Los últimos años han sido generosos con los fanáticos de la crónica roja, porque después de mucho tiempo, las historias policiales que en televisión estaban relegadas a programas de bajo presupuesto con recreaciones ídem, de pronto se pusieron de moda.

Realmente no fue tan "de pronto". Todo partió con un podcast: Serial, que en 2014 contaba la historia del asesinato de una adolescente y cómo su ex terminó en la cárcel a pesar de jurar su inocencia, fue escuchado por millones de personas en el mundo anglo, hizo que el caso volviera a las portadas y a la corte, y de pasada se convirtió en el primer fenómeno de este formato.

Al año siguiente la industria televisiva había tomado nota y en HBO apareció The Jinx, sobre un multimillonario que había logrado evadir la cárcel a pesar de ser el principal sospechoso de tres asesinatos. Netflix respondió con Making a murderer, serie documental que en 10 capítulos mostraba el caso contra Steven Avery, un hombre que había sido encarcelado injustamente por 18 años, liberado y luego devuelto a prisión por un asesinato del que se declara inocente.

Desde el primer capítulo el documental toma partido por Avery, poniendo bajo microscopio una investigación con muchos elementos dudosos, y logrando que con cada episodio se volviera más absurdo y frustrante que hubieran logrado el veredicto de culpable. Ahí estaba una de las grandes fortalezas del documental: con el camiseteo que muchos calificaron de injusto y manipulador, lograban enganchar al público desde la incredulidad y la rabia. Al igual que ocurrió con Serial, Making a murderer logró que el caso de Avery se volviera noticia y que muchos pidieran su reapertura.

Con todo esto en el pasado, ayer la historia volvió a Netflix con 10 nuevos capítulos, para seguir alegando la inocencia de su protagonista, ahora representado por una nueva abogada que hace aún más hoyos en la investigación policial. De nuevo logra que el espectador se ponga de su lado, de nuevo tiene buenos giros y revelaciones, de nuevo hace sentir que el sistema de justicia estadounidense tiene problemas serios.

Evil genius, The keepers y The staircase son otros de los títulos con que Netflix le sigue sacando el jugo al buen momento del true crime, género que ha llegado a tal popularidad que se ganó una parodia, que también tiene su segunda temporada en Netflix y que se merece tanta atención y aplausos como estas producciones más serias.

Se trata de American vandal, un falso documental en que dos escolares investigan curiosos "crímenes". En la primera temporada era la misteriosa aparición de penes dibujados con spray en los autos de todos los profesores. En la segunda la pregunta es quién manipuló la limonada del colegio, provocando una diarrea colectiva e imparable.

Aunque la descripción de los casos hagan sonar a American vandal como una serie infantil y de chistes fáciles, no es así. O sea, hay de estos chistes, pero el absurdo de la investigación ayuda a hacer el contrapunto con el genio observador de la serie: están todos los clichés, todas las manipulaciones al espectador, todas las fórmulas que en los documentales "serios" pasan desapercibidos por la gravedad de los casos pero que acá saltan de la pantalla gracias a lo descabellado del fondo. Sin duda un título que se gana tanto su lugar como Making a murderer.