Qué difícil es que alguien no conozca el cuento de La Cenicienta. Ya sea el de Perrault o el de los Hermanos Grimm. Esa historia tan íntegra que ha transitado por la ópera, la música, el flamenco o el cine. Y, por supuesto, también por el ballet.
Han sido muchos los coreógrafos tentados por esta obra. Y Marcia Haydée, la directora del Ballet de Santiago, ya la tomó en 2005. Ahora, en una nueva versión de la artista brasileña, La Cenicienta, con música de Sergei Prokofiev, regresó al Municipal de Santiago en una puesta que triunfó por lo visual y orquestal.
Porque antes que nada, la propuesta escénica y de vestuario de Pablo Núñez raya en lo más bello que se haya visto. Con cuadros mágicos y otros realistas, con un ropaje que define con finura a cada personaje y permite el movimiento, el diseñador relata por sí solo la historia, y su refinada fidelidad a la narración se hace palpable.
Y por otro lado, la inspirada batuta de Pedro-Pablo Prudencio lleva a la orquesta por una lectura brillante. La riqueza y el colorido musical de la compleja partitura de Prokofiev -muy cercana al cuento de Perrault- encuentran asidero en la Filarmónica de Santiago, donde el director dibuja cada personaje, contrapone aquellos bromistas de los tiernos y trasluce luminosidad, inquietante amenaza con las campanas de medianoche, magia y romanticismo.
Sin embargo, el problema radica en una coreografía a la que le falta más sustancia. Pues Marcia Haydée desdibuja la historia y no se detiene en los detalles dramáticos; sólo aflora lo más somero de ésta. Tampoco hay un perfil nítido de los caracteres, situaciones o cualidades y defectos humanos (virtud, celos, rivalidad, etc.); insiste con personajes como los grillos que, si bien son simpáticos, terminan por cansar, y suma momentos incomprensibles, como el propio final que queda sin una clara resolución o cómo Cenicienta recupera su antifaz, que reemplaza a la zapatilla de cristal.
Pese al poco sostén, los bailarines y el cuerpo de baile rinden a más no poder. Natalia Berríos retoma el rol de Cenicienta con naturalidad, romántica pasión y limpieza de movimientos. Rodrigo Guzmán es un Príncipe de porte elegante y matizada comunicación. La Hada del Destino (que reemplaza a la madrina) recae en una etérea Romina Contreras, mientras Andreza Randisek perfila con temperamento y descarada coquetería a la madrastra. Las hermanastras Montserrat López y María Lovero aportan su cuota de comicidad; atlético y divertido es el grillo de Esdras Hernández. Es una serie de personajes solistas que intervienen en la obra. Y todos ellos, con habilidad y momentos sólidos.