El protagónico femenino de Nace una estrella es un papel con historia, que siempre pareciera haber estado reservado para la realeza de Hollywood. Janet Gaynor lo interpretó en la versión original de 1937. Judy Garland hizo lo propio en el remake de 1954, cuando el primer remake de la película transformó la historia en un musical. Y luego fue Barbra Streisand, en la versión de 1976. Las tres ya eran ganadoras del Oscar cuando tomaron el papel. Y las dos primeras recibieron una nueva nominación al galardón por su interpretación en la cinta.

Por eso, que el director y protagonista del tercer remake de la historia, Bradley Cooper, eligiera a Lady Gaga para hacerse cargo de un papel con tanto peso en la historia cinematográfica, podría verse como un riesgo. Sí, Gaga es una estrella en sus propios términos por su trabajo musical, pero su experiencia actoral se limitaba sólo a una temporada de la serie American horror story.

Pero si a diferencia de sus predecesoras Gaga no era una estrella de cine al momento de tomar el papel, sin dudas lo es ahora. Su interpretación en la nueva versión de Nace una estrella -que llega a Chile el jueves- es una de las más elogiadas del año, y para algunos críticos ya hay que dar por segura su primera nominación al Oscar como actriz (ya tuvo una por Mejor Canción).

De cierta forma, es lógico que Cooper haya apostado por la estrella pop para coprotagonizar la película. Él mismo es un debutante con este proyecto, pero en la dirección. Con Gaga a su lado, tiene de entrada buena parte del desafío superado: cuesta pensar en un rostro más convincente y magnético para interpretar a una ascendente estrella pop.

La cinta sigue una estructura similar a la de sus predecesoras: Jackson Maine (Cooper, fuertemente inspirado en Eddie Vedder, tanto en imagen como en la forma de hablar) es un cuarentón músico de country, aún exitoso y conocido, pero lejos de sus mejores días y desgastado por su alcoholismo (y crecientes problemas de audición). Cuando conoce a la mesera Ally (Gaga), queda flechado por su voz, iniciando una relación entre ambos y ayudándola a lanzar su carrera.

Lo que sigue es una melodramática historia en medio de la industria musical, con el trágico romance entre los protagonistas viéndose amenazado por la inversa forma en que se desarrollan sus historias: ella sólo asciende hacia el estrellato, mientras que él sólo desciende entre sus demonios. Que la cantante logre convencer sin problemas en las escenas donde su personaje se transforma en una artista consolidada no es lo que sorprende, sino la sencillez y vulnerabilidad con la que la interpreta lejos de las luces. Sin las pelucas, maquillaje y disfraces, Lady Gaga se revela a sí misma como una versátil y talentosa actriz.