La Viña weird de Álvaro Bisama
Los relatos intercalados en Laguna revelan la poética de Bisama, que podría aplicarse a toda su obra: la literatura es a la vez la historia de un loco y la fantasía de un historiador. El narrador sintoniza la frecuencia de las esferas invisibles y nos hace ver cómo una visión sublime puede confundirse con los destellos más brillantes del horror.
Hasta hace poco la novela que más me gustaba de Alvaro Bisama era Música marciana. Ahora es Laguna (Alfaguara), una afiebrada fantasmagoría que transcurre en Viña del Mar, en plena noche de festival a principios de los 90, y que remite al clima enrarecido de un David Lynch -pienso en Terciopelo azul- cruzado por Lovecraft. Es una novela gótica sin serlo del todo, un policial a medias: hay muchas formas de definirla, todas imprecisas, lo cual habla de la manera con que Bisama entra y sale de los géneros, pasándolo todo por una mezcladora original e insólita. Es, también, una novela sobre la narración, sobre las historias que nos contamos en la alta noche, a medio camino entre lo que escuchamos e inventamos.
El narrador recuerda una noche de su juventud, cuando en un Lada viejo recorrió la ciudad con el Chino, un compañero de la universidad que no era ni siquiera su amigo y con el que terminó en un enredo de narcos de poca monta (o, no está claro, una guerra entre bandas por el control de la ciudad). En un estilo de frases cortas y sin comas, en el que "la luz de la memoria" junta todo, desde las conversaciones y la música de la radio -Los Sacados, Poison, Abba- hasta la mitología popular de una Viña weird y las historias de la gente con la que se encuentra en su recurrido nocturno, el narrador crea una atmósfera tan siniestra como delirante: "Mi papá trabajaba para una agencia del gobierno de Estados Unidos. Sabía cosas. Me contaba cosas… Mis pekineses son perros de raza. Están inscritos. Son hijos de uno de mi papá. El pekinés de mi papá se llamaba Walt. Podía comunicarse telepáticamente con él".
La Viña extraña de Bisama se construye a partir del ojo del narrador para el detalle -"una población de casas con las luces apagadas. Un bosque. Humo saliendo de alguna parte. Perros vagos en los paraderos"- y de los relatos de los personajes, que revelan patologías siniestras, compulsiones desbocadas a la hora de enfrentarse a la realidad. Todos tienen un relato paranoico que contar en Laguna, y este puede involucrar con facilidad a los nazis y al Rey Sol, que en esta historia alternativa muere como un mendigo, refugiado en un pueblo perdido en el interior de Chile: Viña es, por un momento, el centro inquieto del mundo, un corazón palpitante en el que convergen fuerzas oscuras.
De todos los relatos sobresale el de una mujer en una fiesta, una visión lovecraftiana que habla de mitos indígenas sobre un animal que duerme bajo el mar y contamina a todos con sus pesadillas: "Su cuerpo era del tamaño de la bahía. Había vivido varios miles de años. Había comido restos de dioses que caían del cielo. Había mascado pedazos de estrellas… cuando las familias de clase alta se mudaron de Valparaíso a Viña, seguía ahí. Las familias invadieron los fundos. Las familias cambiaron la ciudad. Viña se volvió Viña. La criatura siguió dormida abajo. Algunos niños empezaron a soñar con ella. Un recuerdo sin forma. Un miedo sin nombre". Así, el narrador nos entrega un particular mito de origen, la espectral genealogía de un lugar que es el sueño de un monstruo.
Los relatos intercalados en Laguna revelan la poética de Bisama, que podría aplicarse a toda su obra: la literatura es a la vez la historia de un loco y la fantasía de un historiador. El narrador sintoniza la frecuencia de las esferas invisibles y nos hace ver cómo una visión sublime puede confundirse con los destellos más brillantes del horror.
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