Yuja Wang es toda una figura. Una artista por dentro y por fuera que honra al piano. Que ha entrado a la esfera de los más reconocidos músicos de la actualidad. Y que hoy por hoy se pasea sin más por los escenarios del mundo.
Si bien se le ha tildado de ser una intérprete de mucha técnica, pero poca sustancia, no fue eso lo que demostró en Santiago con un programa exigente que dejó en claro todas sus virtudes.
La artista china de 31 años arribó al Municipal y lo incendió. El público celebró con vítores, incluso gritos -como quien espetó un sonoro "preciosa"- su recital. Y no era para menos. Porque su frágil apariencia, seria sobre el escenario, aunque llamativa en su vestimenta, se transforma y se convierte en una salvaje pianista, con una técnica descollante, velocidades asombrosas, enérgica, con buenos momentos de expresividad y siempre musical.
Pero también, y aunque aparentemente parezca superfluo, su vestuario no es un tema menor. Forma parte de su sello y no le resta mérito, por el contrario, suma. Por que más allá de llamar la atención y reflejar con ella, como ha dicho, estados de ánimo, produce cercanía con el público, especialmente el joven, al que hoy hay que encantar.
Enfundada en un vestido largo fucsia con tajo y zapatos de charol con taco aguja, Wang comenzó con tres piezas de Rachmaninov -Preludio en Sol menor Op. 23 Nº 5, Vocalise de Catorce romances Op. 34 y Etudes-tableaux Op. 39 Nº 5- que sonaron tibias y demasiado metálicas. Pero lo mejor vino después con una brillante Sonata para piano Nº 3 en Si menor Op. 58 de Chopin, en una interpretación expresiva, llena de colorido, sonoridades y dinámica, y a la que con manos sutiles imprimó un carácter solemne y lúgubre por un lado y por otro, en el célebre cuarto movimiento, un dramatismo heroico y vivo.
En la segunda parte, esta vez con un peto ceñido y shorts negros, arremetió con furia eléctrica y lirismo la Sonata Nº 6 en La Mayor Op. 82, de Prokofiev. La pieza es un reto para cualquier intérprete. Pero Wang la hizo sentir sencilla, de tal modo que sus dedos se pasearon por el piano con sutileza, poesía, agresión, marcialidad y celeridad, dando cuenta de una carga dramática estremecedora y una atmósfera misteriosa y tensa.
Con la sala acalorada era imposible no regresar con encores, y esta vez la pianista fue generosa, regalando seis piezas más, cuidadosamente elegidas para hacer lucir todas sus habilidades: el Precipitato de la Sonata Nº 7 de Prokofiev; la transcripción de Liszt para el lied Margarita en la rueca de Schubert; variaciones sobre una suite de Carmen de Bizet; el Vals Op. 64 Nº 2 de Chopin; Danzón Nº 3 de Arturo Márquez, y la versión que hizo Arcadi Volodos del Rondó alla turca de Mozart y que ella ha popularizado, lo que terminó por dejar en llamas al público.
Y si con sus interpretaciones rompió barreras con la audiencia, su proximidad se acrecentó aún más al anunciarse que terminado el concierto firmaría programas y discos en el foyer. Y así fue, con el hall del Municipal repleto esperando por su autógrafo.