"Escribo casi siempre de noche, hasta muy, muy tarde. Para mí, la mañana está hecha para dormir", dice Camilo Marks, abogado, novelista y crítico literario de El Mercurio. En un capítulo de El sol del Pacífico, el segundo tomo de sus memorias, el autor ahonda justamente en esos: sus noches sin dormir.

"Albergo la poderosa impresión de que el insomnio en cada persona es tan diferente de la de otra como son sus esperanzas diurnas y sus aspiraciones a cualquier hora del día", escribe en el libro publicado por editorial Lumen. "Ahora sé que el insomnio ha de ser algo que te acompañará siempre".

Si en Indemne todos estos años contaba su infancia, juventud y su pasar por la dictadura (incluyendo un encuentro con los Sex Pistols en una iglesia abandonada en Londres); en El sol del Pacífico, Marks hace que su biografía fluya libremente. Sin un orden temporal. Al igual que el volumen autobiográfico de Vladimir Nabokov (Habla, memoria), en este libro la memoria lleva la batuta de la narración. Porque en El sol del Pacífico no hay un marco referencial, cronología, ni un tronco narrativo; son finalmente las ganas de plasmar esa memoria por escrito lo que transporta al lector por las páginas de este libro.

Aunque claro: al final, en una nota, Camilo Marks advierte que El sol del Pacífico "es una obra de ficción, una biografía imaginaria". En otras palabras, que los eventos y personajes son reinterpretados por el autor en forma literaria.

"Yo no elegí la forma llamada biografía imaginaria, sino que ella me eligió a mí", dice Marks. "Lo otro habría sido, por ejemplo, escribir algo así como un diario, una secuencia ordenada de sucesos, no sé, una especie de currículum vitae…y creo que eso habría resultado pretencioso, a lo mejor pedante… en fin, el colmo de la fomedad".

-Y la idea de que memoria llevara la narración de este libro: ¿fue premeditado? Porque a primeras parece que no.

-Me dejé llevar por la memoria y también por eso que llaman asociación libre de ideas. Sin embargo, aunque el primer volumen y el segundo son parecidos –mal que mal soy yo el que está escribiendo-, también son muy distintos: creo que el primero es mucho más factual, más episódico, en tanto éste se halla centrado en la literatura y, aunque me da un poco de vergüenza decirlo, en mí, en mi yo. Además, me costó muchísimo más escribirlo, me tomó mucho más tiempo, más de tres años. Tal como lo dices, no fue premeditado y salió así porque sí. A estas alturas, poco me interesa explorar, llevar fichas, revisar bibliografía

-"Tengo la impresión de que los escritores chilenos de la actualidad leen muy poco", dices en la página 90. Y luego explicas que la flojera se debe en parte a Internet.

-La declaración que citas la corregiría en el sentido de que no es una impresión, sino una cuasi certeza: conozco casos de autores que hasta se jactan de ello. Si dije que la flojera se debe a Internet, dije una estupidez. Si bien soy un tarado computacional, yo mismo recurro a ella frecuentemente. Así y todo, me sigue pareciendo un recurso poco confiable y prefiero consultar en libros y bibliotecas.

-¿Y cómo ves la literatura local?, ¿te parece que –acaso culpa de esa falta de lectoría– se queda estancada en ciertos temas?

-No me parece en absoluto que la literatura chilena esté estancada, sobre todo en la narrativa: Lina Meruane, Jorge Marchant Lazcano, Mauricio Hasbún, Roberto Brodsky, Patricio Jara, Mauricio Electorat, Marcelo Simonetti, Claudia Apablaza, Andrea Jeftanovic, Nona Fernández, por mencionar los primeros nombres que se me vienen a la cabeza dentro de la generación contemporánea, lo prueban sobradamente.

