Libanés radicado en Francia, el guionista y director Ziad Doueiri tiene cuatro largos en 20 años: el primero, West Beirut (1998), lo reveló como original narrador de una guerra civil, y el más reciente, nominado al Oscar extranjero, lo enfrenta a algunas secuelas del conflicto.
El insulto del título es el que profiere el capataz de una obra, palestino ilegal y sobrecalificado, a un mecánico de Beirut antipalestino, con quien se vio las caras por un desagüe doméstico. El asunto va a tribunales y termina convertido en tema nacional: libaneses contra palestinos, palestinos contra israelíes, cristianos contra musulmanes.
Las actuaciones son llevaderas y la presentación es expedita, aun si la puesta en escena recuerda esas series adocenadas que pasan por thrillers políticos. Lo que se distingue, sin embargo, es la escritura fílmica de la historia: cómo se hacen preguntas allí donde otros despliegan recitativos. Una de esas preguntas, que interroga por el "monopolio del sufrimiento" y los rasgos de la victimización, es una de las más acuciantes que haya visto este espectador en una película