I. Los artistas inspirados por Led Zeppelin integran un subgénero parecido al rock rollinga, ese nicho trasandino descartable que imita a los Stones. Hay casos donde disimular no era parte del plan. A fines de los 80 Kingdom Come suscribió a esa fórmula en un éxito tan fulgurante como anecdótico. Otros como Billy Squier, Soundgarden, The Music y The White Stripes desarrollaron sus relatos a partir del tótem británico, para luego evolucionar en distintas formas con rasgos propios.
II. Anthem of the peaceful army se presenta como el debut de Greta Van Fleet, el cuarteto del pequeño pueblo de Frankenmuth, Michigan, formado por los hermanos Josh, Jake y Sam Kiszka (voz, guitarra y bajo, respectivamente), más el baterista Danny Wagner. Bio exprés: el papá melómano los crió en un ambiente de rock clásico y Motown aislados de sonidos actuales. Este es el tercer lanzamiento en 18 meses, precedido de los epés Black smoke rising y From the fires, interpretados por la prensa como la salvación del rock.
III. Las reseñas sobre estos registros mencionan a Led Zeppelin no como un referente, sino como una sombra gigante porque la manera en que este cuarteto con edades entre los 18 y los 22 años se acerca a la banda británica, remite a la mímesis y no a la inspiración. Cada uno de los músicos no pretende exponer su propia personalidad sino calcar las maneras de sus ídolos. Robert Plant lo sintetizó: "son Led Zeppelin I, con un bonito pequeño cantante".
IV. Greta Van Fleet es capaz de replicar con exactitud el sonido de los ingleses en sus primeros álbumes, sobre todo el debut de enero de 1969, pero de manera superficial. La base instrumental suena idéntica y qué decir de la voz, impresionante en el parecido con la garganta profunda de Plant en aquel periodo. Pero son todos sobrevuelos a una compleja geografía musical sin jamás aterrizar en las profundidades místicas y eróticas, vértices en la leyenda de Led Zeppelin.
V. En la voz de Josh Kiszka está el rango extraordinario del ídolo rubio y ensortijado sobre todo en los agudos, aunque sin captar la agresiva voluptuosidad original. Si Plant era un bramido felino salvaje, el joven vocalista emula un maullido a ratos irritante. Esa falta de grosor, de carrete, se repite en los restantes miembros de Greta Van Fleet. Desde la guitarra hay florituras similares a Jimmy Page, un eco lejano de su estilo sin la artesanía detallista del histórico brujo de las seis cuerdas, habituado a registrar diversas capas del instrumento en un solo tema. Danny Wagner también consigue algo parecido al impacto bestial de John Bonham, pero por ahora no posee ni la muñeca ni el prodigioso manejo del bombo del fallecido baterista. Sam Kiszka, a cargo de bajo y teclados, es el más competente en términos musicales, un gran bajista con buen groove que se desdobla ante el teclado, al igual que John Paul Jones.
VI. Anthem of the peaceful army registra además una gráfica en descenso, un disco que va de más a menos hasta llegar a canciones desfallecientes como "Anthem", el penúltimo corte que remata con un desabrido coro en plan hippie. "When the curtain falls", una cínica declaración sobre las implicancias de la fama, es la canción más lograda sin ser particularmente descollante. El resto son variaciones de cortes puntuales y embrionarios de Led Zeppelin como "Your time is gonna come", un tema que ya era notoriamente relevante como guía en el EP Black smoke rising.
VII. Para Greta Van Fleet esta era la oportunidad para que las preguntas sobre Led Zeppelin se replegaran gracias a una relectura original de su obra. Pero este debut oficial no sólo es una partida en falso sino además contiene una lección. Si el rock pretende recuperar algo de popularidad lo debe conseguir mediante novedades y creatividad como lo hizo en sus mejores días. De bandas tributo está plagada la Tierra y, por ahora, Greta Van Fleet no supera esa categoría.