"¿Qué tiene que perder?", se escucha en todas partes. La pregunta se multiplica en cada rincón, como la voz de un coro atormentado. Resuena incluso entre las paredes de la habitación de un hospital, uno que nunca termina de dibujarse sobre el escenario, pero que se puede oír y hasta ver con los ojos cerrados. En medio del vacío, sentada sobre la cama y con la expresión más extraña en su rostro, una mujer lanza un alarido: "Veo una luz que duele". El hilo de su voz es lo único que logra reconocer al despertar de la anestesia. Confundida, nublada, Molly, de 41 años y ciega desde los 10 meses de vida, vuelve a sentir el peso de la oscuridad mientras el sol se posa lentamente sobre todo lo extraño que ahora la rodea.

No gozó de gran éxito tras su primer estreno en Dublín en 1994, pero cuando lo hizo dos años más tarde en una producción del Off Broadway estadounidense, la obra Molly Sweeney hizo de su autor, el dramaturgo irlandés Brian Friel (1929-2015), todo un clásico en vida. Apodado el Chéjov contemporáneo y hasta el Arthur Miller de su país, Friel se inspiró en el ensayo Too see and not see (1993) del neurólogo británico Oliver Sacks. El texto recogía el caso verídico de un hombre ciego que a los 45 años se sometió a una operación para recuperar la vista en EEUU. Sí logró ver, mas nunca pudo dar sentido a ese nuevo mundo saturado de luz. "Prefería la oscuridad", confesó en una entrevista, algo parecido a lo que siente Molly en la ficción al volver a abrir sus ojos.

Protagonizada por Alessandra Guerzoni, Diego Casanueva y Carlos Ugarte, el sábado 29 debutará por primera vez en Chile una versión de Molly Sweeney en CorpArtes, dirigida por Omar Morán. Molly (Guerzoni) siente que su vida es perfecta. Tiene un trabajo, amigos e incluso a Frank, su esposo (Ugarte), y quien insiste en que su mujer vuelva a ver. Lo siente casi como un reto profesional, al igual que el doctor Rice (Casanueva), un oftalmólogo que solía ser una promesa de la ciencia a los 30 años, pero que al divorciarse hizo del whisky su más fiel compañero. Solo los tres actores y tres sillas suben a escena. Cada recuerdo, lugar y otros personajes cobran vida por efecto de la luz y el sonido. El espectáculo, por tanto, está pensado para público general y con discapacidad visual y auditiva.

"Vi un montaje de esta obra en Roma hace muchos años, y como el texto propone el viaje de Molly desde la oscuridad a la luz, recuerdo que había un fragmento de media hora de montaje a oscuras", cuenta Alessandra Guerzoni. "Era claramente una herramienta expresiva de la dirección para vehicular la premisa de la obra, pero pensé en qué podía ocurrir si la historia dejara de ser para ciegos solo en lo temático y sumara a esas otras partes al proceso creativo", agrega la también impulsora del proyecto.

Fue la actriz quien convocó a Morán para la dirección. También a la compañia de Teatro Luna, agrupación de actores ciegos fundada en 1989 que partició del proceso y grabó varias de las voces incidentales. Finalmente, a la Orquesta Nacional de Ciegos, que compuso la banda sonora del montaje. "Mi deseo es dejar precedente de una creación y producción de un montaje teatral para todo público, y hecho por un equipo profesional además. Si la sociedad que crea barreras es la sociedad que discapacita también a algunos de sus miembros, entonces nos corresponde a todos eliminar esas barreras", dice la actriz.

Morán, en tanto, quien acaba de cerrar la primera temporada de El presidente de Thomas Bernhard en el Teatro Nacional, señala que el proceso de puesta en escena de Molly Sweeney "ha sido una experiencia única en mi vida, y no sé si vuelva a recuperar esto que hemos vivido en cualquier otra. Porque si bien es una obra de inclusión, es también un espectáculo para gente que ve y personas ciegas de igual manera", dice el director. "El ciego podrá oír una obra, y el que ve apreciará el despliegue lumínico que hemos hecho. Tradujimos, de alguna forma, el texto a ideas lumínicas y sonoras. Aparte hay un cuarto actor que no está en escena, que es María Olga Matte, y ella narra todas las acciones que ocurren en la obra y que son fundamentales para entender la puesta en escena", agrega.

La directora ejecutiva de Fundación CorpArtes, Francisca Florenzano, resalta el carácter inclusivo de la pieza y el uso de tecnología en función de las audiencias: "Como Fundación creemos que la cultura debe ser un derecho de todos, sin excepciones. Para ello, presentamos la instalación Touch & Match", que tendrá tres maniquíes junto a la entrada de la sala para que las personas ciegas reconozcan los rostros, vestimentas y voces de los actores antes de la función. "También nos convertimos en el primer centro cultural chileno en sumarnos a la aplicación Lazarillo App, para que de ahora en adelante tanto personas ciegas como aquellas con baja visión puedan recorrer nuestro espacio sin impedimentos", concluye.