Son cerca de las nueve de la noche y Werner Herzog (76) ha respondido con elocuencia una serie de preguntas en el campus Lo Contador de la Universidad Católica. Uno a uno, y en micrófonos ubicados en las esquinas de la explanada central, los admiradores y entusiastas del cine del realizador de Fitzcarraldo (1982) han ido haciendo sus consultas de todos los géneros. Un muchacho le inquirió sobre la supuesta vez en que el cineasta se habría perdido junto a su hijo, en Alaska, solo para escuchar de labios del propio director que aquello no era cierto. Acto seguido, Herzog lo consoló hablándole de cómo es rodar en condiciones extremas. Una chica que dijo haber estudiado Antropología le declaró su amor. Luego, alguien reflexionó frente a él sobre los extraterrestres. Para todo tuvo una respuesta. En cierto momento, una mujer le confesó que traía una pregunta por encargo, una de su profesor: "¿Cuál es el significado de la vida?". El cineasta nacido en Munich, dueño de una capacidad narradora envidiable, miró a la estudiante con una leve sonrisa y le respondió: "Dígale a su profesor que mejor se tome un pisco sour". Fue su límite en la velada que convocó a 1.300 personas en la Facultad de Arquitectura de la UC, pero fue uno amable. Con humor y desenfado. Todos rieron, incluyendo la chica. Después de todo, Herzog le había respondido. En forma terrenal y concreta.

Responsable de una de las obras cinematográficas más originales de los últimos 50 años, el alemán es la antítesis del cineasta teórico y prefiere atenerse a los hechos. Y de vez en cuando al humor. En ese sentido, un pisco sour durante su conversatorio del ciclo La Ciudad y las Palabras de la UC era más real que el sentido de la vida.

El hombre que dirigió Aguirre, la ira de Dios (1972) estuvo en Santiago durante cuatro días entre el sábado 24 y el martes 27, antes de tomar el miércoles su avión de vuelta con destino a San Francisco (EE.UU.). Venía de filmar una película documental para la BBC sobre el escritor Bruce Chatwin (1940-1989) en Punta Arenas y la isla Navarino, en medio de la nada, y llegó a la capital para encontrarse con la muchedumbre en Lo Contador. La mayoría eran estudiantes. Muchos de ellos ni siquiera de aquella casa de estudios, sino que de todas partes. Fue, en realidad, el recital de un rockstar cinematográfico.

Con 70 películas de ficción y no ficción y dos libros de culto entre los cinéfilos (Del caminar sobre hielo y La conquista de lo inútil), el realizador de Grizzly Man (2005) opera como un gurú en el universo de quienes quieren ser cineastas o de los que buscan darle sentido a su creatividad. Las pruebas están a la vista: es elocuente, explica con hechos, disiente de muchas verdades establecidas y las historias de sus filmaciones son legendarias, desde el rodaje de Aguirre, la ira de Dios en medio de una conflicto bélico entre Ecuador y Perú, hasta la vez en que se comió un zapato en una apuesta con el documentalista Errol Morris.

De Navarino al Precolombino

En Santiago, Herzog almorzó el sábado con al arquitecto chileno y premio Pritzker Alejandro Aravena en un restaurante de avenida Ricardo Cumming. Al día siguiente fue a Valparaíso y la noche del domingo salió a recorrer Santiago. Durante el lunes fue al Santuario de la Naturaleza en Lo Barnechea y el martes, antes de La Ciudad y las Palabras, tuvo un encuentro con académicos de Arquitectura de la UC. Luego ocupó la tarde en el Museo Precolombino.

Antes de dejar el país, comió en la noche del martes en el restaurante Liguria de Lastarria, cerca del Hotel Cumbres donde se alojó. Andaba acompañado de su equipo de filmación y del cineasta boliviano Diego Mondaca, que es uno de sus muchos amigos sudamericanos, y lo asistió durante el rodaje de Salt and fire (2016) en ese país. Siempre, recuerdan los que los acompañaron, manejaba su propia lista de vinos para pedir. Y siempre, también, privilegió comer pescados y mariscos.

