La temporada comienza a cerrar con un hito de esos que dejan huella: Mi hijo sólo camina un poco más lento, del dramaturgo croata Ivor Martinic. Pocas veces en el año logra verse un montaje que dibuje de forma sencilla un retrato familiar sólido y convincente, una reflexión sobre el duelo, la devastación de una enfermedad, la incomunicación y el proceso de aceptación de la realidad.
Es un texto nacido del dolor. Branko (Diego Ruiz) está en silla de ruedas porque padece una enfermedad degenerativa. La obra registra la cotidianidad de su familia durante su cumpleaños 25. La madre (Roxana Naranjo) vive el duelo y aun no puede aceptar que su hijo no caminará más. Rebosante en humor amargo e ironía, el montaje llega al espectador y conmueve al abordar con un tratamiento íntimo personajes y temas delicados con los que todos nos identificamos con facilidad. No hay nada más universal que la incondicionalidad de una madre negándose a nombrar la enfermedad de su hijo y una abuela enferma de Alzheimer (Ana Reeves) aferrándose a la memoria ante la pérdida de sus recuerdos. Lo único que conserva son hilos de lucidez, flashazos sobre devastadores incendios, quizá una alusión a la Guerra de los Balcanes del autor. Todos los miembros de esta familia tienen discapacidades y con seguridad más graves que la de Branko.
Actrices y actores de diversas generaciones bucean por las profundidades del drama familiar, lloran, discuten, ríen, se critican, se acompañan y acarician la incipiente barba de Branko. Solo por verlos reunidos y junto a otros talentos más jóvenes merece la pena esta obra. Cómo llena el escenario el excepcional elenco femenino, con la expresividad adecuada, control y ritmo. Ana Reeves, bien guiada por la debutante directora Barbara Ruiz-Tagle, se esmera en lograr esa ansiada intimidad sin sentimentalismos ni excesos. Reeves hace reír con su incontinencia verbal de garabatos, potencia con naturalidad el conflicto familiar y nos recuerda que el amor y el humor son la única tabla de salvación, el único antídoto frente al dolor. Generosa como ella sola, no busca el lucimiento personal y con compañerismo se desvive por dar un buen pie al resto del elenco. Atención con Bárbara Ruiz-Tagle y su auspiciosa carrera como directora.