Muerto el año 2004, el escritor uruguayo Mario Levrero dejó tras de sí una obra sólida, original y nutrida, que fue cobrando fuerza e importancia de manera póstuma, a veces por medio de ciertos giros irónicos e imprevistos que él, un gran cultor del humor negro, habría sabido apreciar y celebrar. Levrero no se desvivió por cosechar reconocimientos, pero hoy en día sus libros, continuamente reeditados, gozan de bastante prestigio entre las más elevadas esferas del cenáculo literario. Nuestro hombre fue librero, guionista de cómics, crucigramista, fotógrafo, editor, impartió talleres literarios, escribió un manual de parapsicología. Y murió relativamente joven, a los 64 años, pues se negó a recibir el tratamiento médico que exigían los problemas cardiovasculares que lo afectaban.

La reedición de Dejen todo en mis manos, una novelita cómica lanzada en 1994, puede significar un magnífico umbral para quienes no estén familiarizados con la literatura del uruguayo. Sin ir más lejos, aquí se tratan a la pasada varios temas que serán ampliamente desarrollados en La novela luminosa, la gruesa e inclasificable narración considerada la obra maestra de Levrero (fue publicada al poco tiempo de su muerte). La apremiante escasez de dinero del protagonista, un escritor que se niega a hacer concesiones comerciales en sus relatos, es uno de esos temas.

Tras recibir una negativa de parte de su editor -"La novela es buena, pero…"-, el narrador decide aceptar otra oferta que éste le plantea, también relacionada con la literatura: tiempo atrás, la editorial recibió un manuscrito de una novela fabulosa firmada por un tal Juan Pérez. El problema es que no existen datos del autor, salvo el matasellos desde donde fue enviado el legajo, "una pequeña ciudad del interior que llamaré Penurias". El editor le solicita al escritor pobretón que viaje a Penurias, haga las averiguaciones pertinentes, y encuentre a Juan Pérez, nombre que, por supuesto, a ambos les parece un seudónimo. La recompensa en metálico es cuantiosa.

Tras leer el misterioso escrito, el protagonista concluye: "No era la novela que yo había escrito, hubiera escrito o hubiera querido escribir, pero sin duda Juan Pérez era mejor escritor y mejor persona que yo". Y parte a Penurias, aunque no sin sufrir molestias desde el primer momento: "Uno de los males creados por la dictadura y no corregido por esta democracia -y no lo dice Juan Pérez, sino yo- es la prohibición de fumar en los ómnibus interdepartamentales". Aparte de ser un poco neurótico y bastante cínico, el investigador es un tipo mentalmente descarado, aunque casi siempre dispuesto a mantener la compostura.

La existencia no le ha sido fácil -"desde que mi mujer me abandonara, me había acorazado en una vida de ermitaño y cerrado las puertas a los afectos, y había eludido incluso la actividad sexual"-, pero el arribo a Penurias implicará para él un insospechado despertar erótico entre las carnes de Juana Pérez, una maravillosa prostituta que se transforma "en un vicio y en una obsesión". Iluminado por la dependienta del correo del pueblo, el narrador se da cuenta de que la novela está manuscrita con letra de mujer, lo que aumenta el misterio: "¿Quién sería? ¿Qué sería? Un hombre con letra femenina, una mujer con estructura mental masculina, un hermafrodita, un travesti, una boca pintarrajeada bajo un enorme bigote".

Admirador declarado de Raymond Chandler, Levrero articuló en Dejen todo en mis manos una fascinante novela detectivesca en clave bufa, sin por ello disminuir el profundo amor, ni mermar la identificación conmovedora que siente por su aporreado protagonista, quien, gracias a un desenlace perfecto y absolutamente inesperado, acabará cobrando ante los ojos del lector el temple de un héroe demasiado humano como para no darle cabida entre los personajes más entrañables de nuestra literatura contemporánea.