La verdad, uno se enamora desde la primera aparición. Noche y un tren de cercanías avanza a través de la campiña inglesa. Algo no va bien. Un cortocircuito y el convoy se detiene. Una pareja, un muchacho de color y una joven policía buscan respuestas. Y esa búsqueda los lleva con lo inexplicable. Una criatura luminosa y con tentáculos avanza hacia ellos devorando el acero inglés. Todo parece perdido hasta que de la nada se abre el techo del automotor y desde el cielo cae la actriz Jodie Whitaker armada con un "destornillador", artilugio suficiente para detener al cefalópodo intergaláctico. Whitaker es en realidad el Doctor, o para ser exactos su 13ª encarnación, por vez primera en forma de mujer. Tampoco cayó del cielo, sino del Tardis, una poderosa nave interdimensional con la forma/camuflaje de una caseta telefónica de la policía londinense, de esas que ya ni siquiera existen en la capital británica. ¿Perdón? ¿Doctor qué? ¿Doctor Who? ¿Es que nunca han oído hablar del

Habitamos un mundo donde el streaming nos da cada vez más y mejores series. Por voluntad propia nos habituamos a tramas complejas con familias disfuncionales, asesinos rituales que abandonan cuerpos en bosques del norte de Europa, fábulas de casas embrujadas que en realidad son metáfora del temor a crecer, vigilantes urbanos católicos que espejean al vía crucis de Jesús o dramedias efectistas de adolescentes ricos en un exclusivo internado… Sólo escribir lo anterior cansa. Y está bien que canse. La oferta es variada y para todos los gustos. Pero en ocasiones uno sólo quiere reposar y disfrutar de una historia simple y divertida. Y perdonen la licencia, pero en esta melodía, el gran evento en el mundo serie de octubre de 2018 no fue la casi perfecta The Haunting of Hill House (Netflix), sino el estreno de la temporada 11 de Doctor Who en la aplicación de BBC.

No existe nada más inglés que Doctor Who. Ni los Beatles, ni los Kinks, ni las letras de Jarvis Cocker o Neil Tennant. Ni siquiera James Bond, Mary Poppins o Harry Potter. En cultura pop no hay nada más inglés que Doctor Who. Una suerte de religión pop para los nacidos y crecidos en el archipiélago de la cruz de San Jorge, sobre todo para los relacionados con la industria creativa. Sino lo creen googleen y registren la cantidad y calidad de los escritores, actores y directores involucrados en los más de cincuenta años de la serie, que sólo en lo musical fue capaz de unir a Queen con Sex Pistols.

Por supuesto Doctor Who es un gusto adquirido y recomendarle a alguien que jamás ha visto un episodio las aventuras de un "señor del tiempo" que cada tanto cambia de cuerpo y se mueve a través del hiperespacio en una cabina telefónica puede resultar un esfuerzo vacío. En absoluto, la serie no es la mejor serie del mundo, pero sí la más entrañable, cariñosa y con más amor por la cultura popular. Una declaración de fe y devoción sin la cual no existiría ni la mitad de la ficción audiovisual británica que tanto amamos. Es la escuela, el hombre lobo original del cual emergió desde Downton Abbey hasta Sherlock. Es más: Game of thrones y la increíble The bodyguard surgen de la academia Doctor Who. No hablamos de una serie de culto, hablamos de una idea total.

Creada en 1963, la serie se transmitió de manera ininterrumpida hasta 1989; en Chile incluso era emitida los sábados por la mañana en Canal 13 con el nombre de Doctor Misterio. Tras un paréntesis de casi quince años, regresó en 2005, convirtiéndose en una tradición televisiva que ha perdurado hasta nuestros días. Once actores han encarnado al personaje y la palabra recién usada no podría ser mejor. Al contrario que James Bond, acá el cambio de aspecto es parte de la trama. El Doctor es una entidad espacio temporal que no tiene forma física, adquiriendo una nueva de vez en cuando para así interactuar con los humanos. Tras doce versiones masculinas, la trece debutó hace cinco semanas con la primera Doctor mujer. Y los primeros capítulos se han hecho cargo del detalle, articulando una subtrama divertida acerca del desafío de acostumbrarse a ser una "chica" tras haber sido "un anciano escocés de mal genio", todo en medio de dinosaurios, extraterrestres de plástico digital, pulpos de dimensiones paralelas, guerras estelares que se solucionan con un destornillador y maravillosos conflictos sacados del cine B y del pulp más multicolor de la década de 1930. Y lo mejor es que no es en broma, sino muy en serio, con la seriedad de un relato que se asume como lo que es y del humor que ello conlleva. Esto no es ciencia ficción, es fantasía desatada y urbana, como si Oscar Wilde escribiera historietas, como una ComicCon celebrada en la pista central de la Blondie. Insisto, diez minutos del primer capítulo de la temporada once de Doctor Who y ya estamos enamorados de Jodie, el 13º Doctor, o la nueva Doctor, o la primera Doctora. En este caso da lo mismo: en lo realmente importante, eso que sucede en los laberintos del espacio tiempo a través de multiversos atados por agujeros de gusano, allá hace rato que hay igualdad, de hecho ni siquiera hay masculino y femenino, sólo hay.