Leonid Grin, director de la Sinfónica Nacional de Chile: "Esta es la mejor orquesta de Chile, estoy orgulloso de ella"
El conductor ucraniano dirige hoy su último concierto como titular de la agrupación de la U. de Chile tras cinco años. Cree que tiene un gran nivel, pero lamenta no haber podido realizar una grabación con ella.
Hace 27 años, cuando el maestro Leonid Grin (71) era el titular de la Orquesta Filarmónica de Tampere en Finlandia, estuvo en Chile por primera vez y dirigió a la Sinfónica Nacional de Chile. Acostumbrado a llevar la batuta de los grandes compositores soviéticos, Grin condujo en aquel momento la Décima sinfonía de Dmitri Shostakovich (1906-1975) y anotó en su agenda que había pasado por Chile. Por eso lo recuerda hoy, que vuelve sobre la misma sinfonía y con la misma orquesta. Las diferencias, en cualquier caso, son abismales. Al menos con esa obra.
"Si me preguntan de la Sinfónica tocando la Décima de Shostakovich en 1991 y tocándola hoy, diría que la diferencia es como del día y la noche", afirma Leonid Grin, el conductor ucraniano que hoy dirige su último concierto como director titular de la Orquesta Sinfónica Nacional de Chile, dentro de la temporada anual. Aún le queda otra presentación la próxima semana en el Municipal, pero esa ya es fuera de la programación del Centro de Extensión de la Universidad de Chile (Ceac).
Desde el próximo año, Leonid Grin sólo vendrá como maestro invitado al Teatro de la U. de Chile , mientras la orquesta se dará un año de plazo para buscar a un nuevo director. "Mi agenda está muy copada. Seguiré conduciendo en Finlandia, en Italia, en Noruega, en Estonia y también haciendo master classes. Pero no estaré de titular en ninguna parte", comenta Grin, quien vive en Filadelfia (EE.UU.).
Durante los cinco años que estuvo al frente de la Sinfónica, Grin logró darle especial relevancia al menos a dos compositores: Dmitri Shostakovich y Alfred Schnittke, ambos soviéticos y enfrentados a las censuras del régimen. También hubo visitas de prestigio en el campo solista, en particular el guitarrista español Pepe Romero y el chelista lituano David Geringas.
En general el maestro saca cuentas positivas en su paso por la titularidad, aunque hay algo que dice no haber conseguido. "Grabaciones. Creo que registrar discos es una gran herramienta para que las orquestas se hagan fuertes. También les ayuda a escucharse a sí mismas. Aún me acuerdo cuando era director titular de la Filarmónica de Tampere en los años 90 y yo les decía que el sonido de sus bronces era demasiado metálico. Los músicos no me entendían y era porque no sabían cómo sonaban. Hasta que se escucharon en el estudio y se dieron cuenta. Después grabamos la Segunda Sinfonía de Prokofiev, que fue elegida la mejor grabación de Prokofiev del año, derrotando a otras orquestas en las críticas de Nueva York, Berlín o París. En fin. Eso me hubiera gustado: hacer grabaciones con la Sinfónica. Pero quién sabe si en un tiempo más, cuando la nueva sala esté terminada", dice.
La presencia de la Décima sinfonía de Shostakovich es, por lo tanto, un detalle significativo en el concierto final, que también incluye el Cuarto concierto para piano de Beethoven (con el pianista estadounidense Ben Kim) y Epitafio encendido, obra del peruano Celso Garrido-Lecca dedicada al director chileno Jorge Peña Hen, asesinado por la Caravana de la Muerte en 1973. Será hoy a las 19.40 horas en el Teatro de la U. de Chile.
-¿La Orquesta Sinfónica Nacional de Chile es la mejor del país?
-Por supuesto. Qué esperaba que dijera. No quiero sonar arrogante, pero estoy orgulloso de mi orquesta. Estoy seguro de lo que digo y de acuerdo a mi experiencia con otras agrupaciones en el mundo, puedo decir que la Sinfónica nunca se ha cansado de tocar y tocar, siempre enfrentando desafíos de nuevos repertorios. Eso no se ve siempre.
-¿Nunca existió la posibilidad de extender el contrato?
-Quizás podríamos haber continuado durante un par de temporadas y grabar un disco, que era uno de mis proyectos. Pero las cosas son como son.
-¿Le hubiera gustado que la sala se construyera antes?
-Pero ya se está construyendo. Es una idea que nació con Ernesto Ottone y continuó en manos de Diego Matte, que se sucedieron en la dirección del Centro de Extensión de la Universidad de Chile. La nueva sala es lo que el público y los músicos merecen. Es la única manera en que la Orquesta Sinfónica Nacional logre sus mejores estándares. Ojalá se pueda terminar aquel proyecto. Sabemos que el Teatro de la Universidad de Chile, donde tocamos ahora, tiene sus límites y no permite que la orquesta se escuche mejor.
-¿Mantiene buenas relaciones con el Ceac?
-Son excelentes. Ellos son mi segunda familia. Siento a los músicos como mis hermanos y hermanas y adónde sea que vaya, siempre mi corazón permanece en Santiago.
-¿Cuál es su opinión del Concierto N° 4 de Beethoven?
-Está un poco diferente del resto de sus otros conciertos para piano. Es más espiritual si se quiere. Si pudiéramos generalizar diría que el primero posee alegría, el segundo tiene juego, el tercero ostenta drama y el quinto tiene grandeza. El cuarto posee introversión. Es como una suerte de plegaria a Dios. Aunque no son de la misma época, diría que las últimas cuatro sonatas de Beethoven, desde la 29 a la 32 e incluyendo la Hammerklavier, ostentan la misma espiritualidad del Cuarto concierto.
-¿Hay conexiones entre la obra de Garrido-Lecca y la de Shostakovich?
-Son dos obras que nacen a partir de una respuesta a situaciones de autoritarismo. En el caso de Shostakovich es Stalin y en el de Garrido-Lecca es Pinochet. Corren en universos paralelos separados por 20 años: la experiencia soviética y la experiencia chilena. Garrido-Lecca dedicó esta obra con letras de poemas de Pablo Neruda a todos aquellos que perdieron su vida durante el régimen de Pinochet. Entre ellos Víctor Jara.
-Se dice que la Décima sinfonía de Shostakovich es un retrato terrorífico de Stalin...
-Lo que puedo decir es que fue estrenada pocos meses después de la muerte de Stalin, en 1953. Es una forma de decirle al dictador "yo estoy vivo, tú estás muerto, te he sobrevivido". Mi sueño sería conducir en Chile la Cuarta sinfonía de Shostakovich, cuya conclusión es como si el mundo llegara a su fin, lentamente, como el sonido de un péndulo que se pierde. Es una sinfonía tremenda y requiere una enorme orquestación. Muchos bronces y nada menos que ocho flautas.
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