que se le pueda reprochar, crea personajes concretos y las situaciones que describe son tan expresivas de su momento y de su lugar, que cuesta creer que un guión o un libro las hayan inventado.