Thomas Bernhard, el paria
El presidente es un texto relevante y necesario hoy al retratar a una clase política que, por desgracia, aún es muy reconocible. La dirección de Omar Morán exacerba lo farsesco y se aleja de una imitación del registro sombrío y angustiante de la dramaturgia de Bernhard. Lamentablemente el nivel de las actuaciones es dispar y el espectador sigue con desinterés la segunda mitad de la obra.
En 1967, el escritor austríaco Thomas Bernhard fue al Ministerio de Cultura, en Viena, a recibir el Premio Nacional por su primera novela. Después de escuchar a las autoridades, pronunció un incendiario discurso contra el Estado ("una construcción condenada al fracaso"), los austríacos ("apáticos, instrumentos de la decadencia, criaturas de la agonía y gigantes de la angustia") y la existencia humana ("una desesperación que conduce a todos hacia la locura"). Antes de terminar, el ministro de Cultura y el resto de los asistentes se retiraron de la sala. Ese discurso -como también obras como Tala, que el Festival Santiago a Mil presentó en enero pasado bajo la deslumbrante dirección del polaco Krystian Lupa- son testimonio de la relación tortuosa que Bernhard mantuvo con el poder. De ahí en adelante sería considerado persona non grata en Austria y un diario de su país lo llegó a llamar "un insecto que habría que exterminar".
El presidente es una pieza singular dentro de la obra de Bernhard. Escrita en 1975, es un monólogo disfrazado de diálogo. Son dos los personajes genéricos y sin nombre propio los que chacharean sus discursos: el presidente (Guilherme Sepúlveda) y la primera dama. Ella conversa con una empleada (Carolina Julián) y él con una amante actriz (Daniela Castillo), un masajista (Octavio Navarrete) y dos militares (Víctor Montero y Juan José Acuña), pero en realidad se trata de falsos diálogos siempre repletos de reiteraciones, marca de autor de Bernhard.
En un atentado muere el perro de la frívola primera dama, interpretada por la talentosa Catalina Saavedra, sarcástica y sublime una vez más en la composición de un personaje despreciable y abyecto. Su actuación retrata a una mujer de aires dictatoriales, inculta, obsesionada por el poder y coleccionista de lujosos vestidos y joyas. Pasado el déjà vu a Doña Lucía o Imelda Marcos, volvamos a la trama. Ella intuye que es su propio hijo, abducido por fuerzas anarquistas, el que quiere deshacerse de su padre.
El presidente también es delirante y sufre de incontinencia verbal. Paranoico frente a un nuevo atentado, quiere refugiarse en un país donde rige una dictadura que admira, mientras su mujer huye a la cordillera de los Andes con un capellán de Carabineros. Esta pesadillesca farsa ataca sin piedad al viejo régimen que desprecia y mira en menos a los ciudadanos de a pie.
El presidente es un texto relevante y necesario hoy al retratar a una clase política que, por desgracia, aún es muy reconocible. La dirección de Omar Morán exacerba lo farsesco y se aleja de una imitación del registro sombrío y angustiante de la dramaturgia de Bernhard. Lamentablemente el nivel de las actuaciones es dispar y el espectador sigue con desinterés la segunda mitad de la obra. Destaca la notable música electrónica con sones altiplánicos compuesta por Gepe.
Comenta
Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.