Durante los últimos 15 años, Rafael Gumucio desarrolló una amistad íntima con Nicanor Parra y reparó en casi todo lo que el antipoeta tenía por decirle. Desde temprano en la relación, Gumucio supo que, llegado el momento, escribiría una biografía de Parra, y fue, en tal sentido, uno de los más aplicados oyentes de los cientos de discursos que Parra elaboró e intervino en su presencia, discursos que muchas veces, tras la pregunta adecuada, se remontaban a la infancia o a la juventud del hablante. El resultado de la disposición de Gumucio es este libro profundo, sorprendente e iluminador: aquí no sólo el protagonista, un individuo reconocido por lo esquivo y ladino, cobra cuerpo y alma, sino que también alcanza dimensión humana la peculiar obra que lo convirtió en poeta laureado, en rockstar universal y, a fin de cuento, en estatua viviente.

Gumucio reverencia, admira, adora, idolatra a Parra, de ello no hay dudas, pero a veces lo odia y le teme. Incluso presume cierta vocación de vampiro en el antipoeta, "la de acceder a través de otro a territorios vedados, la de ser moderno a través de otro, la de sorber la sangre de un joven hasta dejarlo seco, buscando un cuerpo en que encarnarse". No son, por suerte, pálpitos únicamente personales los que recrean las distintas etapas de la inextinguible vida de Nicanor Parra, puesto que el biógrafo, como correspondía, accedió a una gran cantidad de fuentes orales y escritas para explicarle al lector, y a sí mismo, qué clase de persona y personaje fue realmente el sujeto de su estudio.

Según Ángel, el hijo de Violeta Parra y sobrino de Nicanor, "es un genio el tío, pero no es una buena persona (…) si yo hablara, la embarradita que quedaría". La relación del poeta con su familia conforma uno de los temas recurrentes del libro: "Nicanor no era uno más de los Parra Sandoval. No cantaba, no actuaba, tomaba apenas lo justo y suficiente. Siempre vivió esta distancia con la mendicidad de sus hermanos a la vez como una bendición y como una herida. Prefirió rodearse de gente educada, pudiente, mujeres y hombres de buena situación y apellidos vinosos o bancarios a los que de pronto le gustaba lanzarles su origen a la cara".

La madre y la hermana son figuras fundamentales del relato: "Me contó entonces que había tomado leche materna hasta los cinco años. No imaginaba yo que suspiraba de anhelo y no de nostalgia. (…) Su madre era al mismo tiempo la autoridad y la demencia, el lujo y la pobreza. Decidía de un día para otro que había que ir a rescatar al Lalo a Buenos Aires, y la Violeta y Roberto interrumpían todo lo que tenían que hacer para cumplir con la tarea. Adoptaba niños de la calle, se casaba y enviudaba como quien cambia de camisa. Usaba un sable para golpear a los que no pagaban". La presencia de Violeta, la suicida, tampoco lo abandona: "'No seas tonto, Tito, mátate', me dice la Violeta. Su voz en mis oídos, clara como tú y yo. ¿Por qué no se mata uno? Chancho burgués, me dice. ¿Mátate? ¿Por qué no le hace caso uno?".

Parra osciló a menudo entre los extremos que él mismo le asignó al rey de Bretaña en su magnífica traducción de Shakespeare (Lear, rey & mendigo), desde que se ganaba la vida como inspector serrucho en el Internado Barros Arana, hasta convertirse en eterno candidato al Nobel. Entre medio ocurrió de todo, por supuesto: las decenas de mujeres, los hijos, los viajes, la becas, la invención de la antipoesía, la abjuración de las primeras letras, la educación literaria con lagunas, la amistad con los beatnik, las incesantes exploraciones sexuales, las casas, los endecasílabos, el millón de dólares de Farkas, la cercanía con el poeta Adán Méndez, la ambición, el egocentrismo, los triunfos y la tan ansiada inmortalidad: "Sabía Nicanor que tenía que enfrentar a un gigante. Neruda era una figura mundial e inevitable, a la altura de T.S. Eliot, Pound, Breton y pocos más. Mover su estatua de las plazas del mundo demandaba una energía sin fin ni comienzo. Una energía que Parra se aseguró de tener. ¿No ha vivido 100 años para eso, para abandonar el siglo XX, que era el siglo de Neruda, y tener derecho a un siglo, el XXI, para él?". Recuento puntilloso de una vida insólita y más, Nicanor Parra, rey y mendigo viene también a ser lo mejor que hasta ahora ha escrito Rafael Gumucio.