La pose académica

Todo nació por la crítica –publicada en Las Últimas Noticias– a No ficción de Alberto Fuguet. La académica Patricia Espinosa destrozó el libro de Fuguet y a partir de eso se armó una suerte de debate en cuanto al inacabable tema del lugar de la crítica. A la discusión entraron los escritores Diego Zúñiga, Claudia Apablaza y Gonzalo León. Y así, como todo debate literario local, este se volvió una pelea de perros: unos pocos al centro oliéndose las colas, mirándose y gruñendo; y a los alrededores los demás, aquellos que no se atrevían a meterse directamente.

Y claro: Camilo Marks sí entró al debate. Lo hizo a través de un artículo en paniko.cl, en el que, entre otras cosas, le contestó a Apablaza y a León, así como criticó la escritura de Diego Zúñiga ("su artículo está pésimamente escrito, presenta errores ortográficos, sintácticos y lexicográficos graves").

"Pido disculpas públicas por tamaña imbecilidad", dice hoy, a la distancia, Camilo Marks. Y agrega: "Pero ese fragmento que citas fue hecho al calor de una discusión sobre el estado de la crítica chilena, lo que podría servir para comprender, pero nunca justificar, mi exabrupto".

-¿Te parece que hay interés en la generación de autores nacidos en los 80 en explorar el lenguaje?, ¿o simplemente, a modo de pasar por "vanguardistas" y/o "experimentales", escriben sin meditar sobre los materiales básicos de la literatura?

-En cuanto a la exploración del lenguaje, a pasar por vanguardistas, a dejar de lado los materiales de la literatura, ya estamos frente a otro tema, muy serio y problemático: tanto la generación de autores que citas como la que le antecede, por lo general demuestra cosas peores: exigua cultura, autor-referencia, deseos de figurar, pereza, enfermiza necesidad de reconocimiento…¿sigo?

Vale aclara que si bien Camilo Marks es académico (ha enseñado y enseña en diversas universidades), su posición dentro del campo cultural está lejos de los papers y la jerga teórica. Así, en una escena donde cada vez más los críticos con doctorados buscan las redes sociales para figurar, Camilo Marks goza de un espacio aparentemente libre de la modas y necesidades del mercado académico.

-¿Cómo ves la relación entre la crítica de diario y la crítica académica?

-Siempre ha habido una diferencia entre la crítica de diario y la académica: la primera es contingente, se refiere al presente, se dirige al público en general; la segunda se hace entre especialistas y con fines de intercambio, digamos, profesional. Sin embargo, en nuestro país ha habido numerosos casos de doctores en literatura que han intentado tener cabida en los medios y han fracasado de modo rotundo: son mortalmente aburridores, usan metalenguajes abstrusos, poseen cero conciencia de lo que interesa al lector común y corriente. Estoy seguro de que, con o sin Internet, seguirán encerrados su torre de marfil.

-El sistema académico, por lo menos en los llamados "estudios culturales", se basa en un modelo de capitalismo tardío donde generalmente lo único que importa es producir y producir y producir. ¿Te parece que un crítico de diario, o de web, tiene más libertad que un crítico de la academia?

-Enfáticamente sí. En un rotativo y sobre todo en un sitio virtual, uno escribe como le da la gana, sin rendirle cuentas a nadie. El mercado de producción académica, sobre todo en Estados Unidos, descansa, como lo dices, en producir, producir, producir, ignorando olímpicamente la realidad, desde la guerra en Siria, la atroz crisis en Myanmar o las catástrofes africanas, hasta la corrupción política universal, el liderazgo de payasos como Trump y la tragedia venezolana. Y la crítica, como su nombre y su etimología lo indican, fracasa de manera estrepitosa si depende de ciertos temas de moda y de las tendencias de una temporada.

-Ahora hay nuevas formas de intercambio cultural, como los Youtubers e Instagramers. ¿Qué te parecen estas nuevas formas de compartir lecturas?, ¿te interesan?

-Estoy absolutamente al margen de ese tipo de contribuciones, de forma que me es imposible opinar con fundamento al respecto. Aun así, por fuerza me han llegado algunas de estas joyas y, respondiendo derechamente a tu pregunta, te diría que, con raras excepciones, no me interesan en lo más mínimo.