Cuatro meses antes de que la película francesa 120 latidos por minutos se llevara el Gran Premio del Jurado en el Festival de Cannes 2017, un pequeño y emotivo largometraje español ambientado en la misma época sorprendió en una sección secundaria del Festival de Berlín. Se llamaba muy gráficamente Verano 1993 y contaba la historia autobiográfica de una niña de siete años que se iba a vivir con sus tíos tras la muerte de sus padres en las fauces del Sida.
Se podría hacer un ejercicio de intertextualidad y poner a dialogar ambas películas. En ese supuesto, los padres de Carla Simón (Frida en el filme) podrían ser muy similares a los muchachos de 120 latidos por minutos, donde los personajes luchaban segundo a segundo por buscarle una salida al virus mortal que a principios de los años 90 diezmó a las poblaciones más expuestas al virus en Francia.
Los progenitores de Carla Simón (1986) vivían en cualquier caso más al sur de París: en Barcelona. Ella creció con ambos, pero perdió a su papá a los tres años. Su madre Neus vivió un poco más, pero cuando la futura cineasta tenía siete, el VIH también la venció.
En Verano 1993, la ausencia de los padres es una sombra que se extiende por todo lo que sucederá después, pero no deja de ser un punto de partida para contar otra cosa: la película es en realidad el recuerdo sensible de las vacaciones que definieron la personalidad de Carla Simón. Tras la desaparición de su madre Neus, se fue a vivir con su tío materno y su esposa, desplazándose de la ciudad al campo, de los suelos pulcros de una casa de ciudad a los territorios agrestes de un rancho al norte de Barcelona.
La cinta ganó en el Festival de Berlín el Premio a la Mejor primera película y este año logró los galardones Goya a Mejor director novel para Carla Simón, Mejor actor de reparto para Diego Verdaguer y Mejor actriz revelación para Bruna Cusí. A pesar de estar hablada en catalán, fue elegida por su país para representar a España en un cupo por el Oscar, donde curiosamente se enfrentó a la francesa 120 latidos por minutos.
Precedida de estas distinciones y además de los elogios de la crítica ("una extraordinaria historia de dolor y memoria" para The Village Voice), la película se estrena hoy en el Centro Arte Alameda, la Cineteca Nacional, la Sala K y el resto de las sedes de la Red de Salas de Chile (redsalas de cine.cl).
Una de las actuaciones más sorprendentes de Verano 1993 es la de la niña Laia Artigas (2008), quien es Frida, la pequeña se va a vivir con la familia de su tío Esteve (Diego Verdaguer) y su esposa Marga (Bruna Cusí). Sobre ella, Carla Simón comenta al teléfono desde París: "Laia fue la penúltima niña que entrevisté en el proceso de casting. Ya estaba, de hecho, muy cansada cuando lo hice". A continuación, se explaya: "Básicamente buscaba niños que se amoldaran a los personajes que yo había escrito, pues pedirle a un niño que cree un carácter es muy difícil".
La directora se encuentra actualmente en la capital francesa escribiendo el guión de su nuevo largometraje como parte de una Residencia del Festival de Cannes. Aún sin titulo, el filme se rodará en 2020 y contará otra historia de raíces familiares, pero ambientada esta vez en el pueblo de Lleida (Lérida), al oeste de Cataluña.
-¿Qué recuerda de sus padres?
-Yo no me enteré de lo que murieron sino hasta que cumplí los 13 años. No sabía lo que era el Sida. Fue un shock. Ellos pertenecían a una generación que vivió amordazada por el franquismo y, con la llegada de la democracia en los años 80, vivieron una explosión de libertad, de espíritu de fiesta. La parte oscura es que en esa época también entró mucha droga a España. Los jóvenes que se engancharon no tenían conciencia de las consecuencias que esto podía tener debido a que simplemente no se sabía nada de la enfermedad.
-¿Qué opina de aquella generación?
-Esta es una historia que cargo conmigo, pero yo no juzgo a nadie. De alguna manera mis padres tuvieron mala suerte. Mi madre murió en 1993, pero en 1996 aparecieron los antirretrovirales, que luego lograron que muchos enfermos pudieran vivir, incluso hasta hoy.
-Las escenas de la cinta lucen muy naturales. ¿Cómo se logró aquel clima?
-Empezamos por vernos continuamente durante dos meses. Imaginábamos que estábamos en el verano de 1993 e improvisábamos a partir de eso, a veces durante tres o cuatro horas. Las niñas nunca leyeron el guión. Paula Robles (con tres años e intérprete de la prima de Frida) ni siquiera sabía leer. Lo que yo hacía era contarles como eran las escenas y luego entraban muchas veces en un estado de juego. También les hablaba bastante, pues no memorizaban. Una vez revisado el material lo que hacía era quitar mi voz de la grabación.
-¿Por qué privilegió las escenas en el exterior?
-Cuando un niño viene de la ciudad siempre la naturaleza le resulta extraña, curiosa. La presento de una manera ambigua, porque así es como yo la veía: hay cosas que te dan asco, cuestiones que te provocan miedo, animales que no estás acostumbrado a ver. Aún así, no cambiaría por nada del mundo haber crecido en un pueblo como el de Les Planes d'Hostoles.
-¿Qué referencias fílmicas tiene?
-Hay algunas películas españolas importantes que tuvieron eco en mi trabajo. Dos ejemplos claros son Cría cuervos (1976) de Carlos Saura y El espíritu de la colmena (1973) de Víctor Erice, ambas con niños protagonistas. No me refiero tanto a los personajes infantiles en sí mismos, sino que al contexto, a la historia que los rodea, al ambiente que hay a su alrededor, cómo esto los define. Pero además me ha influido bastante la francesa Claire Denis (Un bello sol interior) y también debo mencionar el trabajo de la chilena Dominga Sotomayor (De jueves a domingo). No soy demasiado consciente de si sus películas se reflejan en Verano 1993, pero si me intriga mucho cómo son capaces de capturar momentos de vida, de una forma muy natural.