Fue una serie que llegó sin demasiado bombo publicitario, que hace unas semanas simplemente apareció ahí, en la pantalla de inicio de Netflix, con una foto de Michael Douglas sonriente y un título atractivo: El método Kominsky.

Y para los que llevan la cuenta de los grandes actores de Hollywood que están haciendo series por primera vez, pueden agregar un palito más a la lista: a los 74 años el actor de Atracción fatal y Wall Street protagoniza su primera comedia de la pantalla chica, interpretando a Sandy Kominsky, un actor que ha tenido un éxito limitado en su carrera y que se gana la vida entrenando a otros, mientras pasa una buena parte de su tiempo libre con su agente y gran amigo, Norman Newlander Alan Arkin y Michael Douglas protagonizan la comedia.

Además de tener un gran elenco, al principio la trama da buena espina, asoma con un tono un poco oscuro, con personajes imperfectos y que se ríen de la tragedia.

Sin risas pregrabadas, con escenas que se toman su tiempo y con espacios para la tristeza. Por lo demás, está la lista de personajes secundarios e invitados: Danny DeVito, Jay Leno, Patti LaBelle, entre muchos otros.

Y sí, todo eso está presente y la comedia se deja ver sin mayores problemas, pero está lejos de ser una gran serie. Porque también cada capítulo de El método... tiene varios momentos que hacen pensar que podría ser una sitcom, con chistes de stand-up antiguo, remates que suenan a remate y que casi piden aplausos, o incluso risas pregrabadas. Chistes habilosos que convierten los diálogos en finalmente algo falso.

Ahí es cuando hay que mirar a quien está detrás de la serie; nada menos que Chuck Lorre, uno de los productores más exitosos de los últimos años y responsable de producciones tan millonarias como gruesas: Two and a half men, The big bang theory, Mike & Molly, entre otras. Y claro, este es un hombre acostumbrado a escribir chistes para la televisión abierta estadounidense y para personajes caricaturescos, que no tienen que ser demasiado creíbles, porque viven en esa realidad paralela de las sitcoms, donde no es necesario atenerse a las reglas de la vida real.

Así, esto parece ser su intento por hacer comedia "en serio", con personajes más tridimensionales y que pueden decir garabatos, con tragedias y frustraciones.

Y al final de cada capítulo la sensación es que es un intento no totalmente logrado, hasta fallido, porque Chuck Lorre es Chuck Lorre; lleva casi 30 años escribiendo para los Sheldon, Dharma y Charlie Sheen de este mundo, entonces no resulta fácil escapar de aquello para hacer la próxima gran comedia.

Porque, como dice el dicho, "aunque la mona se vista de seda, mona queda", y en este caso, aunque la serie se presente como una gran obra, en realidad semeja una de esas que se pueden ver con un ojo mientras se juega Candy Crush con el otro.