Pero, ¿de qué habló Herzog en Chile? La respuesta más acertada sería: de todo. Fue de menos a más. Desde una entrevista de 15 minutos con Culto la mañana del lunes, al recital de anécdotas masivo la noche del martes en la UC. Constantemente llamó la atención su capacidad para el relato, su perfil innato de cuentacuentos. Es más, uno de sus consejos a los estudiantes fue: "Un gran ejercicio para un cineasta es saber contar historias y, sobre todo, hacerlo con niños de un kindergarten, cuyo máximo lapso de atención es de 30 segundos. Si consiguen mantenerlos atentos, van por buen camino. Es la mejor escuela".

Pero también los impulsó a escribir rápido y a ser precisos. "Para mí, escribir guiones es ir a lo esencial, tener una buena historia y hacerlo en menos de 10 días", señaló. A propósito de aquello, recordaba su anécdota en Aguirre, la ira de Dios. "Escribí ese guión en dos días, arriba de un bus, junto a mi equipo de fútbol del rodaje. Todos estaban borrachos, hacían ruido, cantaban canciones obscenas. El arquero se tropezó conmigo, vomitó encima de mi máquina de escribir y perdí dos páginas del guión. Las había escrito sólo hace cinco minutos, pero nunca más pude recordar lo que puse ahí".

Individualista y responsable de sus propias reglas ("cuando empecé en el cine no sabía cómo hacer guiones y, por lo tanto, inventé mi propio estilo", dijo en Lo Contador), Herzog no se siente parte del llamado Nuevo Cine Alemán al que fue adscrito por la crítica junto a Rainer Werner Fassbinder. Consultado por Culto sobre qué quedaba de aquel movimiento, dijo con sorprendente franqueza: "No lo tengo claro. No he visto películas alemanas durante los últimos 22 años".

Y en la reunión con los académicos el martes en la mañana detallaba: "No me siento parte de ninguna generación de realizadores. Siempre he sido un outsider y he seguido mis propios pasos. Estuve desfasado en el tiempo. Mi pubertad llegó mucho después que el resto por las condiciones en que vivía (creció en las montañas de Baviera, vio su primer filme a los 11 años y solo habló por teléfono a los 17). Luego comencé a trabajar y hacía cosas que muchos solo empiezan a realizar cuando ya tienen 35 años, insertándose en el mundo laboral. Por otro lado, ahora estoy rodando películas que bien podría emprender alguien de 19 años. Por ejemplo, acabo de filmar una cinta en Japón con cero presupuesto. Solo con mi cámara".

Aquella condición de lobo estepario (buscada o innata) es probable que le haga detestar las categorizaciones, incluyendo la etiqueta que siempre vincula su cine con la naturaleza. A este diario le comentó: "La naturaleza no tiene nada que ver con el documental que hice recién sobre Gorbachov (Meeting Gorbachov). Tampoco tiene mucho que ver con la película que acabo de terminar en Japón ni con la que hice en el sur de Chile. A veces la naturaleza juega un rol importante en mi cine, pero no es una constante. De los 70 filmes que he hecho, tal vez en seis".

La personalidad de Herzog es poderosa y magnética. Les da fuerza a los débiles y revive a los que desfallecen en el negocio del cine y en el de la vida. En su libro Del caminar sobre hielo habla sobre la experiencia revitalizante de ir a pie en pleno invierno de Munich a París. Después de vencer eso, lo puede lograr todo. Se parece al credo de "lo que no te mata te fortalece" del filósofo Friedrich Nietzsche, otro alemán. Para Herzog, la soledad de andar en sus propios zapatos mientras el resto lo hace por carretera es curativa. Y también lo es la soledad de haber sido olvidado por años por Cahiers du Cinéma, tal vez la revista de cine más prestigiosa de todos los tiempos. "Escribieron una crítica de mi primera película en 1968 y luego me ignoraron sistemáticamente durante 16 años. Ni una palabra, ni una entrevista, ni una crítica a mis filmes, incluso cuando sí hablaban de otros cineastas del Nuevo Cine Alemán. Les dije que les agradecía por haberme engrandecido en mi soledad, por hacerme fuerte. Ahora les digo: Cahiers du Cinéma, bésenme el culo".