No es fácil establecer el minuto en que Steve McQueen (Londres, 1969) dejó de ser el cineasta con nombre de estrella hollywoodense, y pasó a tener un lugar relevante en la filmografía contemporánea. Más claro se ve el momento en que tocó el techo de la Academia, cuando su tercer largometraje, 12 años de esclavitud (2013), se quedó con tres Oscar, entre ellos Mejor película.

Los elogios para este drama histórico que abordó, a la luz del presente, la cuestión racial en la víspera de la Guerra Civil de EEUU, se sumaron a los que ya había recibido su ópera prima, sobre un huelguista de hambre en los años de Margaret Thatcher (Hunger, 2008, Cámara de Oro en Cannes), y los que le cayeron a Shame (2011, Mejor actor en Venecia), sobre la alienación y voracidad sexual de un hombre de buen pasar. Y ahora, los aplausos se repiten para la nueva cinta del guionista, director y productor de origen caribeño, quien recorre esta vez los entresijos de un subgénero fílmico de larga data: el de las heist movies o películas de atracos. Eso sí, lo hace de tal modo que la tensión, el suspenso y la sorpresa, se despliegan en paralelo a una mirada inquieta y acusatoria de variados aspectos -políticos, sociales- de la vida contemporánea en la ciudad de Chicago.

Inspirado en una serie inglesa de TV, Viudas llega a salas chilenas el próximo jueves con un reparto de alto vuelo en estelares y secundarios. Al mismo tiempo, instala como co-guionista a la escritora Gillian Flynn, quien ganó notoriedad tras la adaptación de su thriller Gone girl (Perdida, de David Fincher, 2014). Estos y otros factores hicieron del filme uno de los favoritos de la crítica esta temporada -"uno de los destacados del año, en cualquier género", anotó el diario Chicago Tribune-, que sobresale por la solidez del conjunto y por su capacidad de proveer la entretención que demanda su propia naturaleza, así como para ir más allá, en distintas direcciones.

Lo anterior, a su vez, permite augurar que se le tendrá en cuenta para la próxima entrega de estatuillas. No porque le hagan falta a McQueen, eso sí.

Un beso interracial

Las heist movies han tenido una insistente presencia en cine y TV, permitiendo a destacados autores estadounidenses (Stanley Kubrick, en Casta de malditos; Sidney Lumet, en Tarde de perros; Spike Lee, en El plan perfecto) florearse construyendo personajes en detalle y controlando los tiempos de manera tal, que al espectador no le quede sino sentarse al borde de la butaca. Aunque ese sea solo el comienzo.

Hay o puede haber en estas producciones, igualmente, giros o pies forzados capaces de zamarrear las convenciones industriales. Es el caso de la serie Widows, cuya primera temporada se transmitió por la televisora británica ITV en 1983. Su historia es la de tres mujeres cuyos esposos mueren horriblemente al intentar asaltar un vehículo con dinero en un túnel londinense. El líder de la banda era un tal Harry Rawlins, cuya viuda, Dolly (Ann Mitchell, que tiene un pequeño rol en la cinta de McQueen), advierte que Harry le ha dejado unos libros de contabilidad donde está todo lo que ha hecho y visto, además de la pauta para dar un nuevo y jugoso golpe. Acosada por la necesidad, convoca a otras dos "ex" de la banda, una de las cuales aporta a su vez una chofer negra. Las asaltantes serán ellas.

Plena de subintrigas, la serie de seis episodios conoció una segunda parte, en 1985, así como otra serie que retoma el personaje de Dolly, años más tarde. Viudas retiene lo fundamental de ese primer set de capítulos, pero lo traslada a la Chicago del presente, con énfasis en ítemes que la distancian de su predecesora.

Considérense los planos iniciales. Mientras la serie del 83 daba una mirada a la capital británica en los minutos previos al golpe que salió mal, la cinta de McQueen se la juega por la pasión amatoria entre la protagonista, Veronica (Viola Davis, Vidas cruzadas), y Harry Rawlings, ahora con "g", encarnado por el incombustible Liam Neeson: un beso intenso, que opera como el preámbulo de un golpe que nuevamente terminará con los asaltantes muertos.

Esta vez, sin embargo, el retablo tiene otros elementos: hay un concejal de origen irlandés (Colin Farrell) que busca reelegirse para seguir los pasos de su padre (Robert Duvall), pero que enfrenta la impensada oposición de un miembro de la comunidad negra, Jamal Manning, quien aspira a desbancarlo. Y no solo eso: Manning también es un mafioso que quiere recuperar un dinero que le birló Rawlings, y no trepidará en emplear la violencia con este fin. Que se cuide Veronica.

Hay, asimismo, una viuda latina (Michelle Rodríguez) y otra de origen polaco (Elizabeth Debicki), a quienes se suma una peluquera negra que no es viuda, pero puede ayudar a concretar el golpe. Cada una tiene sus razones, como decía Renoir, y cada una arma personajes femeninos fuertes y autovalentes, acaso en sintonía con los tiempos. Pero, como dice la comentarista de revista Time, este es "un thriller para mujeres que se identifican más con el desastre de las vidas humanas, que con eslóganes chatos sobre cuán grandiosas son las mujeres en tanto grupo monolítico".

Porque entre tanto cruce identitario, entre tanta necesidad y vileza, las cosas no son siempre nítidas. Tampoco son siempre lo que parecen. Por su parte, McQueen redondea el asunto en estos términos: "Me interesan las buenas historias. Nunca pensé que haría algo distinto de tratar de armar una buena historia y, con suerte, hacer una película decente. Mi próxima película podría ser una comedia musical con Viola en el protagónico. No importa. Si la historia es buena, vamos por ella".