Las puertas del viejo garaje se abren y las luces altas iluminan todo como si súbitamente hubiera amanecido. Es el imponente Ford Galaxie de papá, quien vuelve del trabajo. Se ven sus manos, un volante y un cigarrillo, todos en una coreografía paralela a la toma panorámica que registra la cara frontal del auto. También se escucha una melodía clásica por la radio del vehículo: al dueño de casa, un médico con extendidas horas laborales, le placen los libros y la buena música. Lo que tal vez no le gusta demasiado es manejar. Es por eso que topa una y otra vez con las paredes antes de poder estacionarse. Cuando al fin lo consigue, debe salir por la puerta del acompañante: el sedán quedó pegado a la pared izquierda y no hay forma de abrir por el lado del conductor.
Al realizador mexicano Alfonso Cuarón (1961) le bastan apenas estos detalles para describir a uno de los personajes de su película Roma. En este caso se trata del señor Antonio, un hombre ausente, médico a tiempo completo. Lo hace a través de una prodigiosa escena con un automóvil formidable y la idea es no mostrar el rostro de nadie. Su solemne entrada al garaje es el mejor retrato posible del padre de familia lejano.
Durante el rodaje de Roma, que el próximo jueves se estrena en la Cineteca, el Cine Normandie y la Sala K (y al día siguiente por Netflix), el director de Gravedad jamás les pasó el guión completo a los actores. Apenas les fue entregando papelitos con las escenas que debían filmar en el día, sin saber qué había pasado antes o lo que vendría a continuación. Es una técnica que provocó cierta confusión en el set, a cambio de espontaneidad y realismo en las tomas. Es por eso que Roma, a la que tuvo acceso Culto, funciona como una serie de viñetas de emoción demoledora y en ningún caso es una historia en el sentido tradicional del término.
Es, de alguna manera, la forma en que los adultos recuerdan su niñez (por pedazos) y es como Cuarón evoca la suya. Es la trama zigzagueante de una de las películas mejor criticadas del 2018, elegida hace poco en primer lugar por el Círculo de Críticos de Nueva York y la revista Time. Nominada a tres Globos de Oro (Mejor Película extranjera, Director y Guión) y ganadora del León de Oro en el Festival de Venecia, esta es la primera cinta que Cuarón realiza en México desde los tiempos de la exitosa Y tu mamá también (2001), con Gael García Bernal y Diego Luna.
El realizador se ha encargado de enfatizar en repetidas ocasiones que el filme es un retrato de un período particular de su niñez, cuando entre los años 1970 y 1971 su familia se enfrentó a cambios definitivos y traumáticos, coincidentes además con hitos en la historia de México.
En este último sentido, una de las escenas más fieras es la llamada Masacre de Corpus Christi, cuando un grupo paramilitar llamado Los Halcones mató a 1.200 personas durante una manifestación estudiantil en Ciudad de México.
Amor de "madre"
No es coincidencia que Roma al revés se lea como Amor. El primer nombre alude al barrio de Ciudad de México donde viven Sofía (Marina de Tavira), Antonio (Fernando Grediaga), la abuela Teresa (Verónica Gracía) y los cuatro hijos: Toño (Diego Cortina Autrey), Pepe (Marco Graf), Paco (Carlos Peralta) y Sofi (Daniela Demesa). La segunda acepción bien podría aludir a Cleo (Yalitza Aparicio), la nana de la casa y auténtico centro emotivo de la película.
Es evidente que la historia de ella es la que más le interesa a Cuarón y son sus pruebas de amor las que sostienen a los muchachos cuando la madre no está, cuando el padre se va de casa o cuando, incluso, alguien está en peligro de morir.
Cleo (que en realidad es Libo, la verdadera empleada puertas adentro que crió a Cuarón) es de origen mixteca y cuando está en la cocina se comunica con su compañera Adela (Nancy García García) en dialecto local. Es como si viviera en una realidad paralela a la de los señoritos de la casa, pero al mismo tiempo ella es el único pilar afectivo a la vista que tienen.
Filmada en el amplio formato en blanco y negro de 70 milímetros (el mismo de Dunkerque y de Los ocho más odiados), Roma es una película con tal cantidad de virtuosismo en sus planos que la definitiva manera de asimilarla es en la pantalla grande. Cuarón ha dicho que lo hizo a propósito para eliminar el punto de vista subjetivo y así observar varios hechos a la vez. Por ejemplo, en una sola gran escena panorámica se ve llegar a Cleo a una barriada de la ciudad, pero en un segundo plano un hombre bala sale disparado de un cañón desde la derecha de la pantalla mientras a la izquierda la publicidad política de un candidato ocupa una gran muralla.
Roma no tiene banda sonora original, pero sí una gran utilización del sonido ambiente, que funciona como receptáculo de sonidos de la nostalgia: la flauta de Pan del afilador de cuchillos, las campanas del camión de la basura o el canto de los pájaros en los árboles de la casa. Con ese paisaje sonoro de fondo va pasando la vida de Cleo y de los muchachos, siempre en un blanco y negro con alto contraste. Esta opción visual hace pensar en un álbum fotográfico de alguien que fue niño en los 60 y adolescente en la primera mitad de los 70.
El gran quiebre dramático de la película es la partida del padre, que deja a la familia abandonada a la suerte del voluble carácter de la señora Sofía, pero también en manos de la silenciosa entereza de Cleo. El gran Ford Galaxie da paso a un modesto Renault 12 y en un gran viaje a las playas de Veracruz la madre les hace saber a todos que desde ese momento ella deberá trabajar para solventar los gastos.
Los chicos no le creen demasiado, pero la verdad es que poco importa. A su lado siempre estará Cleo. Como lo demostrará la siguiente escena, una de las más espectaculares jamás filmadas por el realizador mexicano, ella es la verdadera familia.