Paul McCartney sentado en su piano interpretando “My Valentine”, quizás el momento más solemne de la noche, la balada de amor dedicada a su última esposa, Nancy Shevell. Pero de pronto, comienza a reír. Casi que no puede seguir con su declaración romántica. Un quiebre de libreto inédito para un artista cuyo show avanza en un guión casi estricto, con los mismos parlamentos, replicando fecha tras fecha chistes similares, sin cambios sustanciales en su listado de canciones en una misma gira.
Pero su sonrisa pícara y sorprendida no es su responsabilidad: en su hombro se ha posado un grillo gigante, de proporciones algo intimidantes. Un insecto verde y de patas largas que cumple el sueño de 50 mil personas que están en el estadio Serra Dourada, de la ciudad brasileña de Goiânia, y probablemente de millones de fanáticos por el mundo a través de las más diversas generaciones: estar al lado de un Beatle. No sólo eso: estar a centímetros de un Beatle mientras canta una de sus creaciones, ser testigo ultraprivilegiado de su interpretación al piano y su talento interpretativo.
Pero aquel grillo no es el único. Una decena de los mismos animales —a los que se suman libélulas— saltan, revolotean, molestan y caminan por el escenario, perturbando a sus músicos y generando las risotadas de toda la audiencia. Quizás nunca tales instrumentistas, todos avezados desde hace décadas en la ruta y los escenarios —qué decir del propio Macca— habían protagonizado semejante experiencia.
Pero, después de todo, Paul es un Beatle: parte de los cuatro jóvenes cuyo sello distintivo —aparte de facturar melodías inmortales— era tomarse todo con un poco de humor, desafiar con una que otra ironía a la flemática prensa norteamericana que los conoció a mediados de los 60. Lennon era experto en lanzar esos anzuelos.
Su ex compañero, casi cincuenta años después, también. Cuando deja el piano, se para y se acerca al micrófono para cantar "Hope of deliverance", aún tiene un grillo en uno de sus hombros. El hombre de "Yesterday" empieza a imitar la supuesta voz aguda que podría tener el insecto y lo hace hablar con el público: lo bautiza como Harold y los presentes lo reciben con un aplauso. La imaginación del público en la web es infinita y días después el propio Harold tiene una cuenta de Twitter donde habla con autoridad de lo que fue tocar, sentir, estar a la par con el músico vivo más influyente del planeta.
El show sigue con Harold y sus amigos desplegándose por todo el escenario, ya como algo normal, habitual, nadie se sorprende. Menos los habitantes locales.
Situada en el centro de Brasil, Goiânia es una ciudad calurosa, con una abundante flora y fauna que se puede percibir en sus extensas áreas verdes. Es una localidad tranquila, arribar hasta allá un domingo por la tarde es como caminar por cualquier ciudad del sur o el norte de Chile en ese mismo día: locales cerrados, poca gente en las calles, una tranquilidad que inquieta, un paisaje sumergido en una siesta permanente.
En un principio, este concierto de Macca, ocurrido el 6 de mayo de 2013, sería en Brasilia, a pocos kilómetros. Pero los retrasos en el estadio que un año después sería utilizado para el Mundial de Fútbol obligaron a mudarlo a la ciudad de los grillos y de Harold. Al parecer, aquellos insectos estaban esperando su cara a cara con un músico de los Beatles, aquella banda bautizada como un guiño a los escarabajos.