Luego de 75 años, un muchacho emergido desde un ghetto de Compton, California, conseguía lo imposible. Kendrick Lamar, 30 años, estrella de la música mundial, recibía un Pulitzer en la categoría composición. Nunca antes un músico popular lo había recibido. Ni siquiera Bob Dylan, Nobel de Literatura, fue considerado.
"Kendrick Lamar es el Bob Dylan de nuestra era", decía Pharrell Williams en 2013 ante la mirada desconfiada de la industria. La incredulidad y las risas de ese entonces, empezaron a solidificar una afirmación que hoy pocos se atreverían a contradecir.
Que cinco años después el hip-hop sea el género más escuchado de Estados Unidos es otra manera de reafirmarlo.
Lejos de las obsesiones personales de sus coterráneos, Kendrick Lamar no desaprovecha oportunidad. Cercano al cristianismo y con ideas críticas respecto a temas sensibles como la discriminación racial y el abuso policial ante su comunidad, es la figura de la Costa Oeste más importante desde Tupac.
Por cada disco, un concepto pareciera ser su lema. Desde la crudeza de DAMN (2017), que en 14 cortes pareciera reflejar exactamente la actualidad de su país, hasta la sofistificación sonora de To Pimp a Butterfly (2015) que fue considerado un "clásico instantáneo", gracias a la reflexiones de un hombre que ya se auto proclamaba como el mejor de la historia.
Controvertido incluso en sus presentaciones en vivo, en los últimos Premios Grammy simuló un tiroteo como forma de protesta ante la oleada de violencia policial en contra de la comunidad afroamericana, ha vuelto a poner de moda el "rap conciente".
En una época en que la liviandad del trap y el contrapeso de Drake facturan millones, las canciones con sentido social y lemas reivindicativos también pueden liderar las listas de éxito.
¿Qué esperar en Lollapalooza?
Con un set de 18 canciones en promedio, en las que predominan mayormente canciones de DAMN y de Good Kid, M.A.A.D. City (2012), en casi 90 minutos de duración Lamar repasa varios de sus clásicos como "Bitch, don't kill my vibe" y "Humble".
Además, se preocupa de traspasar al vivo colaboraciones exitosas como "Big shot" y "Goosebumps", "LOYALTY", "XXX" y "All the stars", una exitosa mezcla con SZA y que fue parte del soundtrack de Black Panther.
Con una gran pantalla que muestra desde antiguas escenas de artes marciales hasta las más crudas de las noticias policiales, además de gráficas personalizadas por canción, la aparición ocasional de un bailarín simulando ser un karateca parece ser una anécdota en un show que se centra exactamente en la música.
Con una sólida banda en vivo tocando en segundo plano, la espectacularidad visual de un juego de luces que traspasa el escenario de punta a punta parece ser suficiente para un artista al que solamente hay que ir a escucharlo. Eso, al final, es lo más importante.