En algún momento entre 1970 y 1976 Orson Welles filmó su propia muerte. Fue, con seguridad, mucho más desenfrenada y espectacular que el ataque cardíaco que terminó con su vida la mañana del 10 de octubre de 1985 en su mansión de Hollywood Hills. Tenía 70 años, los mismos que Jake Hannaford, el director de cine que protagoniza The other side of the wind (2018), su recientemente restaurada película póstuma. Como Welles, Hannaford había vuelto recién a Estados Unidos desde Europa. Como él, no encontraba financiamiento para sus películas. Al igual que el autor de Ciudadano Kane (1941), lo seguía un fiel grupo de acólitos y admiradores. A diferencia de él, sin embargo, Hannaford moría estrellado en su auto tras una noche de borrachera, sexo y frases emponzoñadas.

Estrenada hace tres semanas en el Festival de Venecia, The other side of the wind fue filmada en Europa y EEUU en seis años, de 1970 a 1976. El papel del imponente y temible Hannaford fue a parar nada menos que en el cineasta John Huston y la película se transformó en una leyenda con ribetes de santo grial por más de 40 años. El año pasado y gracias al financiamiento de Netflix se agilizó su reconstrucción y montaje a partir de los negativos que mantenía en Francia Oja Kodar, la última pareja del cineasta. Es decir, se le puso fecha de entrega.

Desde Venecia a Toronto, The other side of the wind se ha paseado como el tesoro más preciado de los cinéfilos en 2018. Por lo pronto, es un autorretrato magnífico de su creador y las críticas han sido más que positivas, a diferencia de lo que pasó en 1992 cuando se estrenó su inconcluso Don Quijote en Cannes. Ahora The other side of the wind está lista para llegar a la plataforma que catalizó su conclusión: Netflix la estrena el 2 de noviembre en el mundo, incluyendo Chile.

No deja de ser irónico y sintomático que el cineasta estadounidense que más ha sido venerado por la crítica especializada (Ciudadano Kane lideró las listas de mejores películas de la historia por décadas) encuentre redención en una compañía que algunos ven como antagonista al cine. O, al menos, opuesta al cine tal como se entendía hasta ahora.

Cuando Netflix se hizo cargo de la restauración y compra de derechos de The other side of the wind, su jefe de contenidos Ted Sarandos se subió al buque de la cinefilia de esta manera: "Como muchos de los que crecieron adorando la maestría y visión de Orson Welles, éste es un sueño hecho realidad". En aquella declaración agregaba: "Cinéfilos y amantes del cine sentirán nuevamente o por primera vez la magia de Welles".

Aquella "primera vez" es una expresión clave. Después de todo, el cineasta de Wisconsin ha sido tan admirado como poco visto y conocido. La accesibilidad de la plataforma online permitirá que el sabor de Welles sea probado más allá de los festivales gourmets de cine.

Del Shah de Irán a Netflix

Con una duración de dos horas, The other side of the wind es una película dentro de otra película. Y, para agregarle más espejos al barroquismo de su autor, la historia mayor es la recreación de lo que le pasaba al propio Welles entre 1970 y 1976. Cincuentón, cansado de pedirle dinero a los magnates del mundo y aburrido del bajo presupuesto europeo, Welles regresó a EEUU para rehacer su carrera. No pudo.

Como reacción, filmó su impotencia, su atasco infinito en la mediocridad del sistema. En principio el director Jake Hannaford (John Huston) iba a ser una especie de Ernest Hemingway del cine, un macho alfa herido que da sus últimas y peligrosas zarpadas. Finalmente terminó siendo el propio Welles y nadie mejor para encarnarlo que John Huston, que por esa misma época fue el siniestro y corrupto empresario de Barrio Chino (1974).

Una voz en off da inicio a la película, contando que Hannaford terminó sus días entre los fierros retorcidos de su auto. La voz es la del también director de cine Brooks Otterlake (Peter Bogdanovich, otro cineasta haciendo de cineasta), suerte de protegido de Hannaford. Luego viene el racconto y se describe un día en la vida del director: es el día de su muerte, pero también es una magnífica jornada en la mansión de una venerable actriz a lo Marlene Dietrich. Todos beben, fuman, maldicen y siguen a Hannaford, quien tiene planeado mostrar fragmentos de una película que nadie quiere terminar de financiar.

Las escenas de la fiesta son en blanco y negro y las del filme que le muestra a un ejecutivo son en color. Las primeras en 16 mm y las segundas en 35 mm. Las unas con diálogos afilados y cámara intranquila, las otras con tomas pretenciosas y ninguna palabra. Para muchos de los críticos en Venecia, los fragmentos de la cinta de Hannaford parecían sacados de una mala película de Antonioni de los 70 (concretamente de su malograda Zabriskie point) o de algún experimento de Dennis Hopper u otro de los directores del Nuevo Hollywood. Lo más probable es que Welles lo haya hecho a propósito y como una manera de reírse de los nuevos directores en boga.

Barroca y fragmentada, The other side of the wind contó con un elenco igualmente disparatado y sorprendente. Por ahí pasaron actores del Viejo Hollywood como Cameron Mitchell o Mercedes McCambridge, críticos como Joseph McBride, directores de la Nueva Ola como Claude Chabrol (aunque no habla), del Nuevo Hollywood (Peter Bogdanovich y Paul Mazursky) y un viejo conocido como el cineasta John Huston (El halcón maltés), haciendo de mujeriego director.

Todos querían trabajar con Welles, pero pocos apostaban su dinero en sus películas. Uno de los que se atrevió fue el inversor iraní Mehdi Bushehri, cuñado del Sha de Irán. Cuando llegó la revolución islámica de 1979, el ayatolá Khomeini quiso confiscar todos los bienes del ex gobernante, incluyendo los negativos de la película en que su cuñado había invertido. El filme quedó durmiendo en una bóveda bancaria de París por varios años, Welles murió en 1985, John Huston en 1987 y entre quienes intentaron vanamente traerla de vuelta a la vida estuvieron Steven Spielberg, George Lucas, Clint Eastwood y Oliver Stone. Gente de cine, de celuloide. Hoy, el genio de Orson Welles, siempre adelantado a su tiempo, renace en las manos del aliado del futuro.