Septiembre en la historia

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La declaración de Independencia según Pedro Subercaseaux: fue el 12 de febrero de 1818, pero la celebración del 18 de septiembre se impuso en la historia.

El escritor Alfredo Sepúlveda, autor de Breve historia de Chile, analiza episodios del "mes de la Patria": crisis, cambios y celebraciones. Además recuerda por qué el 18 se impuso al 12 de febrero como fiesta de la Independencia.


"Es solo una hipótesis", advierte Alfredo Sepúlveda (1969) sobre una idea que lo ha venido asediando y que se vincula al cruce entre hitos políticos y cambio de estación: al tránsito del frío al calor. "Ha pasado así en 1810 (el paso de una élite extranjera a una nacida y criada acá), en 1924 (la incorporación forzada de las clases medias a las élites gobernantes) y en 1973 (el fin del proyecto modernizador desarrollista, que venía desde el '32): todas las crisis se dieron en septiembre". Eso, sin olvidar la rebelión de Michimalonco, el 11 de septiembre de 1541, que asoló la naciente capital, ni las votaciones presidenciales del 4 de septiembre.

El autor de Breve historia de Chile. De la última glaciación a la última revolución asume que hay acá algo más que coincidencias, pero también que cabría hacer un estudio histórico si se quiere sostener la hipótesis, incorporando tal vez a endocrinólogos y psicoanalistas. "La premisa es que un país que ha sido durante la mayor parte de su historia agrícola, de clima mediterráneo, depende de las cosechas y tal vez -y esta es la idea por comprobar- esté en nuestro inconsciente dejar todo listo antes de que esa temporada se lleve a los mejores brazos a producir alimentos. Ahora, los mexicanos podrían argumentar lo mismo, pero a la inversa: su fecha patria es el 16 de septiembre, en otoño, aunque las temperaturas son similares".

El tema es septiembre y Sepúlveda, también periodista y autor de una celebrada biografía de Bernardo O'Higgins (Bernardo, 2007), abordar distintos aspectos de lo que se ha dado en llamar el "mes de la patria". Entre otras, esta misma denominación.

"No he logrado dar con ningún decreto que dictamine que septiembre es el 'mes de la patria'", comenta el autor. "Ahora, la idea de que esta celebración es de más de un día está ligada a que es una celebración en grande, en la que se toma y se come. Ha sido así desde 1811. Hay antecedentes de que, cuando Concepción estaba sitiada por los realistas (1817), O'Higgins, que estaba en la ciudad, autorizó de todos modos la celebración de las fiestas".

La pregunta es por qué la celebración es la del 18 de septiembre, que recuerda la primera Junta de Gobierno,y no la del 12 de febrero, que es la declaración formal de la Independencia. Respuestas hay varias y están en obras como ¡Chile tiene fiesta! El origen del 18 de septiembre (1810-1837), donde Paulina Peralta recuerda que el "18" es la gran fiesta cívica, pero que no siempre fue así. Una respuesta atendible, prosigue Sepúlveda, es que se trata de la fiesta más antigua: se celebraba antes del 12 de febrero de 1818. Pero, ¿por qué el 18 de septiembre quedó? Hay quienes, como Alfredo Jocelyn-Holt, han visto acá una movida antiohigginista. Sepúlveda no lo descarta.

Puede ser conjetura que haya una especie de "tapada" de la mano de O'Higgins en la Declaración de Independencia, pues entre 1823 y la década de 1860 "su nombre cayó en el descrédito más grande, en buena parte por su actitud ambigua en la guerra contra la Confederación Perú-boliviana". Para todos los efectos, eso sí, piensa que "no estamos tan perdidos con el '18': es primera vez que se conforma un gobierno autónomo en este territorio. Me parece que, aunque fue una batalla solo política, a punta de intrigas, traiciones y movidas articuladas por Martínez de Rozas -un olvidado padrazo de la patria-, requirió de tanto coraje como el que exhibieron los protagonistas de las batallas posteriores".

Parada y Tedeum

El mero propósito de desentrañar la "septiembrización" de las celebraciones patrias supone pasar revista a los significados y alcances de las fechas que pueblan el mes. Sepúlveda se hace cargo de algunas. Y responde qué tan revelador le parece el peso del Ejército en nuestra historia, a partir del 19 como fecha fija. Como número puesto.

Originalmente, aclara el autor, la Parada Militar era el día 18. Pero, añade, "esto cambió en 1915, aparentemente porque los marinos, con el 21 de mayo, ya tenían su día propio desde la época de la Guerra del Pacífico. Fue por esto que, al final, la cosa quedó así. Pero debería incorporarse esta última fecha para sacar la cuenta: 21 de mayo, 18 y 19 de septiembre (Armada, Estado y Ejército) y armar así la tríada sagrada de la expansión de la República y de la conformación territorial del Estado hacia 1915, cuando la Guerra del Pacífico aún resonaba". Ahora, si se le hubiera añadido el día de la Universidad de Chile (19 de noviembre), "habríamos tenido la cuarteta perfecta, porque se habría hecho presente la 'clase civil' que conformó la burocracia técnica y profesional del Estado".

En cuanto a la Parada, repara Sepúlveda en que ya en el siglo XIX era "la gran entretención popular: la gente se agolpaba en el espacio amplio y vacío donde sus movimientos tenían lugar". También, en que hubo "una relación muy interesante entre bajo pueblo y ejército, que hoy existe mucho menos. Los dos ejércitos de la guerra de la Independencia fueron compuestos por inquilinos y campesinos que marchaban a las órdenes del patrón, así que la parada de ese tiempo era la de los padres, hijos y hermanos. Esto fue así hasta la guerra civil del '91, cuando el destino del pobre era que se lo llevara la 'leva', el reclutamiento forzado".

Falta, por último, reconsiderar la Parada Militar a la luz de la ceremonia del día anterior: el Tedeum. "Ha sido la gran confluencia del Estado-nación: bajo pueblo que mira y participa(ba) de la parada, la élite burocrática que administra el Estado y el clero que, después de varias décadas, termina cediendo recién en la década de 1880 [con las leyes laicas] a la separación del poder temporal. Es cierto que la separación oficial se da en 1925, pero ya es 'sin sangre'".

El cambio que opera Iglesia a través del Tedeum, remata el autor, es político y hasta teológico: "Acepta que el poder temporal y político no es una cosa de Dios y, por ende, se autocercena".

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