Interpretar a una mujer ciega que aprendió a "ver" con sus oídos y manos es un desafío mayor para Alessandra Guerzoni, quien sale airosa de la prueba en Molly Sweeney: ver y no ver con una actuación de excelencia, íntima y conmovedora. La intérprete no cae en la solución fácil de imitar la ceguera o estereotipar su manera de moverse por el mundo de las sombras y, de forma inesperada, evidencia la teatralidad y sobriedad del personaje de Molly, decisión inteligente y arriesgada. Con 15 minutos en completa oscuridad que garantizan la igualdad de todos los espectadores, la obra requiere de un público activo que reconstruye en su mente el desconocido imaginario y la oscura verdad de la protagonista.
Por su estructura de sucesión de monólogos, el texto original es excesivamente teatral y los personajes interactúan poco. Bajo la acertada dirección de Omar Morán esta estática camisa de fuerza se vuelve una fortaleza. Las interacciones son fáciles de visualizar al descansar los monólogos en sólidas actuaciones, con muy buen equilibrio entre humor y drama, y al estar acompañados por proyecciones de imágenes de impecable factura que ayudan a recrear las perturbadoras percepciones visuales de la protagonista.
La escena cuando Molly recupera la vista es arrolladora y de una belleza ineludible, al igual que la secuencia donde se escucha la versión sinfónica de la canción Fe, de Jorge González. El conjunto es un placentero desafío para los sentidos.
Carlos Ugarte se entrega por completo al gracioso rol del marido de Molly, un soñador para el que la recuperación de la vista de su mujer es la última de sus obsesiones extravagantes. Diego Casanueva, frío y distanciado, es el doctor, alguna vez un celebrado cirujano cuyo divorcio lo condujo a la depresión y el alcoholismo. Para este personaje doliente la operación milagrosa le ofrece la oportunidad de restaurar su autoestima profesional. Su objetivo es lograr algo quirúrgicamente que nunca se ha hecho antes, un hito revolucionario. Esa es su verdadera motivación, no ayudar a Molly. El marido podría ver la operación como una causa utópica, pero el médico ve en ella su redención, su última oportunidad para restaurar una reputación perdida. El marido resulta ser un escapista, un eterno Peter Pan y el doctor, un alcohólico que busca una forma de salir de su propia oscuridad. Ninguno ve realmente a Molly. Los únicos ciegos son ellos.
El dramaturgo irlandés Brian Friel, inspirado en el ensayo Ver o no ver, del científico Oliver Sacks, muestra el vértigo de Molly al volver a ver, quien condenada a la visión se refugia en un límite imaginario entre la realidad y la ficción, entre la cordura y la locura, entre el país de los ciegos -del cual fue expulsada- y de los videntes.
Molly Sweeney: ver y no ver hace conciencia sobre la necesidad de la inclusión de personas con discapacidad en la oferta cultural. La obra está adaptada para personas ciegas y ofrece audiodescripción, un programa en braille y al entrar a la sala el espectador puede tocar maquetas de los rostros los actores y asociar sus rasgos con sus voces.