El cénit de Coldplay se llama Mylo Xyloto. Para apreciarlo con claridad, deben ser considerados ciertos detalles, en apariencia anecdóticos, de la biografía del grupo. Es oportuno recordar que Chris Martin, a fines de los noventa, medio en broma y medio en serio, barajó la posibilidad de armar una boyband para iniciar su carrera. De buenas a primeras, suena como una locura, pero en aquel entonces era lo que estaba en boga y resulta que, con el paso de los años, Coldplay demostraría un permanente y astuto interés en ofrecer su propia lectura de las tendencias dominantes en la amplia gama del pop. Ha sido la tónica de su carrera desde el 2000 hasta ahora: los multiventas escoceses Travis eran sus modelos a seguir en Parachutes, pero luego fueron acomodándose donde más pegaba el sol hasta llegar incluso a la satanizada EDM. A lo largo de su historia, las decisiones musicales de Coldplay han obedecido siempre a la búsqueda de masividad más que a los apegos estéticos.

Establecida la noción de que Coldplay es una sustancia maleable, otro factor a tener en cuenta es el conflicto interno que subyace bajo la apariencia amable de los cuatro primeros discos del grupo, sus lanzamientos previos a Mylo Xyloto. Es una fuerza que choca con su instinto primario, el de diseñar canciones que puedan ser coreadas por decenas de miles de personas, siempre con Glastonbury en mente como una suerte de Meca. Se trata del punto débil en la carrera hecha por la banda hasta el 2011: las ansias de validación de Martin, deseoso de obtener la venia de una minoritaria audiencia dogmática que desde el comienzo lo vio como un copión de copiones (porque Travis seguía el libreto de The Bends de Radiohead, que a su vez era una especie de respuesta británica a Grace de Jeff Buckley). El cantante de Coldplay quería respeto. Ampliamente reconocido en la industria por su ética laboral, se dedicó a leer todas las críticas de sus discos. Chorreando autoconsciencia, interpoló a Kraftwerk y trabajó con Brian Eno a ver si le convidaban algo de su credibilidad artística.

Con el espaldarazo que significó Viva la vida or death and all his friends del 2008, un triunfo comercial y también creativo gracias a Brian Eno en la producción, Martin adquirió un nuevo nivel de confianza que sale a relucir en el descaro pop de Mylo Xyloto. En el quinto disco de Coldplay, de entrada, colabora la mismísima Rihanna, reina absoluta del mainstream de este naciente milenio. Su aparición en "Princess of China", hecha específicamente para que ella la cantara, fue todo un evento cultural. Se publicaron cientos de artículos sobre la canción, desde analistas de moda comentando el look de Rihanna en el video hasta notas haciendo eco de la molestia que causó entre algunos fans chinos que la "princesa" de su país fuese una afrodescendiente. En la misma época, Martin confesó haber pasado muchas horas viendo conciertos de Bruce Springsteen, estudiando su conducta en vivo. Quería controlar los escenarios como El Jefe. En sus entrevistas lo explicaba como un anhelo personal por dejar de sentirse ridículo y entregarse al momento. Verlo en una interacción romántica con una popstar, como la del video de "Princess of China", hubiese sido impensable en el año 2000, pero no es tan raro en el contexto de su despertar como frontman.

Coldplay nunca había invitado vocalistas, pero Rihanna no pudo ser una mejor elección. Se trata de una estrella de primera línea que encarna ideales similares a los suyos: todo lo que ella canta parece un coro (el sueño musical de Martin) y su música atraviesa nichos (el sueño comercial). En Mylo Xyloto, de hecho, Coldplay ejercita sus propios músculos crossover. Los singles del disco se posicionaron alrededor del mundo en radios de rock, pop, R&B y electro. A nivel local, los chilenos, así como los habitantes de otros países de habla hispana, fuimos sorprendidos por "Every teardrop is a waterfall" como primer adelanto del disco. ¡Era igual a "Ritmo de la noche" de The Sacados! Muchos se preguntaron si Martin no le había picoteado algunas notas a los argentinos. Después de todo, Viva la vida ya había sido objeto de acusaciones de plagio por parte de Joe Satriani y Cat Stevens. Rápidamente se supo que sí había un sample, pero de "I go to Rio" de Peter Allen, un tema de 1976 de cuya fuente también bebieron The Sacados. Cabe destacar el origen de su inspiración: si en "Talk" de X&Y (2005) miraban a Kraftwerk, acá están en una dimensión mucho más liviana, colorida y gozadora. Para hacerse una idea: "I go to Rio" es la clase de canción simpaticona que perfectamente podría aparecer en el soundtrack de Los guardianes de la galaxia.

Chris Martin asume por fin su naturaleza bonachona en Mylo Xyloto, pero el disco se beneficia cuantiosamente del aprendizaje de Coldplay en su intento por seducir a los entendidos. Una mirada a los créditos indica que mantuvieron el lazo con Eno y su discípulo Jon Hopkins, dos genios de la electrónica a los que poéticamente atribuyen la "enoxificación" y la "luz y magia" de las canciones. Eno y Hopkins complementan con finos trazados una obra hecha por pintores de brocha gorda, en la que se supone que todas las letras de Martin, que como es habitual están escritas con palabras que tratan de ser lo menos específicas posible, van armando una historia sobre el amor en un entorno opresivo, al modo de una ópera rock. La verdad es que el concepto en sí es bastante ligero, acorde a la liviandad de sangre mostrada por la banda en este disco en comparación a la pesadez con la que transcurre el barroquiento Viva la vida or death and all his friends, perjudicado por una seriedad que en Mylo Xyloto está mucho mejor dosificada. Una prueba: "Major minus", un momento orwelliano y, por ende, oscuro que destaca justamente por no estar en Technicolor.

Nadie necesita solemnidad de parte de Coldplay. Apenas lo entendió, Chris Martin hizo el mejor disco de su carrera. Mylo Xyloto es el regreso a los principios fundacionales después de una vuelta larga. Nada tan arraigado en los orígenes del grupo como su inclinación a dialogar con el presente a través de las tendencias imperantes. Cada vez que la banda se ajusta al gusto popular, está siendo fiel a sí misma. Lo grita la existencia de una canción como "Up in flames", en la que Martin fluye sobre una base que sin problemas podría compartir con sus amigos raperos como Kanye West o Jay-Z. Resulta asombrosa la flexibilidad con la que los ingleses se doblan sin quebrarse. En su quinta entrega, mantienen la aspiración de dar grandes conciertos de rock en estadios llenos, pero ofrecen un producto fabricado para competir, como fue admitido a viva voz, contra fenómenos comerciales como Adele y Justin Bieber. La salvedad es que, más que un disco, Mylo Xyloto es una destinación turística en el viaje musical de Chris Martin. El paraíso al que siempre quiso llegar, alejado del pandemonio de la civilización melómana y sus miles de complejos.

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