Mientras recibía el Premio Príncipe de Asturias en Comunicación y Humanidades, la periodista Alma Guillermoprieto hizo una romántica defensa del rol del periodismo en los tiempos actuales, donde el resplandor de la tecnología hace de la prensa impresa un objeto de museo y de las redes sociales un furibundo diario mural de lo intrascedente. Consciente de todo eso, Guillermoprieto, una de las plumas más destacadas de la crónica latinoamericana actual, destacó lo imprescindible del periodismo en su discurso tras recibir el galardón. "Me alegra infinitamente este reconocimiento a un oficio al que sólo se entra con grandes sueños e ilusiones: ver el mundo, cambiar la historia, ser heroicos", dijo en la ceremonia del Teatro Campoamor de Oviedo, norte de España.
A esto, sin embargo, la escritora también agregó largos pasajes de las pellejerías asociadas al oficio, donde el común denominador son la precariedad y riesgo. "Pero en este oficio cuesta trabajo no sólo vivir, sino sobrevivir. Este año han sido asesinados 45 reporteros, porque a alguien no le gustó lo que dijeron de él", denunció, recordando de paso el asesinato de Javier Valdez, colega mexicano asesinado por el narcotráfico.
Guillermoprieto tiene a su haber una serie de libros publicados que son referencia en la escuelas de periodismo del continente, como Los placeres y los días y la recopilación de sus artículos en Al pie de un volcán te escribo. Fue una de las fundadoras de la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano -por invitación directa de su ideólogo, Gabriel García Márquez-, su firma ha estado en los medios más prestigiosos del primer mundo -The New York Times, The Washington Post, The Guardian, Newsweek- haciendo crónicas y reportajes de largo aliento sobre el devenir de América Latina, tanto de su acontecimientos sociopolíticos como las expresiones de su cultura; desde la revolución sandinista hasta la samba en Río de Janeiro. De hecho, el galardón reconoce la "trayectoria profesional y su profundo conocimiento de la compleja realidad de Iberoamérica". Su obra está a la altura de trabajos como el de Jon Lee Anderson (Che Guevara, una vida revolucionaria) Martín Caparrós (El interior. Crónicas de viajes por las provincias argentinas) y Leila Guerriero (Los suicidas del fin del mundo. Crónica de un pueblo patagónico), entre otros.
La periodista, sin embargo, es también dueña de una sensibilidad artística que trasciende las letras. Junto a su madre, en su adolescencia dejó su México natal para radicarse en Nueva York, ciudad donde estudió danza moderna. Esa carrera fue la que la llevaría a radicarse posteriormente en Cuba, luego que el régimen de Fidel Castro la contratara como profesora de la Escuela Nacional de Arte en 1968. Pese a un posterior desencanto frente a las rigideces de la revolución cubana, Guillermoprieto quedó prendada de la cultura cubana, particularmente su música.
En diversas entrevistas, de hecho, la escritora ha dejado entrever una poco explorada vocación tropical. Sus recuerdos de bailarina en Cuba los plasmó en el libro más íntimo de su obra, La Habana en un espejo (2005). Anteriormente, publicó el libro Samba (1990) sobre su experiencia en una escuela de samba en Río de Janeiro.
"No me gusta la Revolución"
A fines de los sesenta, Alma Guillermoprieto era una entusiasta bailarina de danza moderna en Nueva York, formada con sus maestras Marta Graham y Merce Cunningham. Fue esta última quien le contó sobre la búsqueda de una profesora de danza que tenían en la Escuela de Danza Moderna de la isla. Motivada por cierto afán de aventura, aceptó el desafío y viajó a La Habana. Llegó en una jornada especial para el socialismo cubano: 1 de mayo de 1970.
Por entonces, Cuba se encontraba en un momento de especial fervor revolucionario. 1970 fue el famoso año donde Fidel Castro demandó a la isla la zafra de 10 millones de toneladas de azúcar -meta no alcanzada- para mejorar la ya alicaída situación económica, además de intento voluntarioso por superar la dependencia económica de la Unión Soviética. La revolución, además, mantenía una relación conflictiva con sus artistas e intelectuales donde, entre otras cosas, la música de The Beatles no era bienvenida y el pensamiento crítico -remítase al caso del poeta Heberto Padilla en 1971- mantenía un muro de acero sintetizado por el propio Castro ante los intelectuales en los albores del régimen: "dentro de la revolución, todo. Contra la revolución, nada".
Por cierto, el alma libre y sensible de la bailarina Guillermoprieto se fue desencantando del maximalismo castrista, impactada por detalles de difícil comprensión como que en la sala donde impartía clases no habían espejos por ser una expresión burguesa de las vanidades del capitalismo. "Creo que tengo claras muchas de las ideas del materialismo histórico y de la práctica revolucionaria. Pero lo que me preocupa es que a mí no me gusta la Revolución. No me gusta porque soy artista y no nos tratan bien. No me gusta porque soy anárquica y todo lo quieren controlar (…) No me gusta porque no creo que los Beatles sean dañinos, ni que el pelo largo tenga que ver con que uno sea revolucionario o no", dice un extracto del libro La Habana en un Espejo en carta a un guerrillero con quien mantuvo un romance fugaz. "Lo que te estoy tratando de decir es que no me gusta vivir aquí y al mismo tiempo tengo claro que la Revolución es indispensable para mejorar el futuro de la humanidad. Pero entonces, ¿qué hago yo con mis propias opiniones? ¿Cómo combato lo que siento?" , agrega.
A los seis meses, Guillermoprieto dejaría Cuba y, un par de años después abandonaría para siempre la danza. Volvió a México a hacer clases de español e inglés y a ejercer de traductora de dichos idiomas. Hasta que un amigo le contó que el diario The Guardian necesitaba de alguien que contara los inicios de la Revolución Sandinista en Nicaragua. Era el inicio no buscado de una destacada carrera en prensa escrita.
Con todo, Cuba seguiría siendo una compañía constante en sus escritos. La autora ha confesado con mucho orgullo el haber hecho un perfil a Celia Cruz para The Washington Post a inicios de los ochenta, para luego recibir tarjetas de navidad por parte de "La Guarachera de Cuba". O una larga crónica realizada para la revista cultural Letras Libres de México a fines de los noventa sobre el auge de la música cubana a partir del boom comercial de Buena Vista Social Club donde, entre otras licencias, calificó la interpretación del bolero "Dos Gardenias" por parte de Ibrahim Ferrer como "enamorarse en la cubierta de un crucero de lujo".
La trastienda del carnaval de Río
Samba fue el primer libro de la periodista, por entonces jefa para América Latina en la extinta revista Newsweek, cargo al que renunció para instalarse un mes en Río de Janeiro. Su objetivo; relatar los preparativos del mundialmente famoso "Carnaval de Río". Para ello, Guillermoprieto eligió una favela, ahí donde "el samba" es una forma de vida.
Para ello, la escritora se instaló en la escuela de samba "Estación Primera de Mangueira". Una opción lejos del azar, pues Mangueira es reconocida como una de las escuelas pioneras, fundada por maestros del samba como Cartola -acaso uno de los mayores poetas del género- y donde figuras de la música brasilera como Chico Buarque, María Bethania y Beth Carvalho han desfilado por la "verde-rosa" -los colores de Mangueira- en el sambódromo de la llamada "Cidade Maravilhosa".
"De alguna manera, Samba es mi libro más personal. Es en el que más he buscado la calidad de la escritura", dijo a El Tiempo de Colombia. En la misma entrevista, de hecho, Guilleroprieto revela sus aficiones musicales que tienen su origen en Cuba y Brasil. "Todas las músicas afro me mueven mucho. Desde el blues de Chicago hasta, no tanto la bossa nova, sino el samba propiamente. Pasando por la salsa cubana y neoyorquina. Y la clásica, claro".
Alma Guillermoprieto es la tercera mujer en recibir el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades. Anteriormente fueron galardonadas la fotógrafa Annie Leibovitz (2013) y la filósofa María Zambrano (1981).